LA MUESTRA
Carlos Bonfil
Exxxorcismos
EXXXORCISMOS, DE JAIME Humberto Hermosillo, es un animal extraño en el cine mexicano. Una realización en video digital, perfectamente cronometrada (duración deseada, 75 minutos, ni uno más), filme fuera de serie, sin relación con el resto de la producción nacional, desconcertante, provocador, altivo en su lirismo exacerbado: un canto de amor homosexual en la república machista.
A PUERTA CERRADA. En un pasaje comercial de la ciudad de México, en horas de la madrugada, un hombre, Pedro Quintero (Alberto Estrella), velador del lugar, busca a su amante masculino, fallecido 20 años atrás. En una larga sesión de exorcismo íntimo, intenta comprender el pacto suicida fruto del rechazo social y la vergüenza inducida, entender también su morosa supervivencia al ser amado, Marco Antonio (Juan José Meraz), su duelo interminable, y la urgencia de convocar al desaparecido para conjurar, de una vez por todas, su viejo deseo adolescente, lastre insoportable en la edad adulta. Las primeras imágenes en el pasaje comercial se relacionan con los emblemas religiosos de la expiación y el pecado. El pasaje oscuro y secreto, refugio antiguo para el placer prohibido, es ahora santuario de penitencia, espacio de letanías y exorcismos, donde deberá consumarse un nuevo encuentro y cumplirse la tarea de una comunión amorosa.
HERMOSILLO CONVOCA AL espectador a habitar él mismo ese lugar hechizado. La cámara recorre el espacio obsesiva, sensualmente, en un alarde de movimientos y juegos de perspectivas. Algunos comercios despliegan sus productos combinando fantasiosamente fetiches del orden moral establecido e irreverencias de la sexualidad no regulada; la música de Omar Guzmán es estupendo soporte dramático en la búsqueda y solicitaciones de Pedro, el nómada insatisfecho; y una vez más, la cámara de Hermosillo es el deus ex machina voyeurista, como en Intimidades de un cuarto de baño, la mejor de sus obras, o como en La tarea, la realización que mejor combinó los ritos de la sexualidad y el desenfado.
EXXXORCISMOS ES, SIN embargo, una película grave, desprovista de toda intención humorística, sin grandes asideros con la realidad actual, absorta en la autoflagelación de la memoria -como relato homosexual de los años sesenta (41 o el muchacho que soñaba con fantasmas; Fabrizio Luppo), o como el exorcismo de la culpa en los cines de barriada, templos del fervor pagano (Jacinto de Jesús, novela reciente de Hugo Villalobos). El rito al que convoca el director no requiere, aparentemente, tomar en cuenta la liberalización de las costumbres en los últimos 20 años ni la mediatización de la conducta marginal ni la creciente domesticación de la homofobia cultural. Su territorio es otro y el tiempo parece ahí abolido. De ello proviene tal vez una incómoda sensación de anacronismo y una desazón frente al flujo, incontenible, de las expansiones verbales. Surge por momentos la tentación de decirle al amante Pedro o a su compañero: ''Me gustas cuando callas..." y valorar muy por encima del torrente de la palabra la destreza con que el director filma el pasaje comercial, o el encuentro sexual, este último con sugerencias plásticas a lo Francis Bacon o a lo John Maybury en El amor es el diablo.
EN LA OBRA reciente de Hermosillo, este video digital sugiere la promesa de una renovación artística, de nuevos riesgos y mayores exigencias. Habrá que admitirlo: frente al estrépito y cacofonías del cine comercial, la aventura de Exxxorcismos es música de cámara. Una experiencia arriesgada, desigual, independiente, que sacude con vigor siempre adolescente las inercias y certidumbres de nuestro medio cinematográfico.