LA MUESTRA
Carlos Bonfil
Otilia Rauda
OTILIA, OTILIA RAUDA, La mujer del pueblo,
¿cuál es a estas alturas el título definitivo de la
cinta más reciente de Dana Rotberg? ¿Adaptación fidedigna
de la novela Otilia Rauda, de Sergio Galindo, o versión muy
libre de la misma con desenlace distinto? ¿Versión oficial
de 110 minutos o tratamiento original de casi tres horas? ¿Cuál
es la versión definitiva, cuál la que finalmente reconoce
como obra suya la directora? ¿Quién explicará a los
espectadores las deficiencias en el corte final, los absurdos saltos narrativos
que hoy se ven en la pantalla, una incongruencia semejante?
LA PELICULA LLAMADA, hasta último aviso, La
mujer del pueblo tiene algo en común con el personaje de la
novela de Galindo: se nos presenta desfigurada. Una obra literaria muy
estimable ha quedado de igual modo deformada al verse reducida a material
de telenovela y servir de pretexto para armar un melodrama anacrónico
y desangelado, sin perspectivas de reconocimiento comercial o crítico,
nacional o extranjero.
EN EL MEXICO rural posrevolucionario, con la revuelta
cristera como telón de fondo, una mujer sensual, Otilia Rauda (Gabriela
Canudas), se enfrenta a un entorno intolerante por el estigma de tener
la mitad del rostro marcado por un lunar enorme. Arrejuntada en
matrimonio estéril con un hombre al que desprecia, muy pronto se
transformará en la hembra antipática y castigadora de la
comarca, humillando a cuanto hombre se le pone enfrente, arrastrando por
las calles la exuberancia de sus carnes, seguida siempre por su lacayo
admirador Melquíades (Alberto Estrella), idiota del pueblo señalado
por su falo descomunal, objeto de rechazo y pasmo colectivo.
CON TODO EL lastre de su fealdad, la Otilia literaria
es un personaje multifacético, de sensualidad muy sugerente y ambigua:
una extraña reunión de lo sublime y lo grotesco, según
la estética romántica de Victor Hugo. En su tránsito
a la pantalla, Otilia pierde esa sugerencia poética, se vuelve una
infumable virago altanera, llena de rencor y bravuconería, y su
pretendida ''suculencia" resulta tan estudiada y poco convincente como
cada uno de sus desplantes de joven mancornadora. Cuando Otilia finalmente
se enamora, la película, de suyo no muy sólida, se derrumba
de manera estrepitosa.
UNO A UNO se suceden los desbordamientos más inverosímiles
que van desde su adoración bovina a un forajido inaccesible hasta
un despecho arrabalero en la mejor tradición ripsteiniana (¿La
mujer del pueblo habrá de suplantar a La mujer del puerto,
de Arturo Ripstein, nunca vista en México? Quien haya visto las
dos cintas valorará el involuntario homenaje mutuo).
EN UNA ENTREVISTA explica Dana Rotberg: ''La sensualidad
y la fealdad son territorios resbaladizos y ambiguos, susceptibles de categorías
bastante jodidas, como pueden ser el racismo y una serie de cosas con las
que yo simplemente no comulgo... así que decidí no meterme
para nada con el territorio de la fealdad" (Milenio, 26/5/01). Al
suprimir así, por una peregrina corrección política,
algo central en la novela (la fascinación de lo grotesco) y remplazarlo
con gastadísimas convenciones de melodrama, lo único que
consigue la directora son actuaciones deslucidas, conflictos de película
ranchera de los años cincuenta, diálogos de humor involuntario
y ni remotamente los aciertos de, digamos, La mujer de Benjamín,
de Carlos Carrera.
OTILIA RAUDA ES, en su versión fílmica,
una narración plana y sin sorpresas, una recreación de época
tan inocua como la que acometiera Marisa Systach en El cometa, justo
antes de revelar su talento y buen tino en Perfume de violetas.
Habría que desear para Dana Rotberg una recuperación parecida.