Eduardo Galeano
Las cometas
Acaba la estación de las lluvias, el tiempo refresca,
en las milpas el maíz ya se ofrece a la boca. Y en el pueblo de
Santiago Sacatepéquez crece, en cada casa, una cometa mucho más
grande que cada casa. No hay vecino que no sea un artista de las cometas,
capaz de combinar, con mano maestra, los colores que van formando flores
o soles o estrellas en círculos sucesivos.
Después, las cometas se despliegan fuera de casa,
y en la intemperie se pegan a las armazones de caña. Entonces estos
pájaros inmensos, de plumas de papel, esperan que llegue la hora
del vuelo.
Cuando amanece el Día de los Muertos, las cometas
más grandes del mundo se alzan sobre el cementerio y ondulan en
el aire, hasta que rompen las cuerdas que las atan y en el aire se pierden.
Allá abajo, al pie de cada tumba, la gente cuenta
a sus muertos los chismes y las novedades del pueblo. Los muertos no contestan.
Ellos están gozando esa fiesta de colores que ocurre allá
arriba, donde las cometas tienen la suerte de ser viento.