Teresa del Conde
Miguel Ventura en el Carrillo Gil
La exposición El dilema P.M.S. (se trata
de un dilema posmenstrual) es aparentemente sólo para entendidos,
para especialistas que como Naief Yehya son semiólogos, no sólo
desde el ángulo teórico. Menciono a Yehya porque a su cargo
estuvo la redacción del texto para la muestra que visité
en la Galería de Arte Contemporáneo Placer-dolor-chubasco,
del mismo artista y alguna pieza allí presentada reaparece ahora
en este conjunto de apartados y modalidades organizados con curaduría
de Sylvia Navarrete y buen texto de Gonzalo Ortega, quien se toma el trabajo
de explicar el significado y la genealogía del New International
Language Committee, organización neoplatónica o virtual
creada por el propio Ventura.
Debo confesar que entre todas las exposiciones que ha
presentado el artista puertorriqueño, nacido en 1954, la que más
aprecié fue la del Museo de Arte Moderno en 1979. El era para mí
un absoluto desconocido. Todas las obras estaban realizadas con mina de
plomo sobre papel y el resultado -que Fernando Gamboa no entendió
súbito- era formidable porque la obscenidad y la denuncia no estaban
ausentes, sino medio ocultas, como una baraja en un mazo de cartas, dispuestas
a asaltar al receptor desde las elegantísimas composiciones tipo
neominimalista.
Sólo voy a detenerme en el aspecto de la actual
exposición que logré aprehender mejor: la conjunción
de la niña ''Heidi", especie de arquetipo heroico ario, de trenzas
rubias y sonrisa angelical (en su versión original) con el delirio
del presidente Schreber que Sigmund Freud divulgó en un memorable
análisis.
La vinculación es la correcta, porque Daniel Paul
Schreber que publicó sus memorias en 1903, en una edición
a su cargo, era un enfermo mental que se desempeñó en las
altas esferas vienesas y fungió como presidente del Tribunal de
Apelación.
Schreber habría padecido un ''delirio mitológico"
-incluso cambió de sexo en el curso del mismo, como acontece en
la iconografía de Ventura- y según Sabina Spielrein su pensar
en imágenes remite a ''una especial afinidad del mecanismo onírico
con el pensamiento arcaico". No sólo Freud, también Jung,
Ferenzi y Bleuler opinaron sobre el caso Schreber. Cuando el pensador Walter
Benjamin se topó con las memorias de Schreber en una librería
de viejo, según relata Roberto Calasso, ''se sintió inmediatamente
fascinado" y lo incluyó en su ''biblioteca patológica".
Eso mismo hace Miguel Ventura: lo anexa a su arsenal iconográfico,
hibridándolo a la niña Heidi, cuyas trenzas pueden ser al
mismo tiempo cordones que unen significantes siempre prestos a convertirse
en otra cosa, o alas de querubín.
La paranoia que atacó a Schreber, su importancia
como funcionario y la catharsis megalómana implícita
en la redacción y edición de las memorias de su crisis, como
él la entendió, es susceptible de calibrarse como el establecimiento
de un vínculo entre paranoia y poder. Eso fue, creo, lo que interesó
a Ventura, quien por supuesto se involucra con cuestiones sexuales en ése
y otros rubros de la exposición.
Queda fuertemente cuestionado el poder de la madre (buen
tema para el 10 de mayo) y el conjunto de videos, imágenes gráficas
e instalaciones ocupan el lugar de una voz obsesivamente detractora ''que
se apodera de cuerpo y mente. Una fábula del racismo y la intolerancia",
según palabras de Gonzalo Ortega.
A la entrada del museo hay un aviso: queda bajo responsabilidad
de los adultos la incursión de los menores en el ámbito de
la muestra. Como hay un apartado referido a la defecación, los niños
pequeños encauzan su curiosidad allí y se divierten: porque
la fase anal es un hecho absolutamente comprobable.
Un buen pasatiempo compartido para el viernes 10 de mayo
entre adultos y pequeños puede consistir en recorrer esta exposición.
No es una muestra placentera, pero hace reflexionar sobre la serie de mecanismos
de control que atosigan a las sociedades actuales.