REPORTAJE
En México, dos de cada tres libros proceden
de sellos extranjeros
Riesgo de que se incremente el monopolio editorial
por la eliminación de la tasa cero
La reciente supresión de salvaguardas fiscales
a insumos de la industria editorial mexicana abona aún más
el terreno para la caída de una actividad en franca crisis desde
hace 20 años y el afianzamiento de monopolios que desde hace 10
controlan las dos terceras partes del mercado hispanohablante, engullen
sellos regionales y convierten a autores y pensadores en mercancías.
Las pequeñas y medianas editoriales están en riesgo de desaparecer.
Sólo sobrevivirán aquellas en las que el éxito comercial
se anteponga a la diversidad y riqueza de ideas
GUIDO PEÑA Y HECTOR BACA
Desde hace una década México, como el resto
de los países latinoamericanos, asiste a una especie de colonialismo
editorial: cuatro grandes consorcios de procedencia española controlan
las dos terceras partes del mercado del libro en la región. Los
criterios mercantiles que prevalecen en esas corporaciones internacionales,
en las que objetivos esencialmente culturales ceden a la lógica
del mercado y la ganancia, representan riesgos a la diversidad cultural,
la creación intelectual y los sellos locales.
La ausencia de políticas estatales para promover
el sector editorial hace a los países de la región más
vulnerables a los efectos adversos de este predominio cultural, pues los
sellos locales, en muchos casos con procesos productivos artesanales, deben
competir con la infraestructura y las ventajas comerciales de las que disponen
los conglomerados trasnacionales.
En México la situación se torna más
difícil por los recientes golpes a la industria propinados por la
administración de Vicente Fox, primero con la eliminación
de la exención autoral, que desalentará la creación
mexicana, y de forma más reciente con la miscelánea que suprime
la tasa cero a los insumos de producción editorial y que colocará
en una situación insostenible a las pequeñas y medianas empresas,
pues los grandes sellos o imprimen sus títulos en España
o disponen de recursos para sobrevivir sin las salvaguardas.
La producción editorial en México está
en su límite depresivo. Los más recientes datos de la Cámara
Nacional de la Industria Editorial (Caniem) indican que en 2000 dos de
cada tres nuevos títulos procedieron del exterior, principalmente
España, mediante 116 sellos. El otro 33 por ciento de novedades
se repartió entre 122 casas mexicanas.
La crisis en la industria también se manifiesta
en la reducción de casas editoras: mientras en 1990 había
en México 700 firmas, entre nacionales y extranjeras, ahora sólo
hay 400.
Las firmas regionales no sólo actúan como
promotoras de manifestaciones culturales de una sociedad en tiempo y espacio
particulares; participan también en diversas ramas económicas
mediante la compra de papel, contratación de artistas gráficos
y alquiler de imprentas. Los embates a la industria arriesgan la riqueza
cultural escrita y 3 mil 300 empleos directos y decenas de miles indirectos.
Dueños de las letras hispanas
Entre
1940 y 1970, México y Argentina encabezaban la entonces pujante
industria cultural latinoamericana, con 75 por ciento de los títulos
en castellano, pero para 1990 la situación cambió de forma
radical: España producía la mitad.
Incluso el gobierno español, en un informe publicado
esta semana, reveló que Iberoamérica compra a España
muchos más productos culturales de los que le vende. El saldo a
favor del país europeo es de 299.3 millones de euros.
El experto en políticas culturales Néstor
García Canclini dibujó en el foro Desarrollo y Cultura, organizado
por el BID a finales de los noventa, el estado que persiste en la industria:
"Argentina y México producen menos de 10 mil títulos al año,
mientras España rebasa los 50 mil. Unas 400 editoriales mexicanas
han suspendido actividades, y de las sobrevivientes, no son ni 10 las que
publican más de 50 títulos al año".
Varios factores se entrecruzaron para ocasionar la hecatombe
editorial latinoamericana: las crisis políticas y económicas
que se han sucedido en la región desde los setenta, que afectaron,
sí, a las clases más vulnerables, pero también a los
estratos medios, considerados por antonomasia proclives a la lectura; las
recurrentes dictaduras latinoamericanas, que restringieron la labor editorial
y produjeron la salida de diversos editores, intelectuales y creadores,
y la ausencia de apoyos estatales a la industria.
De manera paralela, en España sucedieron acontecimientos
que abonaron el renacimiento de su deprimida industria: el fin de una dictadura
como la franquista, que en la década de los setenta ocasionó
la salida de importantes editores, los cuales optaron por establecerse
en Latinoamérica, principalmente México y Argentina. Otro
factor fue una política de fomento impulsada por el gobierno, desde
el restablecimiento de la democracia hasta la incorporación a la
Unión Europea.
Pero también a principios de los ochenta comenzó
en España un proceso de concentración editorial que ahora,
a 20 años de distancia, tiene tintes dramáticamente monopólicos:
según balances de editores independientes peninsulares, 6.5 por
ciento de las empresas editan 55 por ciento de los títulos, y sólo
cuatro grupos (Planeta, Santillana, Plaza y Janés y Anaya) controlan
un mercado de casi 2 mil 500 millones de dólares de ventas anuales.
Cada uno de estos grupos se integra de diversos sellos
y servicios multimedia que sirven a su vez de escaparate y forma de promoción
para sus títulos. Un somero mapa de esos consorcios con algunas
señales:
Grupo Planeta. Nació hace 50 años. Es
número uno en España, Portugal y Latinoamericana, y séptimo
en el mundo. Es propietario de 20 empresas editoriales y de medios electrónicos
digitales e interactivos. Entre sus sellos se hallan Destino, Seix-Barral,
Crítica, Ariel, Martínez Roca, Temas de Hoy, Minotauro, Boocket
y Espasa-Calpe. Tiene filiales en ocho países de América
(incluido Estados Unidos). También es propietario de la mexicana
Joaquín Mortiz, fundada por Joaquín Díez-Canedo, que
tiene en su catálogo a reconocidas plumas nacionales; Juan José
Arreola y Jorge Ibargüengoitia, por mencionar sólo dos. Hace
poco absorbió a la argentina Emecé.
Grupo Santillana. Es número dos en el mercado
español y latinoamericano. Pertenece al importante corporativo Prisa,
de Jesús Díaz Polanco, propietario del influyente diario
madrileño El País. Tiene representaciones en 18 países
de la región mediante sus filiales Alfaguara, Taurus, Aguilar y
Altea.
Grupo Plaza y Janés. Número tres en España
y América Latina. Nació en 1959 a iniciativa de Germán
Plaza y José Janés. En 1984 fue adquirido por el grupo alemán
Bertelsmann, el mismo que controla 33 por ciento del mercado estadunidense
con su filial Random House. Entre sus empresas editoriales se hallan Lumen
y Debate. Absorbió el sello argentino Sudamericana. Tiene presencia
en toda la región.
Anaya. Cuarto en el mercado español. Nació
en 1959 a iniciativa de Germán Sánchez Ruizpérez.
Entre sus empresas editoriales se encuentran Cátedra, Tecnos, Alianza,
Siruela, Pirámide, Vox y Larousse. Engulló a la argentina
Aique. En 1998 fue adquirida por Havas, de Vivendi Publishing, que con
Hachette controla 60 por ciento de la industria francesa.
Fenómeno mundial
La
concentración del mercado editorial, sin embargo, no es privativa
de la industria hispanohablante; es una tendencia mundial que ya es motivo
de preocupación entre estudiosos y editores independientes por los
peligros que se ciernen sobre la libre circulación de ideas.
André Schiffrin, encargado del sello The New Press,
denuncia en La edición sin editores (Era, 2001) que en Estados
Unidos 80 por ciento de las ventas de libros son controladas por cinco
consorcios, entre ellos la poderosa AOL-Time Warner y la alemana Bertelsmann,
propietaria de Random House, con 33 por ciento de presencia en librerías
(es decir, uno de cada tres libros en estanterías pertenece a ese
sello).
Schiffrin demuestra que el monopolio en la oferta menoscaba
la diversidad y riqueza de temas en pos de beneficios mercantiles. Mientras
la rentabilidad promedio de una editorial es de 3 por ciento anual, estos
grupos demandan a sus filiales rentabilidad de 15 por ciento y crecimiento
de 10. En busca de esos indicadores, privilegian best-seller y títulos
comerciales en detrimento de la literatura y las humanidades.
El editor estadunidense comparó los catálogos
de las tres principales editoriales (Harpet, Simon & Shuster y Random
House). En las tres, los nuevos títulos de historia, filosofía
y arte desaparecieron tras la integración a los grandes grupos.
Antes, observa Schiffrin, el oficio de editor era un trabajo
relacionado con la vida intelectual; se trataba de una figura que apoyaba
a nuevos escritores e investigaciones, y participaba personalmente, a veces
con ayuda de la familia, en las diversas etapas del proceso editorial:
corregía originales, revisaba galeras, estaba pendiente de la encuadernación...
En México tenemos dos ejemplos de esa concepción tradicional
de editor: Joaquín Díez-Canedo, fundador de Joaquín
Mortiz, y Arnaldo Orfila, creador de Siglo XXI, un sello atento a los estudios
científicos y culturales de América Latina.
Ahora, el editor es empleado de un conglomerado de negocios
(que incluye radio, cine, televisión, prensa e internet) en espera
no de nuevos valores sino de títulos rentables. El hecho de que
para los grandes holding el libro sea primero mercancía sujeta
a las leyes del mercado y después bien cultural tiene consecuencias
adversas para la diversidad y la riqueza editoriales. Las editoriales,
según ha comprobado Schiffrin, apuestan por un título que
venda 20 mil ejemplares en vez de 20 con tirajes de mil y ventas a cuentagotas.
En el primer Encuentro de Editores Independientes, que
se efectuó en mayo de 2000 en Gijón, España, varias
voces alertaron acerca del peligro de valorar un título por el éxito
comercial y constreñir los criterios estéticos. Por ejemplo,
Marcelo Uribe, de Ediciones Era, relató:
"En los setenta, Ediciones Era publicó la primera
edición de El coronel no tiene quien le escriba, de Gabriel
García Márquez: 3 mil ejemplares que tardaron en agotarse
cinco o siete años. ¿Qué hubiera hecho un conglomerado
de sellos editoriales? Simplemente descatalogarlo, convertirlo en confeti
y no someterlo jamás al juicio del mercado".
En el mismo foro, François Gèze, de ediciones
La Découverte, recordó que al principio Samuel Beckett y
Margarite Duras tenían ventas tardías de sus obras; ahora
se hallan entre las más solicitadas en Francia.
Schiffrin mencionó el caso de Kafka: el editor
alemán que lo publicó por primera vez tiró 600 ejemplares.
Y están los casos de James Joyce, Juan Rulfo, Jorge
Luis Borges... y de cientos de autores que ahora, no cabe duda, son clásicos,
pero que no vendieron ni 300 ejemplares de sus primeras ediciones.
Industrias sofocadas
La
importancia de las editoriales locales radica en su función de receptoras
y promotoras de las diversas manifestaciones e identidades nacionales,
aun cuando esa labor no genere magníficas ganancias.
Y eso lo saben gobiernos como el de Francia, que rechazó
en 1999 la intervención de la Organización Mundial del Comercio
en sus políticas culturales, para evitar el riesgo de la uniformidad,
o Canadá, que propuso a México y Estados Unidos no incluir
a las industrias culturales en el Tratado de Libre Comercio.
Pero las industrias culturales de la región, indicó
García Canclini en el mencionado foro del BID, carecen de protecciones
y garantías estatales para enfrentar a las trasnacionales que se
lanzan a la conquista de los mercados. Los países de Latinoamérica
soslayan legislaciones en materia editorial, criterios para abastecer su
red de bibliotecas, subvenciones fiscales, planes de capacitación
para el sector editorial, programas para promover y estimular la lectura,
créditos accesibles para la modernización de las editoriales,
asistencia a librerías...
La excepción de la regla es Colombia, que mediante
una ley en la materia exime de cualquier impuesto a su industria editorial
o a las empresas extranjeras que realicen su labor productiva allí.
Es de justicia reconocer que en Colombia no hay más lectores que
en México; sin embargo, esa legislación permitió que
en 30 años la producción de libros pasara de 350 a 6 mil
títulos anuales.
En México, en cambio, la cámara del ramo
espera para este 2002 una caída de 20 por ciento en la producción
y el cierre de 300 firmas, que no podrán sobrevivir con las nuevas
disposiciones fiscales.
México este año decidió gravar la
creación, medida que comparte con Chile, laboratorio del modelo
neoliberal en América Latina.