Su concierto del jueves, basado en su más
reciente álbum
Miguel Bosé olvidó el pasado y a Sevilla
y se centró en refrescar su imagen
MARIANA NORANDI ESPECIAL
Hacía siete años que Miguel Bosé
no sacaba un disco con canciones nuevas. Su último trabajo, Laberinto
(1995), había abierto un paréntesis en su carrera que ahora
cierra con el álbum titulado Sereno. En él encontramos
a un intérprete mucho más apaciguado y seguro, a un compositor
apegado a la rima, que busca esculpir el lenguaje diciendo cosas sin contar
historias. Este jueves, en el Auditorio Nacional, pudimos acercarnos al
actual Bosé, al que no lanza discos de éxitos, al que no
hace remixes de viejas canciones, al Bosé sin Torroja, al
del escenario y no al de la televisión.
A
las ocho y media en punto se apagaron las luces. Sin un acorde, sin un
músico, en un escenario oscuro se oye la voz del cantante: "Tirar
pa'lante/ hasta que el corazón aguante...". Son los primeras estrofas
del tema Mírate de su más reciente disco. A oscuras,
se levanta una estructura cuadriculada que es parte del montaje de iluminación.
"Sin que me importe/ nada ni nadie..." sigue diciendo la voz. Se encienden
poco a poco las luces, salen siete músicos y dos coristas que van
tomando posiciones e instrumentos. "Y hasta que pueda/sólo quiero
amarte...". El grito de las fans apaga las primeras notas de los
músicos cuando el cantante baja por unas escaleras que hay en el
centro del escenario. Totalmente vestido de negro Armani, "sereno" y seductor,
Bosé canta y se mueve por el escenario cuidando cada uno de sus
movimientos, de sus gestos, de su mirada. Sabe que gusta (a hombres y a
mujeres), y le encanta gustar. Poco queda de aquel joven alocado y provocador,
camaleónico y enigmático. Ahora, a sus 46 años, Bosé
se ha estacionado en un estilo propio, sobrio e intimista. Su papel es
el de un hombre sensible, profundo, tenaz, buscador incansable del que
poco se sabe.
En estos momentos el cantante se encuentra en medio de
una gira que recorre gran parte del territorio americano y en el que quiere
recordar que ahí sigue.
Entre canciones y palabras bonitas
Con una escenografía sobria pero de un diseño
muy moderno, que juega con elementos geométricos y colores mesurados,
Bosé cantó pocas canciones del pasado y se centró
en refrescar su imagen con temas del presente. Bambú o Salamandra
fueron algunas de esas canciones pasadas, pero que ha actualizado con sonidos
más electrónicos y bailables. Aunque él ya poco baila,
más bien se mueve. A medida que va calentando el escenario y el
ambiente en las butacas, adquiere más soltura y comunicación
con el público. Un público que oscilaba entre las franjas
generacionales de los años 70 y 80, o más bien, un público
que ya ha cumplido los 30 pero no los 50.
"Muchas gracias México, antes de seguir adelante,
para que me conozcáis mejor, os voy a cantar una canción
de un momento de la historia de mi vida. Se titula El hijo del Capitán
Trueno y dice que hay dos formas de conquistar la vida: una como decidió
mi padre, por en encima del mar, contra el mar, contra las olas, dominando
tempestades, de forma física. Y otra como decidí hacerlo
yo, por debajo del mar, hablando con las ballenas, comunicándome
con los delfines y conquistando a las sirenas". En esta canción,
perteneciente a su más reciente material, Bosé se rebela
contra la herencia de su padre Luis Miguel Dominguín, hombre mundano
y conquistador, y reivindica su herencia materna, mucho más espiritual,
controvertida y frágil.
Canta canciones de su reciente álbum como Gulliver
o A millones de kilómetros de aquí. De vez en cuando
se cuela algún Nena o Nada particular que los espectadores
reconocen rápidamente y corean al unísono. Introduce las
canciones con palabras bonitas que buscan reafirmar la imagen de hombre
sensible: "ésta se llama Te digo amor y habla de lo que se
puede llegar a querer y de que, hasta que uno no nombra una cosa, la cosa
no aparece, y cuando aparece, aparece con todas sus consecuencias (...)
Con Puede abro este último álbum, y es una canción
que se la dediqué a una niña recién nacida para que
aprenda y descubra el futuro cuando crezca, que una de las cosas más
bonitas que existen en el amor, es la clandestinidad dentro de la fantasía".
El cantante despidió el concierto con una versión
eléctrica de La Belleza, de Luis Eduardo Aute, y Amante
Bandido con un sonido remasterizado. El primer encore fue Morenamía,
segundo sencillo de este disco y en donde introduce ritmos más latinos
y actuales. Con No hay un solo corazón que valga la pena
y Este mundo va, el madrileño se fue, pero el público
no lo dejó marchar. Con camisa blanca y expresión de satisfacción
el cantante volvió para un segundo encore, con el que acabó
de interpretar casi todas las canciones de su más reciente trabajo
y realizó un popurrí con temas como Creo en ti o Te
amaré, que más que evocativo fue deprimente, pues nos
hizo recordar que ya habían pasado veinte años de que escuchábamos
aquellas canciones.
El concierto terminaba, las luces del Auditorio Nacional
se encendían, pero el público no le perdonaba que hubiese
"olvidado" uno de sus temas más emblemáticos: Sevilla.
Así que con las luces encendidas tuvo que volver y cantarla a
capella para complacer a un público totalmente entregado y fiel
a su trayectoria.
Tras más de dos horas de concierto, Bosé
demostró que aún tiene pegue en México y que, aunque
se ausente por algunos años de los estudios de grabación,
la gente sigue escuchando sus discos como si los acabara de sacar, como
si no hubiese pasado el tiempo.