Carlos Marichal
Bancos y paraísos fiscales
Hace apenas 100 años comenzaron a consolidarse los grandes bancos que hoy mandan en el mundo. Los banqueros de principios de siglo eligieron modelos arquitectónicos que proyectaran una imagen de solidez y confianza en sus edificios. Construyeron grandes templos de mármol o granito como para decir: "aquí está seguro su dinero". Sin embargo, el crac bursátil de 1929 y las numerosas crisis bancarias de los años 30 cuestionaron su solidez.
Después de la Gran Depresión y de la Segunda Guerra Mundial, los banqueros intentaron recuperar su imagen y lo lograron en buena medida. No obstante, el mundo financiero estaba cambiando, lo que se reflejó de nuevo e inevitablemente en la arquitectura. El mármol fue remplazado por el acero inoxidable y el cristal en edificios diseñados para invitar a su clientela, cada vez más numerosa y popular, a franquear sus puertas. Pero, al mismo tiempo, las nuevas tecnologías estaban fomentando otro fenómeno que consistía en trasladar los dineros de los clientes más fuertes de manera eficaz y secreta de una cuenta a otra y de un país a otro.
Para los años 80, una parte importante de las grandes fortunas mundiales se administraban desde los llamados paraísos fiscales. De los edificios bancarios y de las cajas fuertes se había pasado a extensas redes electrónicas con sedes legales en el Caribe, en las islas Caiman, las Bahamas, Panamá, o en Europa, en lugares como las islas Jersey. La revisión del periódico financiero globalizado por antonomasia, The Financial Times, ofrece al lector información sobre centenares de fondos de inversión en estos lugares. Y debe agregarse que hoy día se llevan a cabo miles de operaciones por minuto en este entramado financiero internacional que permite una gran discreción para los dueños del dinero, pero también una extraordinaria evasión fiscal.
Lo preocupante del asunto es saber hasta qué punto el Estado desea controlar o fiscalizar a los bancos, que son los creadores de estos vastos laberintos de paraísos fiscales. Sin ello será imposible una administración tributaria eficaz que logre que los más ricos también paguen impuestos.
El reciente escándalo de los nuevos dueños españoles de Bancomer, uno de los dos bancos más poderosos de México, despierta numerosas dudas al respecto. Se ha descubierto que los gerentes del fortísimo banco español BBVA (dueño de Bancomer) utilizaron paraísos fiscales en la isla de Jersey con tres finalidades: incrementar el patrimonio de los directivos, llevar a cabo operaciones bursátiles para combatir a sus competidores, y expandir sus inversiones secretamente en bancos de América Latina.
Lo más grave es que estas transacciones financieras irregulares fueron propiciadas por el entonces director del Banco de España, Mariano Rubio, gran amigo, por cierto, del otrora todopoderoso director del Banco de México, Miguel Mancera. Es decir, el banquero de los banqueros españoles, quien debería ser símbolo de seriedad y confianza, alentaba los juegos electrónicos de casino de sus amigos de la banca privada. Precisamente aquí se descubre una de las contradicciones más flagrantes del banquero moderno: desea proyectar una imagen conservadora, pero es arrollado por la tentación del moderno Midas, rey de las finanzas globalizadas y de los paraísos fiscales.
Hoy día el gran dilema consiste en saber cómo se pueden fiscalizar los depósitos y las transferencias electrónicas a escala mundial. En México el problema es particularmente grave en tanto los grupos más acaudalados colocan enormes montos en el exterior y no pagan impuestos sobre los mismos. La reciente venta que hizo la Secretaría de Hacienda de 10 por ciento de acciones que tenía en su poder de Bancomer, no es tranquilizante en este sentido. De hecho, no se sabe bien a bien qué es lo que ha obtenido el gobierno mexicano a cambio de ceder una porción clave de influencia sobre la banca privada. La gran pregunta sigue siendo si el Estado tiene intenciones de fiscalizar a los más ricos o si, en cambio, lo que desea es alentarlos a seguir jugando indefinidamente en los paraísos fiscales.