OAXACA: BARBARIE Y ABANDONO
La
masacre perpetrada el viernes pasado en el paraje Agua Fría, municipio
de Santiago Textitlán, Oaxaca, en la cual 26 trabajadores de un
aserradero fueron asesinados y otros dos resultaron heridos, es una tragedia
anunciada, como casi todas las confrontaciones que ocurren en esa paupérrima
región indígena.
Aunque las autoridades estatales informaron, a dos días
de ocurrido el homicidio múltiple, de la captura de 16 individuos
que presuntamente participaron en la emboscada, y a pesar de que se ha
fortalecido la hipótesis de que el crimen tiene que ver con un añejo
conflicto de tierras entre los municipios colindantes de Santiago Xochiltepec
-de donde eran originarios los asesinados- y Santo Domingo Teojomulco,
aún hacen falta muchos elementos para tener un panorama claro del
motivo circunstancial de este crimen repudiable y de la manera en que se
urdió.
Puede apuntarse, sin embargo, que la matanza del viernes
en Agua Fría tiene antecedentes cruentos y terribles: casi 20 muertos
en 1986, en un enfrentamiento entre los municipios de Santiago Amoltepec
y Santa María Zaniza; una masacre más en 1995 con saldo de
29 campesinos asesinados; otra matanza en 1998, en el marco de la confrontación
vigente entre ese municipio y San Lorenzo Texmelucan -más de 20
muertos- y un ataque con armas de fuego contra la escuela secundaria de
Xochiltepec, en enero pasado, atribuido a gente del alcalde de Teojomulco,
Antonio Roque, quien tiene una larga trayectoria de antecedentes penales.
Con esos precedentes, las autoridades estatales y federales
tenían el deber de atender los viejos conflictos agrarios que contraponen
a cuatro municipios de la zona. Pero la clase política nacional
y las instituciones sólo se acuerdan de la región cuando
realizan incursiones en ella para perseguir narcotraficantes o efectuar
acciones de contrainsurgencia, o bien cuando se acerca una elección
y llega el tiempo de buscar votos.
Desde esa perspectiva, los gobiernos federal y estatal
tienen una responsabilidad ineludible en la matanza perpetrada en Agua
Fría el viernes pasado. No se trata de una responsabilidad directa
por actos de barbarie vinculados con la represión, como ocurrió
en Aguas Blancas, Guerrero, y Acteal, Chiapas, en el sexenio de Ernesto
Zedillo; en cambio en el caso oaxaqueño salta a la vista la responsabilidad
por falta de interés, abandono, apatía y desgobierno.
Cabe preguntarse si será necesaria otra matanza
para que las autoridades -federales y estatales- se apliquen a resolver
los conflictos agrarios, la miseria, la falta de esperanza y la marginación
en la Sierra Sur de Oaxaca y eliminar así un caldo de cultivo para
la violencia intercomunitaria, el narcotráfico y la insurgencia.
En lo inmediato, resalta la obligación acuciante de procurar e impartir
justicia y de cerrar el paso a una impunidad que, está visto, propicia
nuevos actos de barbarie.