Luis Hernández Navarro
Robert Fisk, el periodista incómodo
Robert Fisk es uno de los más grandes y polémicos periodistas contemporáneos. Recientemente muchos lectores mexicanos se han familiarizado con su obra, a través de La Jornada, sobre todo a partir del 11 de septiembre y la intervención militar en Afganistán,
Aunque nació en Irlanda ha vivido en Medio Oriente durante los últimos 24 años. Establecido en Beirut, trabaja de corresponsal del periódico inglés The Independent. Pocos reporteros conocen como él esta región, el mundo árabe y el conflicto árabe-israelí.
Ha cubierto, entre otros muchos acontecimientos, la revolución iraní, el enfrentamiento entre Irak e Irán, la balcanización de Líbano (narrada en su libro Pity the war: Lebanon at war), la guerra en el Golfo Pérsico, el conflicto en Argelia, la intifada palestina, la ofensiva de la OTAN en Serbia y Kosovo, así como la intervención militar en Afganistán. Sus notas muestran la enorme movilidad con la que efectúa su actividad: son enviadas lo mismo desde Beirut, Ramallah, Kabul, Djakovica que desde cien lugares más donde los hechos acontecen.
En una entrevista reciente en la Digital Freedom Network aseguraba que al levantarse en la mañana no sabe adónde estará en la tarde. A diferencia de otros colegas, rechaza utilizar las embajadas como fuente de información. Asegura que "no tiene mucho que aprender allí". Su conocimiento de los actores, la geografía, la historia y los conflictos de Medio Oriente le permitió entrevistar a Osama Bin Laden en tres ocasiones.
A contracorriente de los nuevos tiempos, Fisk no utiliza Internet y presume no haber enviado en su vida un e-mail. Desde el lugar en el que se encuentre reporteando dicta telefónicamente sus notas, palabra por palabra, al Independent de Londres. Cuenta sus historias combinando amplia información de primera mano con un análisis profundo de los acontecimientos.
El reconocimiento a su capacidad profesional es impresionante. Entre muchos honores ha recibido en siete ocasiones el Premio al Corresponsal Extranjero Británico del año, la primera edición del Premio a la Excelencia en Periodismo Internacional, de la Universidad Johns Hopkins, y el de Novartis en 1995 por su cobertura del conflicto en Argelia, así como el homenaje de Amnistía Internacional. Pero, más allá de estos galardones institucionales, sus escritos y opiniones han informado y formado opinión en millones de lectores y destacados intelectuales, como Noam Chomsky.
Su heterodoxia en el ejercicio del oficio en un medio acomodaticio, su compromiso con la verdad, por incómoda que sea en un entorno lleno de intereses, le han llevado a coleccionar una nada despreciable cantidad de enemigos. Antiestadunidense estilo Europa-de-los-setenta, nuevo Lawrence de Arabia, antioccidental, antisemita, "carroñero del cadáver de Egipto", agente del Mossad (servicio de inteligencia israelí) y de la OTAN, son algunas lindezas que se le han dicho en distintos espacios. Su "delito" ha sido explicar las causas de la ira antiestadunidense en el mundo árabe, informar de las atrocidades cometidas por el ejército israelí en su guerra colonial contra los palestinos, denunciar el fraude electoral en Egipto, criticar la decrepitud de Arafat, dar conferencias en universidades hebreas o documentar los crímenes serbios. Sólo la amenaza de emprender acciones legales contra sus difamadores -sobre todo el lobby israelí en Estados Unidos- ha frenado las campañas en su contra.
Muchas de las críticas provienen de sus colegas, sobre todo estadunidenses. Lo acusan de "colocarse habitualmente no en el filo de la historia, sino en el centro de ella, no reporteando sobre los demás sino sobre sí mismo". Estos señalamientos en parte son respuesta a las denuncias que ha hecho sobre el dudoso comportamiento de los medios y los corresponsales. Según Fisk, los periodistas de Estados Unidos tienden a reproducir los lineamientos de la política interior y exterior de su gobierno. Para ellos, preguntar es visto como algo carente de patriotismo o potencialmente subversivo. Van por historias seguras. No les gusta la controversia. Les disgusta ser testigos. Rechazan la posibilidad de ser fuente informativa y escriben con el mismo estilo.
Incómodo para los grandes monopolios informativos, Fisk asegura que "desafiar a la autoridad forma parte de la labor de un periodista. Y cuestionar a quienes nos representan en tiempos de guerra es un deber, aunque sea difícil en los regímenes democráticos".
Ese desafío a la autoridad y su vocación de que ser testigo de la historia es parte del trabajo de un periodista es lo que nos ha permitido a muchos de sus lectores enterarnos de la realidad en rincones apartados del planeta, a pesar de la manufacturación del consenso de los poderosos.