José Blanco
El imperio enloquecido
El gobierno de James Carter (1976-1980) había comprado en su momento el discurso de la Comisión Trilateral, fundada en julio de 1973, e ideada principalmente por Zbigniew Brzezinski. Las tres partes de la trilateral eran América del Norte (Estados Unidos y Canadá), Europa y Japón. En mayo de 1975 tuvo lugar en Kyoto la primera sesión plenaria de la comisión y los delegados asistentes representaban alrededor de 65 por ciento de las empresas bancarias, comerciales e industriales más poderosas del planeta, originarias de esas tres áreas geográficas.
La trilateral sería encabezada por David Rockefeller y su propósito explícito era contribuir a alcanzar una "distribución global del poder". Según la retórica de sus principios, "todos los pueblos forman parte de una comunidad mundial, que dependen de un conjunto de recursos. Están unidos por los lazos de una sola humanidad y se encuentran asociados en la aventura común del planeta Tierra... La remodelación de la economía mundial exige nuevas formas de cooperación internacional para la gestión de los recursos mundiales en beneficio tanto de los países desarrollados como de los que están en vías de desarrollo".
La creación de ese espacio del poder mundial partía de la aceptación de que Estados Unidos no era más la potencia incontrastable que fuera en los primeros años de la segunda posguerra, sino que había habido un fuerte emparejamiento económico y se vivía ahora (en aquel momento) en un mundo multipolar. Carter empujó su política exterior inspirado en el discurso trilateralista (un mundo multipolar, un gobierno multipolar), y como un intento de buscar crear condiciones que acercaran los países subdesarrollados al mundo desarrollado. Entre sus mayores logros estuvo reunir a Israel y a Egipto, casi inmediatamente después de la Guerra de los Seis Días.
En realidad, la distribución global del poder se refería a la distribución entre las tres partes referidas y a la gestión de los recursos mundiales en beneficio también de los países "en vías de desarrollo", quedó siempre en páginas emborronadas.
La trilateral aún existe, pero el mundo caminó por otras vías. En los mismos años en que Carter recorría sus andanzas, avanzaba en silencio, en Estados Unidos, el más formidable desarrollo tecnológico que hubiera habido nunca en parte alguna, en la industria, en la medicina, en el sector bancario, en los servicios en general, en las comunicaciones, en la industria militar y espacial, apoyado en la electrónica y en la informática, que preparaba la larga etapa de crecimiento acelerado cuyo auge tocaría a Clinton administrar. El imperio había vuelto a despegarse de los demás y era -y es- nuevamente una potencia incontrastable. Al mismo tiempo el polo soviético se derrumbaba estrepitosamente.
La conciencia plena de poder incontrastable emergió en el gobierno de Bush con los hechos del 11 de septiembre pasado. Ese gobierno se asumió sans phrases como gobierno planetario, y lo ha hecho, con obtusa mentalidad de orangután, como una autocracia despiadada, especialmente en relación con el inmenso mundo subdesarrollado. El poder del imperio, que en la segunda posguerra se apoyó en buena media en un proyecto hegemónico (en el sentido gramsciano), hoy lo hace apoyado en el poder sin par de las armas más sofisticadas y destructivas. Bush sabe que ahí está su poder y se ha propuesto acrecentarlo con presupuestos multimillonaros en el desarrollo armamentista. La gran democracia que dice ser el Estado gringo, nada quiere saber de procedimientos democráticos en el nivel internacional. Quiere un garrote aún más grande.
El gobierno kukluxklán de Bush ha definido al "eje del mal" y ha decidido por sí y ante sí quiénes son terroristas. Como a lo largo del siglo xx, las contradicciones internas de la sociedad gringa son paliadas con la creación de un abominable enemigo externo que define por contraste la pureza y la magnanimidad propias. Bush se propone eliminar por el asesinato al "enemigo" y, en su inconmensurable ignorancia, cree convencernos de que, después de la agresión irracional e inhumana que infligirá sobre poblaciones miserables, la felicidad descenderá sobre la Tierra. En ese marco y en esa misma dirección actúa la bestia negra del gobierno de Sharon. El responsable real de la matanza de palestinos se llama George W. Bush. Hace décadas que el mundo no vivía al borde del precipicio al que nos está orillando el actual gobierno gringo.
Esos riesgos inmensos son, con todo, la coyuntura de nuestros días. El mundo requiere de la máxima prudencia frente al oscurantismo ofuscado que habita hoy la Casa Blanca, porque el mundo mismo vive muchos otros procesos y posibilidades constructivos profundos que debe preservar. El mundo se volverá en contra de Estados Unidos y, al final, su propia sociedad recordará a Vietnam.