Detrás del problema, la posesión del petróleo y el gas natural de la región
Disputa entre países ribereños del mar Caspio
Azerbaiyán, Irán, Kazajstán, Rusia y Turkmenistán, con diferencias irreconciliables
JUAN PABLO DUCH ENVIADO
Teheran, 25 de abril. Diez años después del colapso de la Unión Soviética, que modificó el equilibrio de fuerzas al aumentar de dos a cinco el número de países ribereños del Caspio, sigue sin encontrarse una fórmula para el reparto de las riquezas de este mar que satisfaga a Azerbaiyán, Irán, Kazajstán, Rusia y Turkmenistán.
Las diferencias se tornan irreconciliables. Esta impresión se desprende de la reciente cumbre de Ashgabat, que reunió durante dos días en la capital turkmena a los presidentes de estos países. Tras enconadas discusiones, el encuentro terminó en rotundo fracaso y los participantes se despidieron sin adoptar ni siquiera el proyecto de declaración formal que, sin comprometer a nada, sólo pretendía dejar constancia de la voluntad de resolver más adelante las controversias.
De este modo, el estatus jurídico del Caspio, debate más político que técnico, detrás del cual emerge la disputa por el petróleo y el gas natural del subsuelo de este mar, potencialmente la tercera zona con mayores reservas de hidrocarburos del mundo -después del Golfo Pérsico y Siberia-, quedará en el limbo legal durante un año más, por lo menos, hasta que vuelva a intentarse una solución en la siguiente cumbre, a celebrarse aquí en Teherán la primavera de 2003.
Nadie esperaba un arreglo definitivo ahora, pero tampoco que no hubiera ningún avance. Durante todo un año, desde el momento en que la reunión de los presidentes se pospuso a petición de Irán y no se pudo realizar sino hasta ahora, negociadores de los países involucrados buscaron puntos de coincidencia para un acuerdo mínimo.
En la práctica, al amparo de la intensa labor preparatoria de la cumbre, se fraguaron entendimientos excluyentes y frágiles alianzas de unos contra otros y ello, en lugar de facilitar un necesario consenso, propició una mayor desconfianza entre todos. El cuadro acabó de complicarse con la creciente presencia militar de Estados Unidos en Asia central y el Cáucaso, como garante de los intereses de las grandes petroleras que tienen proyectos estratégicos para el Caspio y convirtieron Azerbaiyán en prototipo de aliado sumiso.
Se llegó a un punto en que, para decirlo con la metáfora del presidente turkmeno, Separmurad Niyazov, el olor a sangre en el Caspio empezó a sentirse cada vez más y dejó de ser un escenario extremo y descartable la posibilidad de que las diferencias deriven en un conflicto armado.
Visto así, la cumbre de Ashgabat no resultó del todo inútil. En un arrebato de sinceridad, al hacer un balance del encuentro, el anfitrión afirmó que es esperanzador que los presidentes, a falta de cualquier otro acuerdo, se hayan comprometido a "no recurrir a la fuerza" para dirimir sus controversias. En la senda de los retrocesos, sin duda, este es un paso adelante.
Los reclamos
"ƑPor qué tenemos que pagar nosotros el precio de la desintegración de la Unión Soviética?", se pregunta Kazem Jalili, diputado del Majlis (Parlamento de Irán), y responde: "La mitad del Caspio nos corresponde y el otro 50 por ciento que se lo repartan las repúblicas ex soviéticas".
Jalal Dehqani Firouzabadi, investigador de la Universidad Allamah Tatabatai, considera que Irán ha cometido el error de depositar demasiada confianza en Rusia y ello afecta los intereses del país. "En realidad, Rusia ha decepcionado a Irán con sus políticas ambivalentes", sostiene.
Son sólo dos opiniones que reflejan la creencia, muy arraigada en los medios políticos iraníes, de que el Caspio debe seguir siendo regulado por los documentos suscritos entre Irán y la Unión Soviética, en tanto las repúblicas ex soviéticas se asumieron como herederas del desaparecido ente y de sus compromisos legales.
Rusia y los otros países ribereños, a lo largo de los últimos diez años, argumentan que el tratado entre la República Socialista Soviética de Rusia y Persia, del 26 de febrero de 1921, y el Convenio de Comercio y Navegación entre la URSS e Irán, del 25 de marzo de 1940, reglamentan sólo la navegación y la pesca, pero no el uso del subsuelo ni la protección del medio ambiente.
La posición oficial del gobierno de Mohammad Jatami, más realista, califica esos documentos sólo de buen punto de partida para "terminar de definir el régimen jurídico del Caspio y atender los nuevos requerimientos". Rechaza, por tanto, el enfoque radical y acepta que, desaparecida la URSS, es necesario un nuevo reparto del Caspio, pero se opone tajantemente a que cada país reciba un segmento de mar proporcional a la costa que tiene.
Este planteamiento, apoyado por Rusia, Azerbaiyán y Kazajstán, motivó la suspensión de la cumbre de países ribereños el año pasado. Irán no puede admitirlo, por cuanto le correspondería tan sólo 13 por ciento. Para entorpecer el entendimiento tripartita, la diplomacia iraní supo sacar provecho de las desavenencias entre Azerbaiyán y Turkmenistán, que se disputan unos ricos yacimientos de petróleo que el primero explota ya a 184 kilómetros de su costa y el segundo insiste que le pertenecen por estar a 84 kilómetros de la suya.
Irán atrajo como aliado a Turkmenistán y surgió en el Caspio la ecuación política tres contra dos, que en realidad sólo sirve para que cada país defienda sus intereses particulares.
Posiciones encontradas
Irán propone proclamar el Caspio como una suerte de condominio y explotarlo de manera conjunta, lo cual no fue recibido con entusiasmo por los otros cuatro Estados ribereños, o en su defecto, repartir el mar en cinco segmentos iguales, con lo cual su parte proporcional aumentaría a 20 por ciento.
Rusia no está de acuerdo en dividir el Caspio en sectores nacionales y adelanta la fórmula de "subsuelo repartido, agua común", que delimitaría el fondo del mar conforme a una línea divisoria variable (en función de su costa), que permitiría ejercer a cada país su derecho a explotar el subsuelo y conservaría el espacio acuático para uso de todos.
Kazajstán, que al comienzo sugería aplicar al Caspio las normas de la convención de la ONU sobre el derecho del mar en cuanto a mar territorial, zona contigua, zona económica exclusiva y plataforma continental, finalmente adoptó la posición rusa, cuando alcanzó el acuerdo de explotar conjuntamente los yacimientos petrolíferos del norte de ese mar (dos para Rusia; uno para Kaszajstán).
Azerbaiyán, que desde 1994 concluyó significativos contratos con petroleras de Estados Unidos y otros países para explotar lo que considera su parte del mar, es el más acérrimo promotor de dividir el Caspio en sectores nacionales, de modo que se establezca la jurisdicción de cada país sobre el subsuelo y también el espacio acuático.
Turkmenistán, al no encontrar la comprensión de Rusia en su diferendo con Azerbaiyán, empezó a apoyar la iniciativa iraní de repartir el Caspio en partes iguales, pero exige que, antes de adquirir cualquier compromiso, se reconozca su jurisdicción sobre los yacimientos en disputa. Demanda que Azerbaiyán detenga la extracción de petróleo y está dispuesto a someter el caso a arbitraje internacional.
Resumido, este es el nudo de contradicciones que impide repartir las riquezas del Caspio. A mar revuelto, Estados Unidos no pierde el tiempo y ya anunció que prestará amplia asistencia militar y financiera a Azerbaiyán.
La secretaria asistente de Defensa de Estados Unidos, Mira Ricardel, en visita a Bakú el pasado 28 de marzo, dijo que se trata de "ayudar a Azerbaiyán a incrementar su capacidad naval para proteger el mar territorial y la zona económica". ƑFrente a quién?, habida cuenta que Rusia apoya a Azerbaiyán y que Kazajstán y Turkmenistán carecen de buques de guerra, es una pregunta que sobra. Lo que importa, desde la perspectiva de las trasnacionales del petróleo, es que la teoría del "eje del mal" justifica defender sus proyectos estratégicos para el Caspio.