ECONOMIA: SIGNOS DE ALERTA
Más
allá de lo que pronosticaban las previsiones más pesimistas,
el producto interno bruto (PIB) retrocedió en el primer trimestre
del año en curso 2 por ciento con respecto al mismo periodo del
ejercicio anterior, de acuerdo con datos dados a conocer ayer por el Instituto
Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI).
El dato, aunado a la baja de 4 por ciento de las inversiones
extranjeras en la Bolsa Mexicana de Valores (BMV), cifra que también
fue dada a conocer ayer, hace pensar que la economía nacional difícilmente
logrará el crecimiento oficialmente esperado para este año,
que es de entre 1.7 y 1.8 por ciento, según las estimaciones de
la propia SHCP y el Banco de México.
Si se considera el desempeño económico del
último año y medio, el panorama resulta angustiante y desolador:
el país lleva seis trimestres consecutivos perdidos (desde el último
de 2000 hasta el primero de 2002) en materia de crecimiento, es decir,
18 meses continuos de postergación y frustración de las expectativas
sociales. Llevada al ámbito de la estabilidad política y
la gobernabilidad, la recesión económica es una inocultable
bomba de tiempo.
Si, como de alguna manera lo pretende el modelo económico
ortodoxo --vigente desde el sexenio de Miguel de la Madrid hasta la fecha--,
la salud de los macroindicadores es la razón y la justificación
últimas del desempeño gubernamental, los datos referidos
debieran inducir a los responsables de la política económica
a replantearse los lineamientos generales de su acción y a considerar
seriamente manejos alternativos.
Si los políticos del gobierno son capaces de vincular
los números con los horizontes humanos e institucionales, tendrían
que darse cuenta de la necesidad de emprender un viraje.
Hace dos años el candidato presidencial Vicente
Fox ofreció a la nación un programa político que habría
de realizarse en un contexto de crecimiento económico de 7 por ciento
anual.
Hoy, la presidencia foxista tendría que plantearse
cambios de estrategia política y económica proporcionales
al tamaño del fracaso de esa promesa --independientemente de las
causas exógenas que, ciertamente, han incidido en el incumplimiento--
y explicar a la sociedad de qué manera se piensa resolver el desafío
que implica el continuado crecimiento de la población y el persistente
decrecimiento de la economía.