Clave, posición del Grupo de Río para frustrar el golpe
Venezuela, "prueba" de que EU no ha logrado imponerse en AL
Bush insiste en culpar a Chávez por la crisis: diplomáticos
La Carta Democrática de la OEA lo puso en jaque
JIM CASON Y DAVID BROOKS CORRESPONSALES
Washington, 19 de abril. El presidente George W. Bush ha reiterado durante los meses recientes que los países del mundo "o están con Estados Unidos o en su contra", pero en América Latina, el fracasado golpe en Venezuela parece ser la primera prueba concreta de que Washington no ha logrado imponer por completo los términos de la definición política del hemisferio, afirmaron diversas fuentes diplomáticas esta semana.
Los acontecimientos de esta última semana en torno a la crisis de Caracas, que culminaron con la resolución de la OEA el jueves, señalan o un posible cambio drástico en las relaciones entre Washington y América Latina, o sólo un manejo burdo e incompetente de la política estadunidense hacia la región. El hecho es que, por primera vez en la memoria reciente, la comunidad latinoamericana logró imponer un consenso que frustró los deseos y aisló al poder más importante de la región.
"Este gobierno quedó visiblemente fuera del camino de otros líderes hemisféricos que condenaron el golpe militar", afirmó Arturo Valenzuela, encargado de relaciones interamericanas de la Casa Blanca durante el gobierno de Bill Clinton.
Aunque muchos de los diplomáticos que se reunieron esta semana en la OEA dudan que Estados Unidos dirigió el intento del golpe en Venezuela, casi están seguros de que el gobierno de Bush favorecía un cambio de régimen en ese país.
La madrugada del viernes pasado, cuando el presidente Hugo Chávez fue derrocado, la Casa Blanca y el Departamento de Estado no sólo se rehusaron a condenar la acción o a los golpistas, sino que señalaron al mandatario como responsable de la crisis por sus "acciones antidemocráticas".
Pero ese mismo día, el Grupo de Río, encabezado por México y Brasil, condenó la "alteración del orden constitucional", enviando así una señal contundente de que los países latinoamericanos rechazarían la intentona. Esta condena fue factor clave, según algunas fuentes diplomáticas, en la decisión de los militares venezolanos para revertir el golpe, ya que no podían continuar disfrazando su acción contra Chávez.
No obstante, esta declaración del Grupo de Río también colocó a Estados Unidos en una posición sumamente incómoda. Al mismo tiempo que el organismo emitía su condena del golpe, el embajador de Estados Unidos en Venezuela, Charles Shapiro, estaba negociando intensamente con los golpistas por instrucciones de su jefe en Washington, el subsecretario asistente de Estado, Otto Reich, para poder enmarcar la remoción de Chávez como un cambio constitucionalmente legítimo.
Todo indica que estaba preparado para legitimar al nuevo gobierno
Durante todo ese día, las señales desde Estados Unidos eran que lo ocurrido en Venezuela era resultado de la expresión de la voluntad del pueblo para instaurar un "gobierno civil interino" (o sea, para ocultar la mano militar en este proceso). Es decir, todo indica que Washington estaba preparado para establecer la legitimidad del nuevo gobierno, y mantener el disfraz democrático del golpe.
Pero lo notable en esta coyuntura, en contraste con el pasado, es que cuando México, Brasil y varios países más expresaron abiertamente que no aceptarían un golpe como un proceso legítimo de cambio de poder, éste no pudo ser sostenido.
Algunos funcionarios estadunidenses argumentan que la fatal decisión del gobierno interino de disolver la Asamblea Nacional fue lo que llevó al fracaso de la intentona, pero durante la última semana el gobierno de Bush siguió negándose a condenar, con nombre y apellido, a los golpistas, y al mismo tiempo, no sólo no logró que las cosas en Venezuela se desarrollaran a su gusto, sino que ahora también enfrentó severas críticas dentro y fuera de este país por su aparente posición esquizofrénica: campeón de la democracia y el único país que no condenaba directamente el acto por definición antidemocrático de un golpe de Estado.
Para el sábado pasado, el consenso latinoamericano se expresó a través de una condena por parte de la OEA a la "alteración" del orden constitucional en Venezuela, y para entonces Estados Unidos se encontró en una situación donde tenía sólo una opción -sumarse al consenso o manifestar su aislamiento en torno a esta crisis.
Una ironía de esto -dijo una fuente diplomática- es que la recién adoptada Carta Democrática Interamericana de la OEA, tan promovida y elogiada por Estados Unidos al ser promulgada el 11 de septiembre pasado, fue la que enmarcó el consenso latinoamericano y la que puso en jaque la posición diplomática de su principal promotor: Estados Unidos.
Aunque Washington logró debilitar, o "aguar", la primera declaración de la OEA, al final se tuvo que subordinar al consenso latinoamericano. Esto jamás había sucedido, y frente a la historia de este país en América Latina durante los últimos 50 años, y el muy criticado papel de la OEA de ser únicamente un sello de goma y legitimación para la política exterior estadunidense y una institución poco relevante, podría marcar un drástico cambio en las relaciones interamericanas.
Pero también, todo esto podría ser más resultado de un manejo inepto y torpe del gobierno de Bush, y menos una historia de gran valentía y ágil diplomacia de gobiernos latinoamericanos.
Las críticas a la posición de Washington ante un golpe de Estado durante esta semana obligaron a que desde los puestos más altos del gobierno se produjeran pronunciamientos para reiterar el gran compromiso con la democracia y su defensa en todo momento. Temiendo que su mensaje no hubiera convencido a muchos, el secretario de Estado, Colin Powell, acudió inesperadamente a la sesión especial de la OEA para afirmar que la "era de los golpes" está en el pasado.
Pero, Ƒla intervención?
Al mismo tiempo, la resolución de la OEA, anoche, sólo fue aprobada después de una intensa negociación entre Estados Unidos y varios países, por la que Washington buscaba reducir o aguar toda mención al protagonismo del gobierno de Chávez para resolver la crisis democrática y fortalecer la democracia en Venezuela, y más bien subrayar una lista de advertencias a su comportamiento.
Esta resolución también incluye un punto que, en idioma diplomático, es nada menos que la intervención, por primera vez en la historia, del sistema interamericano en los asuntos políticos internos de un país miembro. En el debate sobre la Carta Democrática, uno de los puntos más controvertidos fue el principio de que se establecía un mecanismo para la intervención en los asuntos internos de un país miembro de la institución multilateral en casos donde hubiera una interrupción del proceso democrático.
El de Venezuela es el primer caso donde se aplica la Carta Democrática, y todo mundo está muy atento al precedente que se establecerá con ello. Para Estados Unidos este punto es clave. La OEA resolvió, entre otras cosas, "brindar el apoyo y la ayuda que el gobierno de Venezuela requiera para la consolidación de su proceso democrático".
El embajador de México ante la organización, Miguel Ruiz Cabañas, subrayó en la sesión especial de ayer que México se pronuncia en favor de que el organismo apoye a Venezuela, pero que "lo tiene que hacer con apego al principio de no intervención". Y subrayó que el diálogo para reducir la polarización en el país sudamericano para buscar la reconciliación nacional es un trabajo "básicamente interno".
Pero con base en las declaraciones de Estados Unidos y su negociación con otros gobiernos de la región, Washington está dejando abiertas las puertas para aplicar presión directa sobre el gobierno de Chávez, recordándole, una y otra vez, que "debe aprender de esta lección" y que él es el responsable de la crisis en su país. Esto podría interpretarse, junto con la continua renuencia para responsabilizar con nombre y apellido a los golpistas, que Washington aun no ha abandonado su interés en ver el fin de Hugo Chávez y su gobierno, y que sólo está buscando la forma "legítima" de sacarlo del poder.