LA CONTINUA SUMERSION DE LOS PAISES EMERGENTES
El
desastre económico y social que sufre Argentina --donde cada día
se incorporan 24 mil personas al ejército ya inmenso de los pobres--
no ha movido hasta ahora al Fondo Monetario Internacional (FMI) a conceder
al país sudamericano ni siquiera la menor ayuda (que sin embargo
sigue prometiendo para obtener más concesiones del gobierno de Buenos
Aires, combinando la zanahoria con el garrote). La explicación es
simple: no sólo el FMI es corresponsable de la crisis argentina
con sus recomendaciones y exigencias y con sus apoyos irresponsables a
grupos notorios de delincuentes y corruptos (como el ex presidente Carlos
S. Menem, socio de George Bush) sino que también el derrumbe argentino
fue utilizado para debilitar la economía brasileña y el Mercosur,
de modo de facilitar la aceptación del Area de Libre Comercio de
las Américas (ALCA) y también para dar una señal a
otros países sobre lo que les podría pasar si trataban de
engañar al FMI. Sin embargo, la realidad desbordó el control
de los aprendices de brujo ya que el estancamiento de la economía
mundial persiste y provoca el agravamiento de la situación de todos
los países llamados emergentes. Los enfermos graves que el FMI debe
atender --como Turquía-- no se recuperan y, además, se multiplican
y la moneda de esos países cae más rápido que el dólar,
aunque éste pierda posiciones frente al euro. Tal es el caso de
Brasil, donde el dólar se encarece día a día ya que
los bonos del Estado brasileño son considerados inseguros y la moneda
estadunidense, pese a su debilidad, aparece como un refugio. Además,
la caída de Argentina tiene un fuerte efecto negativo sobre la economía
de Brasil, o sea del país más extenso y más poblado
de América Latina, así como sobre otros países más
débiles, como Uruguay y Paraguay e impulsa las movilizaciones sociales,
los movimientos campesinos y las huelgas generales como las que cambiaron
los planes gubernamentales de privatizaciones del gobierno de Asunción
o jaquearon al gobierno de Montevideo. De este modo, y ante las consecuencias
sociales y políticas de la generalización de la crisis argentina
a toda la región, el FMI modificó su decisión e iniciará
en pocos días la negociación con el gobierno argentino para
darle una bocanada de oxígeno bajo la forma de un poco de dinero
fresco. Pero los problemas que sufre Brasil, cuya economía es mucho
más grande que la argentina, y las dificultades crecientes de México
(donde disminuyen las inversiones extranjeras y se encarece el dólar,
haciendo aún más pesada la deuda externa, mientras las importaciones
son más caras y siguen superando en valor a las exportaciones) plantean
una amenaza generalizada. De este modo lo que aparecía hasta ahora
como un castigo limitado sólo al gobierno de un país como
Argentina que, por importante que sea en nuestro continente, es de todos
modos marginal en la economía mundial, corre el riesgo de transformarse
para Washington (y, por consiguiente, para su instrumento, el FMI) en un
problema mayor, con consecuencias políticas, sociales y económicas
en todo el planeta.
Dicho sea de paso, es interesante ver las contradicciones
en la política de Washington que, mientras intenta controlar una
crisis que Estados Unidos y las instituciones a su servicio ayudaron a
provocar, la agrava con la subvención por 190 mil millones de dólares
a diez años a sus agricultores, dando así un golpe terrible
a sus competidores canadienses, mexicanos, argentinos, o con el proteccionismo
al acero estadunidense, que afecta gravemente las exportaciones siderúrgicas
brasileñas y mexicanas. La decisión de sangrar a fondo las
economías de los emergentes, haciéndoles pagar hasta el último
centavo de una deuda inmoral e insoportable choca con el temor a las consecuencias
de tal política de expoliación. El resultado es evidente:
una política zigzagueante, que se limita a tratar de tapar los agujeros
anteriormente creados y ampliados sin tener siquiera idea de a dónde
irá a parar este proceso que, recordémoslo, concentra la
riqueza a costa de la extensión de la pobreza y, al debilitar los
Estados, cierra también la vía para las soluciones negociadas
e institucionales y abre la de los movimientos populares. alternativos.