EU: ¿DECLARACION DE GUERRA?
En
la conferencia del Consejo de las Américas que se inició
ayer en Washington, la plana mayor del gobierno estadunidense enfocó
la "guerra contra el terrorismo" a tierras latinoamericanas. El secretario
de Estado, Colin Powell, habló de la perspectiva de un mayor involucramiento
militar de su país en el conflicto colombiano y formuló nuevos
propósitos injerencistas hacia Venezuela; el subsecretario de Estado
John Bolton acusó a Cuba de patrocinar el terrorismo, de fabricar
armas biológicas y de facilitar tecnología relacionada a
otros "estados hostiles". En esa reunión otro subsecretario, Otto
Reich, aseguró que el régimen de La Habana estuvo involucrado
-no dijo de qué manera- en la desestabilización ocurrida
el mes pasado en Venezuela; a su vez, el vicepresidente Richard Cheney
afirmó que existe en América Latina "actividad terrorista".
La significación de estos señalamientos
es perfectamente clara e inequívoca: en los círculos del
poder de Washington se piensa que ha llegado el momento de dirigir la ofensiva
"antiterrorista" contra quienes, en este hemisferio, disienten de Estados
Unidos en aspectos políticos o económicos, y los principales
amenazados son, por el momento, los gobiernos de Cuba y Venezuela y la
población colombiana.
Tal ofensiva es en realidad la más reciente formulación
de los viejos designios hegemónicos estadunidenses, concebida para
los tiempos del nuevo desorden mundial unipolar y en un entorno caracterizado
por la descomposición y el agotamiento de las propuestas neoliberales.
Pero, fuera de las nuevas amenazas -un tanto reales y
un tanto exageradas- que plantean a Estados Unidos los ámbitos radicales,
integristas y violentos del Islam, en América Latina el discurso
del gobierno de George W. Bush resulta por demás conocido. Las amenazas
contra Cuba y sus justificaciones parecen sacadas de los diarios de los
años sesenta del siglo pasado, la hostilidad contra el régimen
de Hugo Chávez tiene líneas argumentales semejantes a las
que esgrimía la administración de Richard Nixon contra el
gobierno de la Unidad Popular en Chile, y los amagos de intervención
armada en Colombia evocan los pretextos que empleó Ronald Reagan
para instrumentar su injerencia genocida en Centroamérica, en la
década antepasada.
Las naciones latinoamericanas saben, pues, a qué
atenerse y qué esperar de Washington en la circunstancia actual:
desestabilización, acciones de provocación tanto encubiertas
como desembozadas, así como asistencia a los gobiernos incondicionales
que deseen regularizar, sistematizar y eficientar los abusos de poder,
especialmente las violaciones a los derechos humanos, los cuales, una vez
más, podrán ser puestos entre paréntesis en aras de
defender un sistema de consignas y de valores de fachada: democracia, legalidad
y, sobre todo, seguridad nacional.
Cabe esperar que las sociedades de América Latina
sean capaces, en esta ocasión, de resistir a los vientos del Norte,
guerreristas, autoritarios y desestabilizadores, y que exijan a sus gobiernos
una postura firme en defensa de las soberanías, de la paz y de la
integración y la hermandad continentales.