PGR: EL PANICO A LA VERDAD
Casi
dos meses después de la muerte de Guillermo Vélez Mendoza,
señalado por la Procuraduría General de la República
(PGR) como integrante de una banda de plagiarios y fallecido tras un frustrado
operativo de captura implementado por elementos de la Agencia Federal de
Investigaciones (AFI), la institución encargada de procurar justicia
admitió que se trató de un "homicidio violento" y no de una
muerte accidental.
Sin embargo, los titulares de Servicios Periciales y del
Servicio Médico Forense de la PGR, Miguel Oscar Aguilar y Jorge
López Hernández, persisten en negar que el fallecido haya
sido víctima de torturas por parte de los policías del AFI,
pese a las pruebas forenses y periciales que documentan los golpes y lesiones
de que fue víctima Vélez Mendoza, pruebas que fueron aportadas
horas después del asesinato por la Procuraduría General de
Justicia del Distrito Federal (PGJDF).
Tales pruebas fueron recogidas y ampliadas por la propia
Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH), la cual emitió
una recomendación en la que acusó a la PGR de encubrir a
sus agentes ?a los que culpó de homicidio doloso?, descalificó
la reconstrucción de hechos realizada por la dependencia y responsabilizó
a su personal de haber cometido "violaciones al derecho a la vida, integridad
y seguridad personal, detención arbitraria, trato cruel y degradante,
homicidio, integración irregular de averiguación previa y
ejercicio indebido de la función pública" en contra de Vélez
Mendoza.
Contra todas las evidencias disponibles, vulnerando el
derecho, incumpliendo su deber de transparencia y a contrapelo del sentido
común, la PGR ha optado por aferrarse a su negación inicial
sobre las torturas que sufrió el ahora occiso. Sin embargo, las
circunstancias han obligado a la dependencia a ir variando su versión,
que pretendía explicar la muerte del presunto secuestrador como
resultado accidental de la aplicación de una llave china.
De esa forma, la institución que debiera procurar
justicia en el país parece sufrir de pánico ante la verdad
y optar por la peor y la más desgastante de las salidas: una suerte
de reconocimiento en abonos de su responsabilidad en lo que, según
los datos disponibles, fue el asesinato de un ciudadano inerme a manos
de efectivos policiales, uno de los cuales tenía, en el momento
de los hechos, antecedentes delictivos por homicidio.
El episodio --cuyo esclarecimiento se ha convertido en
una obligación de Estado para el gobierno de Vicente Fox, aunque
para cumplirla tuviera que despedir al procurador Rafael Macedo de la Concha--
es un botón de muestra del estancamiento y falta de avance en el
país en materia de derechos humanos, por más que la Secretaría
de Relaciones Exteriores (SRE) pretenda presentarse ante el mundo como
representante de un régimen que protege y hace valer tales derechos.
Otros datos que ilustran tal estancamiento son la indignante
situación de la estudiante Ericka Zamora, convicta con base en declaraciones
que le fueron arrancadas bajo tortura, así como la falta de resultados
en las investigaciones sobre el homicidio de la abogada Digna Ochoa, defensora
de los derechos humanos.
En este contexto, el Presidente y sus empleados parecieran
olvidar que una parte sustancial del mandato que recibieron el 2 de julio
de 2000 fue trabajar a favor de los derechos humanos, sí, pero no
en Cuba, sino en México.