Al menos cuatro integrantes de la familia desaparecieron
luego de ser detenidos
Los Tecla Parra, ejemplo de la persecución policiaca
Sobre una de las jóvenes se supo que en los sótanos
de la DFS "se les pasó la mano"
Los Tecla Parra formaban parte de una numerosa familia
obrera de Azcapotzalco. Cuando Rosendo Tecla y Ana María Parra se
casaron, el padre de él les dio uno de los cuartos traseros de su
casa para que vivieran, como lo había hecho con sus otros hijos.
El hermano menor de Rosendo, Alfredo, estudiaba derecho en la UNAM y participaba
en la escuela de cuadros del Partido Comunista (PC).
Las ideas comunistas del joven Alfredo eran motivo de
agrias disputas familiares. Primer miembro de la familia que iba a la universidad,
enfrentaba al padre y a los hermanos, pero era apoyado por su cuñada
Ana y por algunos de sus sobrinos, quienes le ayudaban a distribuir el
periódico del Partido Comunistas en su colonia y discutían
en el comité Octubre Rojo.
Ana
María Tecla estaba dedicada a las labores domésticas. Empezó
a participar en las marchas durante el conflicto estudiantil de 1968, como
acompañante de sus sobrinas, que estudiaban en la prepa 5,
y de sus hijos mayores, estudiantes de secundaria, quienes militaban en
la Juventud Comunista. Los seguía a las manifestaciones de la misma
manera que iba con ellos al cine. Sin alguna de las tías, los jóvenes,
sobre todo las mujeres, no podían salir.
La militancia de las mujeres de la familia se fue acentuando.
Georgina Tecla, la mayor de las sobrinas de Ana, recuerda que el activismo
político no sólo surgía del deseo de "cambiar el mundo",
sino que se volvió una forma de liberarse del ambiente machista
de su casa. Los varones bebían con cierta regularidad, y Rosendo
golpeaba a Ana y maltrataba a sus hijos.
En las marchas de 1968 y l971 (buena parte de la familia
estuvo el 2 de octubre en Tlatelolco y el 10 de junio en la marcha del
Jueves de Corpus), Ana María y algunos de sus hijos -tuvo siete-
empezaron a relacionarse con grupos que optaron por la vía armada,
como el Movimiento de Acción Revolucionaria (MAR). Ella estaba otra
vez embarazada y tuvo un aborto. Fue a dar al hospital. Su esposo no quiso
ir a recogerla, y Ana empezó a buscar ayuda desde la clínica
para pagar la cuenta.
Al parecer, los amigos que fueron por ella al hospital
eran perseguidos por la policía política, que cargó
con todos cuando abandonaban el lugar. Las cosas entre la familia Tecla
Parra fueron de mal en peor. El padre insultaba a las hijas: "van a terminar
como su madre... en la cárcel".
En 1978, con la amnistía de José López
Portillo, Ana María salió de la cárcel para mujeres
de Santa Martha Acatitla. No regresó a su viejo domicilio. Sus problemas
no habían terminado. "Me fastidian de los dos lados", le comentó
un día a su sobrina Georgina, hoy maestra en el Instituto Politécnico
Nacional. Había fricciones dentro de los grupos armados, por una
parte, y la policía no dejaba de andar siempre tras los ex presos
políticos.
Un año después, en 1979, Ana María
fue detenida de nueva cuenta, pero entonces no fue llevada a una cárcel,
sino al Campo Militar número Uno. Ahí la vio Laura Gaytán,
también militante del MAR, con quien compartió celda. Hacía
yoga y trataba de ayudar a todos. "Nos daba ánimos", recuerda Laura,
quien incluso rememora que se puso a cantar con ella un día, cuando
la vio muy triste. Laura pasó tres meses en ese lugar; sin embargo,
a Ana María nadie la vio salir. Desde entonces está desaparecida.
En esos años, la Brigada Blanca entraba
y salía de la casa de los Tecla Parra. Llegaban tirando las puertas
y gritando: "somos la Brigada Blanca, ¿dónde están
las armas?" En una de sus visitas se llevaron a dos de los hijos de Ana:
Alfredo, el mayor, y Adolfo, uno de los menores, que tenía 15 años.
Alfredo fue finalmente presentado (todo golpeado) ante el Ministerio Público,
pero al más chico nunca se le volvió a ver.
Para Artemisa y Violeta, también hijas de Ana María,
la vida era de confrontaciones constantes con su padre. La primera tenía
18 años y la otra 15 cuando se fueron de su casa. Corría
el año 1980. Ambas tenían contactos con grupos armados. De
Artemisa se supo que en los sótanos de la Dirección Federal
de Seguridad "se les pasó la mano", "murió durante un interrogatorio".
Sobre Violeta, que estudiaba en la prepa popular de Liverpool, nadie
volvió a tener noticias.
De Violeta -todavía no cumplía los 16-,
La Jornada encontró una fotografía en los archivos
de la Procuraduría General de la República. La reporta como
"recluida en la Cárcel de Mujeres del Distrito Federal" y los documentos
hablan de un proceso judicial abierto. Sin embargo, hasta la fecha forma
parte de la lista de desaparecidos del grupo Eureka.
A Georgina Tecla se le humedecen los ojos cuando recuerda
a su tía. "Anita era mi tutora en la secundaria. Me inscribía
en la escuela y firmaba mis boletas..."
En
esos años, Georgina fue en una ocasión a ver a Miguel Nazar
Haro, porque la última vez que los visitó la Brigada Blanca
se llevó a una de sus hermanas y a su cuñado, sin importarles
que el matrimonio tenía un bebe recién nacido. La angustia
provocada por la posibilidad de sumar a los cuatro desaparecidos de la
familia nuevos nombres fue más grande que el miedo al policía,
de quien corrían historias de terror.
Sobre el escritorio de Nazar Haro había un ejemplar
de Madera, el órgano de información de la Liga Comunista
23 de Septiembre. "¡Mírelo, calientito!", le dijo Nazar. A
Georgina aquel comentario le dio vueltas en la cabeza durante mucho tiempo.
"Fuimos muy ingenuos", resume. Y platica que no sólo la guerrilla,
sino también el Partido Comunista estaban infiltrados.
Un detalle: un día, después de una marcha
en la que terminaron empapados porque se soltó un aguacero, decidieron
ir a la casa de un "compañero" que cuidaba el local del PC, entonces
ubicado en la calle de Mérida. Tomás no sólo militaba,
sino que recibía un salario del partido como velador. No sin algunas
reticencias, el viejo les permitió entrar en el cuarto donde supuestamente
vivía. El grupo de jóvenes entró en tropel buscando
algo seco que ponerse. Georgina revolvió en uno de los cajones y
al fondo, entre camisas y pantalones "hechos bolas", descubrió una
credencial que acreditaba al velador como agente de la Dirección
Federal de Seguridad.
Aun en los ambientes de izquierda, recuerda Georgina,
ser de una familia ligada a los grupos armados tenía sus bemoles;
los discursos eran radicales, pero había quienes no deseaban que
se les viera junto a "guerrilleros". El gobierno "siempre supo quiénes
se realizaban gritando consignas incendiarias, haciendo pintas... yendo
a las marchas sin sostén. Pero también quiénes estaban
dispuestos a algo más".
Hoy, algunos de los hermanos Tecla Parra no quieren siquiera
recordar esos años. No sólo porque la familia se deshizo,
sino porque para quienes sobrevivieron la militancia familiar se volvió
muchas veces un estigma.