Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 21 de abril de 2002
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Cultura
LA MUESTRA

Carlos Bonfil

El beso del escorpión

El odio no es motivo suficiente para renunciar a una relación amorosa. En el El beso del escorpión (The curse of the jadesScorpion), el tema central, detrás de la trama rocambolesca, es la relación de amor y odio entre C.W. Briggs (Woody Allen) y Betty Ann Fitzgerald (la formidable Helen Hunt). Un homenaje nada disimulado a dos vertientes del cine hollywoodense de los treinta y cuarenta: la comedia de enredos sentimentales y el cine negro; un tributo también a las grandes parejas de aquel cine: Verónica Lake y Alan Ladd; Cary Grant y Katharine Hepburn, o Carole Lombard y Robert Montgomery en Casados y descasados (Mr. And Mrs. Smith), la estupenda comedia de Alfred Hitchcock. Woody Allen ensaya la combinación de géneros, y el resultado es un curioso screwball noir, notable más por su artillería de frases sarcásticas que por la solidez de su argumento.

El realizador ubica la acción en Nueva York, en 1940, al interior de una oficina. Briggs es detective en una compañía de seguros. Allí rastrea posibles fraudes a base de mera intuición y olfato, acumula también conquistas femeninas con una convicción férrea ("Dios quiso unir al hombre con el sexo opuesto, ¿quién soy yo para contradecirlo?), y es majestuosamente despreciado por su colega Fitzgerald, para quien apenas es poco más que un gusano repelente o un ratón miope. En una celebración laboral, el sortilegio de un mago transformará esa antipatía mutua en pasión desbordada. Un amuleto, un conjuro eficaz, dos palabras mágicas (Madagascar y Constantinopla) someterán la voluntad de la pareja a los intereses del ilusionista.

La trama, atractiva en un inicio, deriva pronto en una rutina cómica cercana a Pícaros ladrones (Small time crooks), con ecos lejanos de Robó, huyó y lo pescaron (Take the money and run), uno de los primeros éxitos del director. La cinta vale por la agilidad de sus diálogos y por algunas situaciones aisladas (la seducción de Briggs a cargo de una mujer fatal, la sesión de hipnotismo), pero el conjunto no rivaliza con las mejores cintas del cómico. El juego paródico con las figuras del cine negro no tiene, por ejemplo, la contundencia y el delirio de su película de 1972, Sueños de un seductor (Play it again, Sam).

La socorrida anécdota del patrón (Dan Aykroyd) que seduce a una empleada ofreciéndole matrimonio, y difiriendo siempre su divorcio con la mujer legítima, es uno de los aspectos más flojos de la cinta. Con todo, El beso del escorpión ofrece un sobresaliente trabajo de actores y una ambientación de época muy sugerente (desde el manejo del color en la fotografía hasta una selección musical de primer orden); propone para goce del cinéfilo múltiples claves referenciales, y brinda sobre todo, en el tema de la lucha de sexos, una variante muy divertida de la clásica fierecilla domada, enfrentada hoy a un domador improbable. ¿Tiene algún caso reprochar al director ?como se ha hecho? el interpretar a su edad a un seductor fallido? En su afán por erigirse él mismo, de modo persistente, en objeto ideal de su propia malevolencia y sarcasmo, hay menos facilidad que congruencia artística, y una agudeza y desenfado que todavía pueden envidiar los librecambistas del humor instantáneo.

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