Regresa a escenarios mexicanos uno de los baluartes
del teatro contemporáneo
Con El traje, Peter Brook recrea una historia
que nunca fue de amor
Presentó su montaje a la obra de Can Themba,
dentro del Festival del Centro Histórico
El estilo del director británico invita a la
risa, pero también enoja y duele
ERICKA MONTAÑO GARFIAS
Una
mujer, Matilda, y sus sueños perdidos en medio de un matrimonio
que, de tan perfecto, adolece de emoción. Un hombre, Philemon, marido
ideal y... aburrido. Los dos son vértices de un triángulo
amoroso en el que la tercera punta es un traje, representación del
otro, del amante.
Se trata de la historia de Le costume (El traje)
pieza teatral con la que el director británico Peter Brook, uno
de los más relevantes maestros del teatro contemporáneo,
regresa a los escenarios mexicanos.
Ironías festivaleras
Le costume se basa en la obra homónima del
escritor sudafricano Can Themba, quien ambientó la historia de Philemon
y Matilda en el barrio de Sophiatown, un distrito en Johannesburgo, en
la época del apartheid. Al respecto, Brook expresa:
''En Sophiatown reinaban la misma miseria, la misma pobreza
y el mismo aislamiento que en el resto de los distritos segregados (...),
pero por alguna razón esto no importaba tanto. El talento florecía,
la gente era feliz, podía expresarse, tocaba jazz, hacía
fiestas, hablaba del futuro de su país... y por un instante olvidaba
las condiciones atroces en las que vivía.''
En ese barrio había cafés clandestinos y
ahí Themba contó la historia de este matrimonio perfecto,
en la superficie, que después fue adaptada al francés por
Marie-Hélène Estienne para el Teatro Bouffes du Nord, en
el que Brook dirige la compañía experimental Centro Internacional
de Creaciones Teatrales.
El miércoles pasado, en punto de las nueve de la
noche, So-phiatown se ambientó en el teatro Julio Jiménez
Rueda, como parte de las actividades de la versión 18 del Festival
del Centro Histórico de la Ciudad de México, después
de presentarse en el octavo Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá.
Ironías festivaleras: en taquilla las localidades
se agotaron, pero en la sala la mitad de los asientos estaban vacíos.
Aun así el público, compuesto en su mayoría por actores
y actrices, tanto profesionales como en ciernes, descubrieron una vez más
la calidad artística del trabajo del director británico,
que se caracteriza por su desapego a lo políticamente correcto.
Obra impredecible
Y es que Le costume es todo, menos predecible:
invita a la risa, pero también enoja, duele. Así es el estilo
de Peter Brook (Londres, 1925). Baste recordar una impronta: un actor se
para en el centro del proscenio y separa el antes y el después con
un parlamento explosivo. Es una sola palabra: ¡merde!
De la ternura con la pareja protagonista de Le costume,
el público pasó a la reflexión, al enojo y finalmente
al desconcierto. En escena Matilda (Karen Aldrige) y Philemon (Isaac Koundé)
piensan en voz alta antes de hablarse uno al otro.
Más que diálogos, la obra es la unión
de actos que ocurren primero en la mente de los personajes y ahí,
en ese plano mental, explican lo que sienten. Expresan qué van a
hacer y por qué; toman un vaso que en realidad no existe, van de
un lado a otro del pequeño departamento en el que apenas caben una
cama, una mesa, cuatro sillas y un marco de madera que lo mismo se convierte
en ventana, puerta y armario dependiendo de cómo se coloque una
manta-cortina.
Otro marco hace las veces de camión y de ventana.
Siempre sin cristales, porque ''en Sophiatown las ventanas no tienen vidrios",
explica desde el inicio Maphikela, el mejor amigo de Philemon.
El traje, el otro, el amante
El traje, el otro, el amante, entra en escena. Es gris,
bien planchado, cuelga en un gancho de metal. La corbata está anudada,
listo para que su dueño se deslice dentro de él. Su propietario,
el amante, ha desaparecido y le cede su lugar a esa vestimenta que, en
adelante, es un recuerdo doloroso puesto siempre a la vista de Matilda.
Los acompaña en la mesa y ella le da de comer: ''es el invitado".
La humillación llega.
Está a punto de cumplirse la hora y 15 minutos
que dura la puesta en escena, hablada por completo en francés, mientras
una pantalla al fondo del escenario del Jiménez Rueda lucha por
desviar la atención al presentar los parlamentos traducidos, pero
nunca lo logra. Los tres actores y la actriz llenan el escenario, se olvida
la barrera del idioma. Los diálogos y pensamientos transcurren y
se acaban. La historia nunca fue de amor.