Llevó a Jorge Aguilar Mora 20 años
escribir Los secretos de la aurora, su reciente novela
''Creo en las obras únicas, no en la repetición
de la retórica individual"
Explica que el lenguaje y la historia actuaron solos
en ese texto; ''sólo fui un amanuense''
CESAR GÜEMES
Después de un muy largo tiempo, de amplias caminatas
y de muchas tardes por la poesía y el ensayo, Jorge Aguilar Mora
se rencontró con la novela. El autor de libros fundamentales para
entender la narrativa en el último tercio del siglo XX mexicano,
como Si muero lejos de ti y Cadáver lleno de mundo,
está de nuevo en la patria de los narradores, de la cual, por cierto,
en realidad nunca se había separado del todo. Su nueva obra, Los
secretos de la aurora, publicada por Era, da cuenta de ello.
-Es una muy agradable sorpresa verlo de regreso a la novela,
luego de Si muero lejos de ti y Cadáver lleno de mundo.
¿A qué obedeció ese silencio narrativo que media entre
aquellas novelas y la presente?
?El silencio no fue sólo mío, fue también
de la misma novela. En cierto sentido, ella se tardó veinte años
en escribirse. Por un lado, fue un largo proceso en el cual el lenguaje
y la historia estuvieron buscándose, encontrándose y desencontrándose.
Por otro, fue mi incapacidad como conciliador para que esos encuentros
fueran más frecuentes y más duraderos, pues, en cierto sentido,
mi única brújula era que no quería repetirme escribiendo
otra novela como Si muero lejos de ti, así como al escribir
ésta no había querido repetir Cadáver lleno de
mundo. En mi caso, para mi mundo, no creo en el estilo personal. Creo
en las obras únicas y no en la repetición de una retórica
individual contando historias distintas. En conjunto, para que se realizara
Los
secretos de la aurora tuvieron que pasar veinte años, llenos
de experiencias únicas -unas de placer inacabable y otras de desesperación
sin fondo- entre el lenguaje, la historia que quería ser contada
y yo. Lo importante para mí es que al final, en los últimos
años, el lenguaje y la historia comenzaron a actuar solos, olvidándose
cada vez más del "autor". Las palabras y los hechos, las palabras
y los lugares se fueron creando mutuamente, con un entendimiento propio
de ellos. Terminé convirtiéndome en un amanuense o en un
evangelista que simplemente transcribía lo que el lenguaje y la
historia decidían que se tenía que escribir.
-Una de las características más notorias
de su nueva obra es la proliferación de personajes. Si bien eran
necesarios para contar esta amplia historia, ¿cómo hizo para
manejarlos, para que no se mezclaran sus personalidades?
-Precisamente
la proliferación de personajes y su entrecruzamiento es la raíz
del desarrollo mismo de la novela o, de otra manera, la novela se presenta
como una ''impresión'' de un mundo total, y por lo tanto es una
imagen arbitraria y fragmentaria. ¿Qué hice yo? Muy poco.
Como decía antes, no fui yo quien hizo la novela; la novela se hizo
casi sola. Si algo hice, fue hace veinte años, cuando decidí
contar una imagen que traía en la cabeza: una pareja que se despierta
a la mitad de la noche porque ambos esperan, cada uno por su lado, la llegada
de un acontecimiento decisivo en sus vidas, pero incomprensible. Después
de veinte años, resulta que no he podido aún escribir esa
escena. Esa pareja está en la novela, pero no la escena. Mis intentos
frustrados fueron exigiendo que yo me hiciera una imagen total no sólo
de esa escena, sino de esa pareja, y luego del mundo donde vivían,
y luego de todos los personajes que los habían conocido, y todos
los lugares donde habían estado, y todo lo que había permitido
que esa escena (que nunca escribí) pudiera suceder. Así se
fue dando la entrada de otros hechos, de otros personajes, de otros lugares,
y todos se fueron acomodando "solitos". Cada uno -cada lugar, cada personaje,
cada hecho- decidió su propia "entrada". Lo único que yo
podía hacer era tener la imagen total de lo ocurrido, de los personajes
y de los lugares. O sea que, para no hacer nada, tuve antes que hacer todo:
tener todo concebido, lo cual es un espejismo, porque es como creer que
hay alguien o que puede haber alguien que sabe todo lo que va a ocurrir.
En fin, mi imagen total, sin dejar de ser total, se fue modificando, haciendo
más chiquita y más grande, según iban entrando los
personajes y los hechos y los lugares. Todo se fue dando en el azar de
un destino contradictoriamente libre, enormemente libre, para mí
y para la novela.
-Es muy singular el hecho de que casi no hay diálogo
en la obra. ¿No le interesa esa forma narrativa? ¿A qué
se debe que toda la responsabilidad de la historia recaiga prácticamente
en una sola voz?
-La aparición de la voz única fue tal vez
el proceso más difícil de todos. La voz de ese narrador que
lo sabe todo y que al mismo tiempo no sabe nada porque todo lo sabe por
medio de lo que otros le dicen y de lo que otros saben... La voz de ese
narrador tenía que ser, para mí, el punto crítico
de resonancia donde los otros personajes y sus vidas se dejaran contar.
Quise que fuera una voz aceptada por los demás como su "vocero":
el mundo de la novela es un mundo que no está en este mundo, lo
cual no quiere decir ni que es de ciencia ficción ni que es una
utopía, ni que es metafísico, ni nada parecido. Al contrario,
no quiere ser de este mundo porque quiere estar en la imaginación
de cada lector, quiere ser parte de esos mundos inagotables que son las
imaginaciones de cada uno. Por eso, ese mundo se confía, se entrega,
por decirlo así, a una voz que será como el fiel de la balanza,
nada más eso; no es ninguno de los platillos, ni tampoco el peso
en los platillos de la balanza, sólo el fiel, el eje que hace posible
un equilibrio.
-Muchas de las referencias a que aluden los personajes
en el libro pertenecen al pasado, a hechos ya establecidos. En este sentido,
¿qué valor le confiere personalmente a la memoria?
-En la novela todo es memoria. Pero no sólo memoria
del pasado, también del presente y del futuro. En la novela se entiende
como memoria esa distancia mínima, casi inaprensible pero real,
inevitable, entre los hechos y nuestra percepción de ellos; entre
nosotros y la conciencia de nosotros mismos. Esa distancia, esa grieta
mínima e irremediable es la memoria, y esa memoria se da "hacia"
el pasado, el presente y el futuro. En realidad, la memoria es lo que nos
permite ser, contra la uniformidad temporal que nos quiere dividir en tres
"tiempos", lo que nos permite ser animales de un solo tiempo donde el pasado,
el presente y el futuro conviven y nos dan la posibilidad de evaluar la
vida como algo único.
-Ha dado a conocer cuatro poemarios, que numéricamente
son más que sus novelas y sus libros de ensayo. ¿Hay algún
debate interno entre el poeta, el ensayista y el narrador? ¿Cómo
convive con esas tres formas de pensar?
-Hace tiempo, muy al principio, tal vez sentía
que podía haber entre las diferentes formas de discurso, que son
la poesía, la novela y el ensayo, una forma de difícil convivencia.
Después aquella convivencia se convirtió en eso que su pregunta
define muy bien con la palabra "debate". Hubo una época de debate,
de discusión interna sobre las prioridades, las naturalidades, las
legitimidades de los discursos. Sin embargo, biográficamente, a
partir del libro de poemas Esta tierra sin razón y poderosa,
la difícil convivencia y el debate se transformaron en un flujo
y reflujo de reciprocidades que ya nada detiene.
''En ese flujo y reflujo, como mareas, no desapareció
la difícil convivencia, no desapareció el debate, pero se
rompieron las barreras, se rompieron los diques y la legitimidad se hizo
única, la naturalidad se hizo total: ahora, me es difícil
separar los discursos, porque están en constante diálogo,
porque están en constante trueque de ideas, palabras, imágenes,
y en ese diálogo y en ese trueque se pelean, discuten, debaten,
y también se alegran, se abrazan, se establecen complicidades incorregibles,
invisibles e indestructibles.
''No creo que haya discursos diferentes: hay un solo mundo
así como hay una sola naturaleza (así como hay muchas sociedades).
Y a lo mucho hay distintas retóricas; pero si tomamos la retórica
en ese sentido sano en que la tomaban los sofistas, y no en el sentido
nihilista del posmodernismo, entonces esas retóricas son simplemente
una forma de cortesía o agradecimiento con el lenguaje y con el
mundo, con el mundo y no necesariamente con la sociedad.
''A principios de los treinta, Edmund Wilson se preguntaba
sobre el futuro de la poesía y casi decía que estaba a punto
de desaparecer. Siempre ha habido y nunca dejará de haber visiones
apocalípticas, histéricas, alarmistas, para eso se inventó
la historia. La poesía no ha muerto y sigue siendo tan minoritaria
como siempre, a pesar de las ?de nuevo? constantes quejas de que nadie
lee poesía: por lo menos desde hace dos siglos, ¿quién
lee poesía? Se dice que ahora la poesía no la lee nadie,
como si Nerval hubiera sido un best-seller en su época. ¿Quién
leía a Nerval? Nadie; unos cuantos amigos. La poesía sigue
teniendo su función, eso hasta ahora nadie se lo ha podido quitar:
y en mi convivencia de discursos tiene también su lugar y afortunadamente
es uno de los lugares más o menos y más desconocidos.
''Lo mismo me sucede con la novela: sus horizontes son
infinitos. De hecho, ¿cómo terminar una novela como Los
secretos de la aurora? No se puede. Por eso las puertas de la novela
están abiertas para que entre la poesía y el ensayo, así
como el ensayo tiene también todos los horizontes esperándolo.
Tenemos todo para pensar y para repensar. Eso nunca se acabará''.