EL TAMAÑO DE LA INFILTRACION CRIMINAL
La
detención ayer de dos centenares de agentes policiales de Baja California
--entre los cuales se encuentran los comandantes de la Policía Municipal
de Tijuana y de la Policía Ministerial del estado-- por su presunto
involucramiento en delitos contra la salud y crimen organizado, es un dato
que confirma los señalamientos más críticos y pesimistas
acerca de la corrupción que impera en nuestro país en las
corporaciones supuestamente encargadas de prevenir e investigar delitos
y perseguir a quienes los cometen.
El de Baja California es, ciertamente, un caso singular,
toda vez que esa entidad, por su ubicación geográfica y por
su composición demográfica y social, representa un territorio
propicio para la comisión de toda clase de delitos, desde el contrabando
hasta el tráfico de indocumentados, desde el proxenetismo hasta
el trasiego y comercialización de drogas ilícitas.
De hecho, en la península tienen asiento poderosas
y famosas organizaciones delictivas. Por ello es lógico que los
organismos policiales de ese estado estén más expuestos que
los de otras zonas del territorio nacional a la infiltración del
crimen organizado y a la corrupción que, por lo demás, afecta
por igual a los tres niveles de gobierno; lo mismo al Poder Ejecutivo que
al Judicial, como hace un par de días señaló en un
informe el relator especial de la ONU para la Independencia de Jueces y
Abogados, Dato Param Cumaraswamy, quien estimó que entre 50 y 70
por ciento de los jueces federales de nuestro país han sido corrompidos.
Los recientes hechos en esta perspectiva no son menos
alarmantes: 200 agentes policiales arrestados constituyen, por lógica
elemental, la punta de un iceberg demasiado grande.
Ante esa noción de las dimensiones de la infiltración
criminal en las corporaciones de policía municipal y estatal de
Baja California, resulta obligado preguntarse por el tamaño del
fenómeno en las instancias federales: la Procuraduría General
de la República, la Policía Federal Preventiva y las fuerzas
armadas.
En otros términos, el desafío nacional que
plantea esa infiltración no puede resolverse mediante simples métodos
policiacos, ni enviando soldados y policías del ámbito federal
--preventivos y judiciales-- a echar el guante a sus colegas estatales
y municipales. Se requiere, además, de una nueva propuesta política
y económica de sociedad y de Estado.
Por desgracia, en los tiempos que corren, en las altas
esferas oficiales se habla mucho de cambio y renovación, pero no
se ven por ningún lado la voluntad y la imaginación para
llevarlos a cabo y superar la herencia viva de corrupción y disolución
institucional que dejaron los últimos gobiernos priístas.