Marta Tawil
Táctica y estrategia: la guerra contra el terrorismo
!A lo largo de la historia, el terrorismo ha aparecido
en diversas formas; ha sido el instrumento de gobiernos como de grupos
no estatales. No existe prácticamente movimiento de liberación
alguno en el mundo que no haya recurrido a prácticas terroristas
para alcanzar sus fines.
El estratega militar alemán del siglo XIX, Carl
von Clausewitz, decía que la guerra es la continuación de
la política por otros medios. Esta fórmula se aplica también
al terrorismo. Más allá de las diversas definiciones, el
terrorismo es un instrumento para conseguir objetivos políticos.
Cada organización terrorista tiene una agenda específica,
por lo que hablar de "terrorismo internacional" carece de sentido.
La descripción formal que hace Clausewitz del terrorismo
aparentemente encaja mal en el comportamiento militar de organizaciones
terroristas como Al Qaeda, o de grupos de resistencia como Hezbollah o
Hamas, que colorean sus reclamos y de-mandas con consideraciones religiosas.
Los factores culturales definitivamente influyen en las estrategias militares
de grupos y países; la cultura y la organización social ofrecen
el contexto y la guía de su lucha. En la literatura militar esto
se conoce como "cultura estratégica". En este sentido, por ejemplo,
en el modo de hacer la guerra de los grupos islámicos que recurren
al terrorismo sigue estando presente el valor expresivo (ritual, simbólico,
comunicativo) de la violencia para llamar la atención. Sin embargo,
la cultura no es una fuente de guerra per se, sino un factor que
interactúa con una determinada coyuntura social, económica,
de seguridad, geográfica y política específica.
II.
El carácter de la guerra ha cambiado con el paso de los años
y las innovaciones tecnológicas, pero su naturaleza sigue siendo
la misma: variable, azarosa e impredecible. Después de la guerra
fría y, particularmente desde la Guerra del Golfo en 1991, pasando
por la intervención militar en Kosovo y ahora contra Afganistán,
asistimos al escenario de las "guerras virtuales" que lleva a cabo Estados
Unidos, cuyo común denominador es la confianza ciega en la superioridad
tecnológica, la aversión a las pérdidas humanas (en
las filas de los aliados, sobre todo), la rutina de precisión en
las formas de ataque. Guerra virtual, aliados virtuales, soldados virtuales,
vencedores virtuales. En todo esto llama la atención la ausencia
de estrategia y de una definición clara de la victoria. La "guerra
mundial contra el terrorismo internacional" ilustra excepcionalmente esta
realidad.
Esta guerra es a todas luces una guerra asimétrica,
tanto en medios como en fines, y resulta básicamente de que grupos
débiles se enfrentan a fuerzas militares superiores. Martin Libicki,
del Departamento de Defensa Nacional, expresó sus reservas acerca
del comportamiento militar de Estados Unidos cuando escribió hace
algunos años: "Tenemos muchas ideas inteligentes acerca de cómo
pelear una Guerra del Golfo, pero no tenemos idea de cómo pe-lear
un Vietnam eficientemente". En otras palabras, Estados Unidos podrá
ganar muchas batallas, pero no la guerra. La tecnología proporciona
ventajas tácticas mas no permite ganar una guerra, porque ésta
no es un problema técnico principalmente, sino económico,
social, político, cultural. La amenaza de atacar a países
sospechosos de apoyar a terroristas no sirve de nada, sobre todo si no
se actúa paralelamente en el frente económico y político.
La asimetría de esta guerra también surge
de factores culturales. Los países industrializados se preocupan
por el tiempo que tomará la guerra contra el terrorismo, llevada
a cabo por ventajas económicas, y cuántas víctimas
caerán en el proceso; los grupos terroristas que los "aliados" pretenden
eliminar con sus bombas están lejos de plantearse la guerra en esos
términos; morir es algo a lo que están dispuestos muchos
de ellos.
El nuevo concepto de defensa de Estados Unidos explicado
hace algunos meses al diario italiano La Repubblica por el secretario
de Defensa estadunidense, Donald Rumsfeld, refleja la preocupación
del gobierno de George W. Bush de redefinir el papel militar de Estados
Unidos con base en las nuevas amenazas a la seguridad internacional. Rumsfeld
afirmó que su país debe invertir en nuevas formas de combate,
restructurar las fuerzas armadas, mejorar las capacidades de protección
del sistema informativo. En suma, Estados Unidos debe prepararse para "la
nueva guerra". Siguen extasiados con la erróneamente llamada Revolución
en Asuntos Militares (Revolution in Military Affairs), que hasta ahora
no ha producido ningún cambio sustancial en la doctrina militar,
como en su momento sí lo hicieron las armas nucleares. Lo único
que hace la superioridad tecnológica militar y en comunicaciones
es ofrecer al opositor más posibilidades de explotar las debilidades
de sus contrincantes militarmente superiores. Así, al tener que
enfrentarse a un ejército superior, otros estados o grupos no tienen
más opción que recurrir a las ventajas de los "ataques preventivos".
Los bombardeos y el sentimiento de suficiencia tecnológica crean
una gama de opciones que los débiles explotan. Esto confirma las
virtudes de otro de los axiomas de Clausewitz: la fricción que caracteriza
a la naturaleza de la guerra. La tecnología ofrece otro espacio
a la fricción; la sorpresa sigue siendo el arma del débil.
III. Washington insiste en combatir el terrorismo con
"bombas inteligentes" y castigar a los que lo practican o toleran. Todos
los gobiernos que se han unido a la guerra sucia de Bush contra
el terrorismo han recibido luz verde para llamar "terroristas" a sus propios
enemigos en casa: Rusia en Chechenia, China en sus regiones musulmanas,
India en Cachemira, Ariel Sharon en Palestina. La mayoría de los
países ha aprobado el esfuerzo, sancionado por la ONU, de neutralizar
las redes terroristas, localizar a sus miembros, cortar sus fuentes de
financiamiento. Por el contrario, golpear o amenazar a países acusados
de albergar a terroristas en sus territorios o reacios a entregar a sospechosos
son inútiles en la medida en que los países en cuestión
simplemente no pueden someterse a los deseos de Washington, ya sea por
falta de medios o por consideraciones políticas legítimas.
En última instancia, la definición de terrorismo
es una decisión política. Y si esta definición se
vuelve objeto de jalo-neos internacionales, su combate solamente servirá
a los intereses de los más fuertes. Los talibanes no entregaron
a Bin Laden y su odio contra Estados Unidos ha crecido. Los crímenes
cometidos por el ejército israelí contra los palestinos no
aísla a los "terroristas", sino que hace de ellos héroes
nacionales. Usar el lenguaje del bien contra el mal, considerar
a los terroristas solamente como un puñado de fanáticos incivilizados,
o entender a la jihad como la intención de los musulmanes
de convertir, someter o asesinar a occidentales y no co-mo un principio
de bellum justum ?similar al que establece el derecho internacional
occidental? que se activa en situaciones específicas de opresión
y descontento, so-lamente refuerza el círculo vicioso en el que
estamos atrapados.