Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Sábado 13 de abril de 2002
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Cultura

Exposición de la artista en el Congreso de la Unión

Estar en el filo de la navaja, desafío de la creatividad de Weissman Wilks

MERRY MAC MASTERS

Estar ''justo en el filo" de la navaja ha sido el desafío de la obra de la escultora, litógrafa y pintora canadiense Claire Weissman Wilks (Toronto, 1933). En una serie reciente de monotipos, sus figuras humanas de aspecto monumental, que maneja a manera de paisaje, apenas caben en los límites de su material.

''No tengo ningún respeto por los bordes del papel", dice Weissman al hablar de Los fantasmas de la cueva -el concepto de figuras ''salidas de la cueva" es de la escritora Margaret Atwood-, exposición de su obra, que concluirá el lunes 15 en Palacio Legislativo de San Lázaro (avenida Congreso de la Unión 66, colonia El Parque).

La artista considera ''importante" el centro del papel como punto de partida de una línea que crece, ''explota", incluso, saliéndose de los confines del papel, lo que resulta una pesadilla a la hora de poner un marco a la pieza.

Ese gusto por estar en el filo llevó al escritor y poeta inglés D.M. Thomas a invitarla para realizar dibujos que ilustren su libro White hotel (1991), con la petición de que viera ''los 14 poemas al principio". En ellos, la artista descubrió que ''cada vez que hay un orgasmo fabuloso, hay una catástrofe". En sus dibujos, por tanto, hay ''personas que se caen en forma de cascada, mujeres cuyas faldas se alzan como paracaídas".

Cabe mencionar que en la década de los setenta, las imágenes eróticas de mujeres de Weissman pocas veces encontraban un lugar en las galerías de Toronto, más bien conservadoras, de manera que buscó otros medios para mostrarlas, como la publicación de libros y la ilustración.

De ascendencia lituana, para la artista ese vínculo con Europa oriental ha afectado su trabajo, en especial respecto de la Segunda Guerra Mundial. En sus esculturas y dibujos de mujeres y la sexualidad subyace una empatía por la vida de ellas en los campos de concentración y una necesidad de revertir esa vida con la sexualidad y la sensualidad negadas en gran parte de la imaginería del Holocausto.

Weissman ha establecido cierto vínculo con México. De niña siempre dibujaba. Cuando tenía unos 12 años, su madre le regaló un libro de los murales de Diego Rivera, que ''estudió y estudió" atraída por las figuras humanas que conllevaban "una historia". Con el tiempo Rivera se quedó en el olvido y la joven artista ''se enamoró" de Miguel Angel y se volvió admiradora de Kate Kollowitz.

Después de trabajar tres años en una escultura imposible de fundir: un árbol de la vida consistente en 450 figuras en cera, Weissman decidió ver de nuevo obra de Rivera. Durante las siguientes dos semanas, entre sus amigos, buscó libros del muralista hasta que su hijo le regaló uno. En eso, dice, sonó el teléfono. Era la embajada de Canadá en México con una invitación para su esposo, el escritor Barry Callaghan, para ofrecer una lectura de su obra. ''Iré a México a ver los Riveras", se dijo la artista.

Con la muestra en el Congreso de la Unión, es la tercera vez que Weissman exhibe en México. La primera fue en Monterrey, luego mostró obra en el Museo Universitario del Chopo.

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