Teresa del Conde
Coleccionismo contemporáneo europeo
Entre nosotros es bien conocido el crítico y curador italiano Acchile Bonito Oliva, quien dio aliento al movimiento pictórico de los años ochenta conocido como Transvanguardia, que tuvo amplia repercusión aquí, coadyuvado por el equivalente germánico de los ''nuevos salvajes". Bonito Oliva no descansa ni se arredra, así que ahora ha dejado un poco de lado a pintores como Cucchi y Clemente, a quienes promovió de manera amplia en aras de ponerse a la moda mediante la organización de exposiciones como la que recientemente vi en Siena, alojada en un estupendo inmueble de mediados del siglo XV, el Palazzo Piccolomini, cuyo diseño arquitectónico corresponde muy probablemente al mismo arquitecto que diseñó el Palazzo Rucellai en Florencia: Bernardo Rossellino.
La muestra corresponde a un ciclo sobre coleccionismo con antecedentes en ese edificio, perfectamente restaurado y con buen mantenimiento, pues resulta muy apto -por sus espacios compartimentados- para ubicar instalaciones, videos y conjuntos de fotografías, como las de Sugimoto, que pudimos ver en el Museo Tamayo; y serigrafías de Warhol, etcétera, integrando las participaciones individuales. Lleva el adecuado título latino De Gustibus non est disputandum.
Asimismo la museografía es acertada, pero carece de cédulas que marquen los rubros, así que si no se conocen con antelación, por ejemplo, a Maurizio Cattelan, Nam June Paik, Kounellis, Michelangelo Pistoletto (que pertenece a la generación de Manzú, pero que tuvo a bien aggiornarse); Tony Cragg, Jeff Koons, etcétera, corre el peligro de no saber quién es el autor de esa réplica de la tumba de Napoleón (el francés Laverdiere) de aquel video, de las lucecitas proyectadas en la pared o del conjunto de fotografías alojadas en el espacio cercano a la segunda escalera. Eso tiene su razón de ser, nada banal, por cierto. Si uno en verdad quiere enterarse de lo que sucede, tiene por fuerza que adquirir el catálogo, pues allí están las claves con la totalidad de las obras reproducidas.
Sólo cito a los autores que puedo reconocer, motivo por el cual no puedo pronunciarme sobre Emilio Isgró, Shrin Neshat o Elizabeta Benassi. En cambio, sí puedo hacerlo sobre Marina Abramovic, presente con la misma obra con la que removió las conciencias en Nápoles en los años setenta, documentada desde entonces hasta ahora mediante fotografías (es eso lo que se exhibe, pues en aquella como en otras ocasiones lo que pervive al happening es la documentación). También pude percibir que Sandro Chia está presente con una pieza muy menor y que al fotógrafo Andrés Serrano se le selecciona casi siempre con tomas muy similares entre sí en las diversas latitudes donde los curadores internacionales ejecutan sus respectivas autorías.
Esta muestra, enjundiosa debido a algunas de las presencias autorales mencionadas, vale por eso, por los nombres reunidos (están también el ya veterano Merz y el difunto Lucio Fontana) no por los trabajos, aunque algunos son ciertamente ingeniosos y otros pretenden ser críticos, por ejemplo cuando en una lápida -método muy consabido en Italia que se remonta a las noticias dejadas milenios atrás por los etruscos- se anuncia que ya no se puede hacer nada en materia objetual (escultórica) o pictórica. Cosa que después de visitar la pinacoteca de Siena y de mirar a los mal llamados primitivos sieneses como quien dice ''en su jugo", puede resultar cierta.
Con Acchile Bonito Oliva, Sergio Risaliti operó tanto en la curaduría como en el catálogo que contiene una serie de entrevistas a los coleccionistas que prestaron obra (no entrevistas a los artistas vivos) más la documentación fotográfica sobre lo exhibido. El propio Bonito Oliva participa en otra curaduría, más afortunada, que pone de relieve el restauro de la Fontana Gaia, de Iacopo della Quercia (1374-1438), en Santa Maria della Scala.