Gilberto López y Rivas
El holocausto palestino
Ya desde principios del siglo pasado, Ber Borojov, socialdemócrata ruso-judío que fundó una corriente partidaria en los albores de la revolución soviética, convocaba a una ocupación de Palestina desde una perspectiva racista que se denominó "sionismo proletario".
Borojov proclamaba el derecho inmanente del pueblo judío de la diáspora a la colonización y dominio de ese territorio con el argumento de que la población allí asentada vivía en una "atrasada economía agraria", justificando por esa razón su desplazamiento. Si estas posiciones las sostenía un socialista convencido, šqué esperar de las corrientes sionistas de la derecha y ultraderecha, que finalmente lideraron, con ayuda de Inglaterra y Estados Unidos, el establecimiento unilateral del Estado de Israel!
Así, el genocidio contra el pueblo palestino por parte del ejército y las fuerzas de seguridad israelíes, que el mundo ha atestiguado con horror durante las últimas semanas, es la continuidad histórica de un proceso de colonización y expansionismo a lo largo del cual los habitantes de Palestina han sido considerados inferiores, sus poblados han sido arrasados con buldózer, sus viñedos talados, sus caminos bloqueados por retenes militares, sus pozos cerrados, sus territorios ocupados como resultado de guerras de conquista, siempre con el apoyo incondicional de Estados Unidos y sus aliados, y con la complicidad, por omisión y comisión, de la Organización de Naciones Unidas.
Las acciones militares de Israel, llevadas a cabo con enorme superioridad de fuego al contar con uno de los ejércitos más poderosos del mundo, han violado elementales derechos humanos, asesinando ancianos, mujeres y niños, causando miles de desplazados internos y externos, reprimiendo sistemáticamente a la Autoridad Nacional Palestina (ANP), electa democráticamente para ser la única representante de su pueblo, y sitiando a su presidente con amenazas de muerte y exigencias de claudicación inaceptables y violatorias de todo principio jurídico.
Se ha llegado al grado de utilizar escudos humanos para asegurar el avance en las posiciones de las tropas, utilizando la práctica de la tortura, el ajusticiamiento inmisericorde de prisioneros y la destrucción intencional de ambulancias, violando con todo ello la Convención de Ginebra sobre conflictos bélicos.
Las manifestaciones de repudio a esas acciones del Estado de Israel se han dado en todo el mundo. Incluso dentro de la propia sociedad israelí y en sectores ju-díos de todas latitudes se escuchan voces que demandan el cese de las políticas guerreristas, el fin del genocidio contra el pueblo palestino y la búsqueda de la paz. Muchos reservistas y soldados del ejército israelí se han negado a participar en la masacre y están en la cárcel por ese acto de congruencia. Organizaciones pacifistas y de oposición a las políticas del gobierno israelí son reprimidas y estigmatizadas.
Quienes siempre han estado en contra del fascismo y han repudiado el holocausto del pueblo judío durante la Segunda Guerra Mundial, quienes han condenado el antisemitismo como expresión del racismo, reprueban hoy el exterminio de palestinos en su propia tierra.
Igualmente, los actos de terrorismo de palestinos contra la población civil en Israel son reprobables e inaceptables y deben ser condenados; esos actos no ayudan a la lucha por la autodeterminación del pueblo palestino y el establecimiento de su Estado. Sin embargo, no pueden ser la justificación para la aplicación e institucionalización de una política de terrorismo de Estado. Aunque ambos podrían ser definidos con el denominador común de terrorismo, no son equiparables: el suicida que se inmola llevándose en su muerte la vida de otros es expresión de una salida desesperada y el fracaso de la política, pero cuando un Estado cuenta con evidente superioridad militar y ataca indiscriminadamente a la población civil, pasando por encima de todo tipo de acuerdos internacionales de convivencia y respeto a los derechos humanos, entonces se trata de un genocidio y de crímenes de lesa humanidad, inaceptables para un pueblo que atravesó por la dramática experiencia del nazismo.
Ni la Unión Europea con sus débiles acciones de condena a la ocupación, ni Estados Unidos con su hipócrita discurso, han logrado frenar la escalada guerrerista de Israel. Entre tanto, la derecha mexicana que gobierna calla, cómplice de una política exterior capituladora.
Las organizaciones políticas y sociales de México y el mundo deben intensificar el reclamo por el cese de la masacre; asimismo, el gobierno de México debe asumir una actitud más firme y comprometida con la paz en Medio Oriente y en el mundo, consecuente con los postulados constitucionales y las mejores tradiciones de nuestra política exterior.