Juan Arturo Brennan
Cuerda, metal, percusión
El sólido concierto del Cuarteto Latinoamericano en el Foro Internacional de Música Nueva se caracterizó por contrastar tres obras plenamente abstractas con dos partituras figurativas, por así decirlo. En contra de la apreciación de los ''vanguardistas", lo mejor del recital estuvo precisamente en las dos obras marcadas por fuentes e influencias claramente identificables.
En el eco de las paredes, del costarricense Alejandro Cardona, es una obra muy expresiva, de texturas homogéneas y de gran claridad y concisión en el desarrollo de sus ideas básicas. Se trata de un cuarteto de cuerdas muy atmosférico en el que las fuentes populares están correctamente estilizadas y bien integradas al discurso de la obra. Es, simplemente, una obra moderna cuya complejidad es sólo la necesaria para sus fines musicales y expresivos.
La otra partitura del programa en esta misma línea de pensamiento resultó ser lo mejor de la noche: el Cuarteto no. 3, de Reza Vali, originario de Irán y avecindado en Estados Unidos. La pieza está llena de los giros motívicos y los choques armónicos típicos de su música, con un empleo sabio de los microtonos y otros recursos técnicos. En su parte inicial, el Cuarteto no. 3 de Vali ofrece un amplio y evocativo solo de viola que es casi como una invocación cantada; Javier Montiel dio a este solo una amplitud y profundidad notables. La música aquí creada por Vali está hábilmente referida a sus fuentes y a su origen, y se caracteriza por una rara intensidad y una invariable concentración.
De las otras tres obras, la más interesante fue Ságara, del mexicano Juan Sebastián Lach, partitura en la que los microtonos y los armónicos sirven de sustento a interesantes ambientes sonoros anclados, sin embargo, en un marco de rigurosa abstracción.
En los Dos movimientos para cuarteto, del mexicano Hugo Morales Murguía, la acumulación, por momentos dispersa, de recursos y efectos se distiende aquí y allá para ofrecer pasajes de energía sonora bien distribuida y dosificada. Y en los Movimientos para cuarteto, del inglés Harrison Birtwistle, hay una corriente de complejidad extrema, no siempre transparente, especialmente notable en un tejido rítmico casi indescifrable. Como de costumbre, interpretaciones de alta concentración a cargo del Cuarteto Latinoamericano, preparadas y ejecutadas a conciencia en el contexto de un programa complejo.
Un par de días después tocó el turno a la sesión de metales y percusiones (desafortunadamente separados y segregados) del Foro Internacional de Música Nueva. Esta vez la selección del repertorio de metales resultó poco convincente. Lo rescatable, quizá, fue la pieza Basta para trombón solo, del sueco Folke Rabe, en un espíritu semejante al de la Sequenza V, de Luciano Berio. Las complejidades técnicas, los apuntes teatrales y el espíritu lúdico de la obra fueron bien preparados y trabajados por el trombonista Gustavo Rosales.
En las otras dos piezas (para cuarteto y quinteto de metales) no se aprovecharon cabalmente las cualidades de un grupo de muy buenos intérpretes. Still, del mexicano Juan Cristóbal Cerrillo, es una pieza marcada por la claridad de ideas y la concentración de materiales, aunque no está a la altura de la sólida obra que le tocó el Cuarteto Arditti hace unas semanas, mientras que el Quinteto de Ira Taxin no ofrece salida alguna para su aspereza generalizada, salvo en su segundo movimiento, una interesante lucha entre instrumentos con y sin sordina.
En la parte percusiva del programa, a cargo de Tambuco, la obra destacada fue Di luglio, de la joven compositora japonesa Yaeko Asano (1980). Silbidos y vocalización de la soprano (Lourdes Ambriz) en un estilo marcado por una delicada poética, discretos toques colorísticos en la percusión, buen balance dinámico y un solo punto climático como contraste dramatúrgico, caracterizan a esa atractiva obra de Asano.
A contratiempo, de Alejandro Luis Castillo, más allá de un par de energéticos momentos de altos decibeles, se aprecia como un recorrido por el percusionismo de alto contraste sin finalidades musicales bien definidas.
Finalmente, la extensa Hunab Ku, para gran arsenal de percusiones con piano y celesta, del flautista y compositor mexicano Salvador Torre. Compleja, variada y fragmentada, la obra requiere de algunos movimientos y acciones escénicas por parte de los percusionistas, que quizá van en detrimento de la continuidad del material musical, un material que por momentos se atomiza y se dispersa por las dimensiones de la obra.
Sin embargo, el sólido oficio de Torre se aprecia en algunos pasajes singulares, como una campanología tímbricamente exquisita, o un cuarteto de marimbas de gran coherencia.