Leonardo García Tsao
Conclusiones de Cannes
Ante el dominio mundial de Hollywood, no deja de ser significativo
que en los últimos cinco años de Cannes el cine europeo se
ha llevado la Palma de Oro de manera consecutiva. La ganadora de este año,
The pianist, está hablada en inglés y protagonizada
por un actor estadunidense, Adrien Brody. Sin embargo, fue producida con
capital francés y dirigida por un polaco expatriado, Roman Polanski,
sobre un tema como el Holocausto que, aunque abordado antes en diversas
cintas hollywoodenses, ha encontrado aquí su expresión más
personal y convincente.
Por
otro lado, llamó la atención el predominio de la mirada realista
sobre la fantasía, bajo un tono de sobrio dramatismo. Esa ha sido
la línea habitual de los británicos Mike Leigh, Ken Loach,
los hermanos belgas Jean-Pierre y Luc Dardenne, el francés Robert
Guédiguian y el chino Jia Zhangke, y no hubo sorpresas en ese sentido.
Pero hasta el canadiense David Cronenberg, conocido por sus delirantes
especulaciones sobre la transformación del cuerpo humano, ofreció
en Spider la inquietante descripción de un desequilibrio
mental sin recurrir a repugnantes efectos especiales.
El único cineasta en concurso que intentó
una narrativa abiertamente fantástica fue el francés Olivier
Assayas con Demonlover, confusa aproximación al mundo de
la realidad virtual y la cibernética porno. Es probable que tras
ese descalabro tan estrepitoso el realizador regrese al drama realista
de raíces autobiográficas que le dio mejores resultados.
También podría contarse como fantasía a Russian
ark, de Alexander Sokurov, especie de viaje en el tiempo a través
de un paseo -en un solo, impresionante plano-secuencia- por el museo de
l'Ermitage, recreando algunas instancias claves de la historia rusa. Al
margen de su pedantería, la película manifiesta la extraordinaria
calidad visual que ha alcanzado el video digital. Otras cuatro películas
en la sección oficial fueron filmadas con la misma tecnología,
y ese parece ser el futuro inevitable del cine.
Curiosamente, la representación oficial de Estados
Unidos estuvo signada por el humor. Tanto About Schmidt, de Alexander
Payne, como Punch-Drunk Love, de Paul Thomas Anderson, son comedias
sobre hombres solitarios en diferentes registros. (Por cierto, el protagonista
masculino enfrentado a una situación crítica en su vida fue
uno de los temas recurrentes de la competencia.) El festival se inauguró
con la bufonada de Woody Allen, Hollywood ending. Mientras que el
documental Bowling for Columbine, de Michael Moore, enfocaba el
tema serio de la violencia excesiva en su país desde una óptica
socarrona. Si algo saben hacer los gringos es burlarse de sí mismos.
Durante la ceremonia de premiación, Pedro Almodóvar
fungió como presentador y dijo una frase de reproche al festival:
"El cine español existe". Pudo haber ampliado el comentario a "El
cine EN español existe", pues Cannes fue este año mucho más
atento a las cinematografías africana y árabe, por ejemplo,
que a la iberoamericana. Aun así, los mejores momentos de cine puro
corrieron a cargo del español Víctor Erice en su aportación
a la película de episodios Ten Minutes Older?The Trumpet,
hermoso corto sobre el paso del tiempo centrado en la figura de un bebé
en peligro de muerte.
Según he comentado en anteriores artículos,
el cine mexicano gozó de una participación favorable aunque
no fue convocado a la prestigiosa sección oficial. Vaya, los dos
títulos seleccionados -Japón, de Carlos Reygadas,
y el corto De Mesmer con amor, o té para dos, de Salvador
Aguirre y Alejandro Lubezki- obtuvieron sendos reconocimientos (el corto
se llevó hasta dos premios), lo que en un plano estadístico
significa un éxito al 100 por ciento, algo que los sendos pares
de películas de Argentina y Brasil, por decir algo, no lograron.
Sin querer echar la sal, es probable que el equipo de mexicanos que a partir
del próximo lunes comenzará a desempeñarse en otro
tipo de competencia no conseguirá un resultado tan satisfactorio.
Y nadie organizó festejo alguno en el Angel de la Independencia.