LA MUESTRA
Carlos Bonfil
El beso del escorpión
El odio no es motivo suficiente para renunciar a una relación
amorosa. En el El beso del escorpión (The curse of the
jadesScorpion), el tema central, detrás de la trama rocambolesca,
es la relación de amor y odio entre C.W. Briggs (Woody Allen) y
Betty Ann Fitzgerald (la formidable Helen Hunt). Un homenaje nada disimulado
a dos vertientes del cine hollywoodense de los treinta y cuarenta: la comedia
de enredos sentimentales y el cine negro; un tributo también a las
grandes parejas de aquel cine: Verónica Lake y Alan Ladd; Cary Grant
y Katharine Hepburn, o Carole Lombard y Robert Montgomery en Casados
y descasados (Mr. And Mrs. Smith), la estupenda comedia de Alfred
Hitchcock. Woody Allen ensaya la combinación de géneros,
y el resultado es un curioso screwball noir, notable más
por su artillería de frases sarcásticas que por la solidez
de su argumento.
El
realizador ubica la acción en Nueva York, en 1940, al interior de
una oficina. Briggs es detective en una compañía de seguros.
Allí rastrea posibles fraudes a base de mera intuición y
olfato, acumula también conquistas femeninas con una convicción
férrea ("Dios quiso unir al hombre con el sexo opuesto, ¿quién
soy yo para contradecirlo?), y es majestuosamente despreciado por su colega
Fitzgerald, para quien apenas es poco más que un gusano repelente
o un ratón miope. En una celebración laboral, el sortilegio
de un mago transformará esa antipatía mutua en pasión
desbordada. Un amuleto, un conjuro eficaz, dos palabras mágicas
(Madagascar y Constantinopla) someterán la voluntad de la pareja
a los intereses del ilusionista.
La trama, atractiva en un inicio, deriva pronto en una
rutina cómica cercana a Pícaros ladrones (Small
time crooks), con ecos lejanos de Robó, huyó y lo
pescaron (Take the money and run), uno de los primeros éxitos
del director. La cinta vale por la agilidad de sus diálogos y por
algunas situaciones aisladas (la seducción de Briggs a cargo de
una mujer fatal, la sesión de hipnotismo), pero el conjunto no rivaliza
con las mejores cintas del cómico. El juego paródico con
las figuras del cine negro no tiene, por ejemplo, la contundencia y el
delirio de su película de 1972, Sueños de un seductor
(Play it again, Sam).
La socorrida anécdota del patrón (Dan Aykroyd)
que seduce a una empleada ofreciéndole matrimonio, y difiriendo
siempre su divorcio con la mujer legítima, es uno de los aspectos
más flojos de la cinta. Con todo, El beso del escorpión
ofrece un sobresaliente trabajo de actores y una ambientación de
época muy sugerente (desde el manejo del color en la fotografía
hasta una selección musical de primer orden); propone para goce
del cinéfilo múltiples claves referenciales, y brinda sobre
todo, en el tema de la lucha de sexos, una variante muy divertida de la
clásica fierecilla domada, enfrentada hoy a un domador improbable.
¿Tiene algún caso reprochar al director ?como se ha hecho?
el interpretar a su edad a un seductor fallido? En su afán por erigirse
él mismo, de modo persistente, en objeto ideal de su propia malevolencia
y sarcasmo, hay menos facilidad que congruencia artística, y una
agudeza y desenfado que todavía pueden envidiar los librecambistas
del humor instantáneo.