Octavio Rodríguez Araujo
Lección francesa
La reciente elección en Francia (primera vuelta) nos plantea serios cuestionamientos. El más importante, obviamente, es por qué la derecha (incluso la ultraderecha) ha ganado terreno en los últimos años en varios países europeos.
El fenómeno más interesante es el del ultraderechista Jean-Marie Le Pen del Frente Nacional (FN). Esta organización se formó con antiguos poujadistas (dirigidos por Pierre Poujad en los años 50 del siglo pasado) y con quienes fueron partidarios de una Argelia francesa (también en esa época) que formaron Orden Nuevo (disuelto por el gobierno en 1973). El movimiento poujadista fue de extrema derecha y surgió gracias a la capitalización del descontento de capas sociales como los pequeños comerciantes y artesanos amenazados por la modernización económica de Francia. Los defensores de una Argelia francesa, como su nombre lo indica, estuvieron a favor de que ese país del norte de Africa siguiera siendo colonia gala. Eran, obviamente, racistas, además de colonialistas. Vale decir que los poujadistas obtuvieron 11.6 por ciento de las votaciones en 1956, a pesar de ser prácticamente desconocidos semanas antes de las elecciones.
La primera expresión electoral del FN fue en los comicios municipales de 1983. Su crecimiento fue muy rápido, ya que en las legislativas de 1986 (štres años después!) obtuvo casi la misma votación que el viejo Partido Comunista Francés (9.65 por ciento contra 9.78, respectivamente). Le Pen supo capitalizar a los franceses desempleados, argumentando que los extranjeros, principalmente del norte de Africa, los estaban desplazando de sus puestos de trabajo, además de incrementar la inseguridad especialmente en los barrios pobres y marginados de Francia. Muchos jóvenes blancos desclasados (lumpenproletariat) y sin perspectivas de empleo se sumaron al FN. Este fenómeno, por cierto, no es exclusivo de Francia.
Contra los pronósticos de Duverger, quien decía que el FN desaparecería (Cfr. La cohabitation des français, PUF, 1987), la votación a su favor siguió en aumento. En la primera vuelta de la elección de 1988 Le Pen obtuvo un alarmante 14.4 por ciento de la votación total, y en 1995 alcanzó 15 por ciento mientras que el candidato del Partido Comunista bajaba a 8.6 por ciento. Siete años después los comunistas apenas lograron 3.5 por ciento en tanto que los neofascistas del FN quedaron en segundo lugar con 17 por ciento.
Es dudoso que en la segunda vuelta Le Pen gane sobre Chirac, pues hasta la izquierda votará por éste para frenar a la ultraderecha, pero ésta se encuentra ahí y ha crecido más que la izquierda y los partidos de centro. Esto es lo preocupante, y más porque se empata con una tendencia que está afirmándose en varios países de Europa.
El neoliberalismo y la Unión Europea no han demostrado bondad alguna con los pobres de Europa ni con los pequeños empresarios. El desempleo persiste y la concentración de capital, como en el resto del mundo, es innegable. Lo que ha planteado Le Pen, además de su oposición a las políticas migratorias, es un fuerte rechazo a la globalización, una suerte de nacionalismo a ultranza, libre de capitales extranjeros dominantes y de mano de obra no francesa (léase no blanca). Este discurso se presenta en un país donde la sindicación ha disminuido considerablemente, en el que el desempleo (datos de 1999) era superior a 11 por ciento de la población económicamente activa (PEA) y donde tanto los trabajadores agrícolas como los industriales mantienen una tendencia a la baja (4 y 24 por ciento de la PEA, aproximadamente).
La izquierda, por otro lado, ha mostrado una tendencia descendente desde hace muchos años, además de que está muy dividida. Los comunistas, desde que se socialdemocratizaron (el llamado eurocomunismo en su momento), aceleraron su caída electoral. La izquierda radical no ha logrado sumar esfuerzos. La socialdemocracia, representada en Francia por el Partido Socialista, tiene el estigma, para los ultranacionalistas, de haber apoyado la idea de una Europa unida que, al final, sólo ha favorecido a los grandes capitales, tanto franceses como extranjeros o a ambos asociados. Y todas las corrientes de la izquierda se encuentran hoy ante la disyuntiva de apoyar a la derecha o, por omisión, permitir que puedan ganar los neofascistas. Vaya paradoja.
Algo tendrá que revisar la izquierda. Mucho en realidad, pues ya ni siquiera el reformismo y la moderación convencen; no por lo menos a quienes han sido las principales víctimas del neoliberalismo que, en teoría, deberían ser sus principales seguidores. El PRD mexicano haría bien en interpretar la lección.