Fueron víctimas de violaciones a sus derechos humanos en tierras de Sonora
Padecen adolescentes poblanos y oaxaqueños engaño de El Bebé, enganchador de peones
Dan a conocer las condiciones laborales esclavizantes en el viñedo El Alto
LA JORNADA DE ORIENTE
Puebla, Pue., 11 de mayo. Con engaños y la ilusión de ganar dinero, 35 adolescentes -entre poblanos y oaxaqueños radicados en colonias ubicadas al sur de Puebla- viajaron al norte del país para trabajar como recolectores de uva, pero fueron víctimas de violaciones a sus derechos humanos.
Era la última semana de febrero cuando una persona que se identificó como Federico Domínguez (en realidad se llama Héctor Bermúdez, El Bebé) invitó a jóvenes de cinco colonias a un viaje al estado de Sonora con la finalidad de laborar en los viñedos y obtener hasta 450 pesos diarios, tres comidas y habitaciones cómodas.
Los muchachos decidieron guardar en secreto su intención de emigrar en busca de ingresos económicos ante el temor de que sus padres y familiares les negaran el permiso, "por los riesgos que pudiéramos encontrar en la aventura".
Así, el 16 de marzo, a las 12 de la noche, a la colonia Ampliación Antorchista llegó un autobús para 38 pasajeros, del que bajó El Bebé. En las calles aledañas lo esperaban algunos jóvenes.
Eduardo Lezama, de 50 años de edad -quien decidió acompañar a su hijo- contó que tuvieron que esperar dos horas para subir al camión porque muchos jóvenes se retrasaron, pues sus padres aún no dormían y, por tanto, no podían "fugarse".
"Si decidí irme hasta Sonora no fue por puro gusto. Mi hijo Adrián me insistió en que lo dejara trabajar en los viñedos junto con sus amigos, y la verdad es que tuve mucho miedo y así solito no lo iba a dejar ir. Entonces le dije, Ƒquieres ir?, no hay bronca, pero vamos los dos, aunque te enojes... y aceptó", expuso.
Un par de días después, con más de 42 grados centígrados en el ambiente, llegaron a una finca ubicada en el kilómetro 232 en la carretera que comunica a Hermosillo con Caborca.
En el trayecto, recordó Baldomero Hernández Mora -otro involucrado en el viaje, de 22 años de edad-, apenas pararon en seis ocasiones para desayunar, comer o cenar y, en ocasiones, sólo para entrar al baño.
"Desde ese momento pensé que no iba a ser un sueño como nos había comentado El Bebé... ya me latía que el trabajo no sería como lo que me imaginaba", mencionó.
El sueño hecho trizas
Una vez instalados en los viñedos El Alto, el sueño de obtener 450 pesos diarios se cayó. Miguel Juárez -joven de 16 años involucrado en la emigración- recordó que al recibir del capataz sus instrumentos de trabajo, éste les advirtió: "para que reciban una buena paga, necesitan llenar los guacales. Por cada uno que llenen les vamos a dar ocho pesos; tienen de las seis de la mañana hasta las seis de la tarde para juntar las uvas que puedan, con una hora para comer, aunque les recomiendo que se aguanten hasta la merienda para que no se vayan con poquito dinero".
Pero ese fue sólo el comienzo. De acuerdo con el relato de Eduardo Lezama, en su primera noche en la finca, el capataz los despertó dos horas antes de que amaneciera. A las cuatro de la mañana ya estaban de pie y uno a uno fueron obligados a bañarse con agua fría, a pesar de que iban a trabajar en el campo y en contacto con tierra.
Eduardo y su hijo se rehusaron a levantarse en tanto el reloj no marcara las 6 horas. El capataz, molesto, "nos arrojó una cubetada de agua fría y nos amenazó con dejarnos sin comer y sin trabajo si no le obedecíamos".
Más tarde, Ignacio Castillo, otro de los embaucados, sin experiencia para pizcar, se quejó de un fuerte dolor en las palmas de la mano. Eduardo dejó su trabajo para ayudarlo; sin embargo, una vez más el capataz, "que en ese momento supe que se llamaba Héctor Bermúdez, nos impidió dejar la labor, tiró a Ignacio contra el piso y, de inmediato, lo tomó una vez más y le dijo que o seguía en la pizca o no ganaba nada".
Por si fuera poco, al término de la jornada les dijeron que su sueldo se los entregarían al finalizar la quincena. Así, pese a que los migrantes quisieron salir a refrescar la mente no pudieron hacerlo y, además, durante la madrugada, los despertaron para cambiarlos de habitación.
Narraron que en su nueva sede sólo pudieron recostarse sobre camas de piedra; las paredes no tenían vidrios, el techo de lámina estaba mal puesto, casi a punto de caer, y las cucarachas caminaban por todos lados. Otro agravio que describió Ignacio Castillo, es que durante la comida les retiraban el plato aunque muchos ni siquiera dieron un bocado a los frijoles con huevo que a diario les servían.
Al cabo de una semana, con maltratos y trabajando hasta 12 horas continuas y sin comer, este grupo decidió dejar la finca y regresar a Puebla. Sin embargo, en los viñedos se negaron a pagarles la semana trabajada y optaron por volver caminando.
Así, contó Ignacio Castillo, junto con Jesús Martínez, Baldomero Hernández y Norberto Reyes -vecinos de las colonias del sur de la angelópolis-, y Pedro y Fernando -de quienes no conocía sus apellidos-, emprendieron el camino de vuelta.
A ratos caminando y otros a raid tardaron una semana en llegar a Puebla.
Sin embargo, de Jesús no supieron nada durante semanas. El jueves 26 de abril regresó luego de sobrevivir con la venta cocos en Guadalajara, Jalisco.