Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Sábado 20 de abril de 2002
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Espectáculos
Su concierto del jueves, basado en su más reciente álbum

Miguel Bosé olvidó el pasado y a Sevilla y se centró en refrescar su imagen

MARIANA NORANDI ESPECIAL

Hacía siete años que Miguel Bosé no sacaba un disco con canciones nuevas. Su último trabajo, Laberinto (1995), había abierto un paréntesis en su carrera que ahora cierra con el álbum titulado Sereno. En él encontramos a un intérprete mucho más apaciguado y seguro, a un compositor apegado a la rima, que busca esculpir el lenguaje diciendo cosas sin contar historias. Este jueves, en el Auditorio Nacional, pudimos acercarnos al actual Bosé, al que no lanza discos de éxitos, al que no hace remixes de viejas canciones, al Bosé sin Torroja, al del escenario y no al de la televisión.

A las ocho y media en punto se apagaron las luces. Sin un acorde, sin un músico, en un escenario oscuro se oye la voz del cantante: "Tirar pa'lante/ hasta que el corazón aguante...". Son los primeras estrofas del tema Mírate de su más reciente disco. A oscuras, se levanta una estructura cuadriculada que es parte del montaje de iluminación. "Sin que me importe/ nada ni nadie..." sigue diciendo la voz. Se encienden poco a poco las luces, salen siete músicos y dos coristas que van tomando posiciones e instrumentos. "Y hasta que pueda/sólo quiero amarte...". El grito de las fans apaga las primeras notas de los músicos cuando el cantante baja por unas escaleras que hay en el centro del escenario. Totalmente vestido de negro Armani, "sereno" y seductor, Bosé canta y se mueve por el escenario cuidando cada uno de sus movimientos, de sus gestos, de su mirada. Sabe que gusta (a hombres y a mujeres), y le encanta gustar. Poco queda de aquel joven alocado y provocador, camaleónico y enigmático. Ahora, a sus 46 años, Bosé se ha estacionado en un estilo propio, sobrio e intimista. Su papel es el de un hombre sensible, profundo, tenaz, buscador incansable del que poco se sabe.

En estos momentos el cantante se encuentra en medio de una gira que recorre gran parte del territorio americano y en el que quiere recordar que ahí sigue.

Entre canciones y palabras bonitas

Con una escenografía sobria pero de un diseño muy moderno, que juega con elementos geométricos y colores mesurados, Bosé cantó pocas canciones del pasado y se centró en refrescar su imagen con temas del presente. Bambú o Salamandra fueron algunas de esas canciones pasadas, pero que ha actualizado con sonidos más electrónicos y bailables. Aunque él ya poco baila, más bien se mueve. A medida que va calentando el escenario y el ambiente en las butacas, adquiere más soltura y comunicación con el público. Un público que oscilaba entre las franjas generacionales de los años 70 y 80, o más bien, un público que ya ha cumplido los 30 pero no los 50.

"Muchas gracias México, antes de seguir adelante, para que me conozcáis mejor, os voy a cantar una canción de un momento de la historia de mi vida. Se titula El hijo del Capitán Trueno y dice que hay dos formas de conquistar la vida: una como decidió mi padre, por en encima del mar, contra el mar, contra las olas, dominando tempestades, de forma física. Y otra como decidí hacerlo yo, por debajo del mar, hablando con las ballenas, comunicándome con los delfines y conquistando a las sirenas". En esta canción, perteneciente a su más reciente material, Bosé se rebela contra la herencia de su padre Luis Miguel Dominguín, hombre mundano y conquistador, y reivindica su herencia materna, mucho más espiritual, controvertida y frágil.

Canta canciones de su reciente álbum como Gulliver o A millones de kilómetros de aquí. De vez en cuando se cuela algún Nena o Nada particular que los espectadores reconocen rápidamente y corean al unísono. Introduce las canciones con palabras bonitas que buscan reafirmar la imagen de hombre sensible: "ésta se llama Te digo amor y habla de lo que se puede llegar a querer y de que, hasta que uno no nombra una cosa, la cosa no aparece, y cuando aparece, aparece con todas sus consecuencias (...) Con Puede abro este último álbum, y es una canción que se la dediqué a una niña recién nacida para que aprenda y descubra el futuro cuando crezca, que una de las cosas más bonitas que existen en el amor, es la clandestinidad dentro de la fantasía".

El cantante despidió el concierto con una versión eléctrica de La Belleza, de Luis Eduardo Aute, y Amante Bandido con un sonido remasterizado. El primer encore fue Morenamía, segundo sencillo de este disco y en donde introduce ritmos más latinos y actuales. Con No hay un solo corazón que valga la pena y Este mundo va, el madrileño se fue, pero el público no lo dejó marchar. Con camisa blanca y expresión de satisfacción el cantante volvió para un segundo encore, con el que acabó de interpretar casi todas las canciones de su más reciente trabajo y realizó un popurrí con temas como Creo en ti o Te amaré, que más que evocativo fue deprimente, pues nos hizo recordar que ya habían pasado veinte años de que escuchábamos aquellas canciones.

El concierto terminaba, las luces del Auditorio Nacional se encendían, pero el público no le perdonaba que hubiese "olvidado" uno de sus temas más emblemáticos: Sevilla. Así que con las luces encendidas tuvo que volver y cantarla a capella para complacer a un público totalmente entregado y fiel a su trayectoria.

Tras más de dos horas de concierto, Bosé demostró que aún tiene pegue en México y que, aunque se ausente por algunos años de los estudios de grabación, la gente sigue escuchando sus discos como si los acabara de sacar, como si no hubiese pasado el tiempo.

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