Circularon por el escenario Miss Celánea, Miss Seria, Miss Iles y Miss Quic
La realidad, peor que Big Mother: Jesusa
RENATO RAVELO
Jesusa Rodríguez propone ensartar discursos fuera de los lugares que normalmente habitan y dominan, para de esa manera trastocar los sentidos a los que normalmente remiten y explican, por lo que, al final de su puesta en escena Big Mother, la palabra desmadre rebasa el estricto sentido de relajo y despierta ese animal dormido que es el teatro, sitio en el que laten todos los monstruos, sus pesadillas y sus risas.
El animal se resiste. Son las 10:30 y no llega a la cita, arguye condiciones técnicas, aunque siempre lo hace los llamados días de estreno, cuando aparece por primera vez en medio de los discursos que lo quieren explicar: "Es una reflexión en cabaret sobre si la especie humana es todavía viable o no", había dicho la creadora a Miranda Romero (La Jornada 5/IV/2002). Así de simple.
Burla al culto a las formas sin fondo
Cuando 15 minutos tarde llega a la cita, el primer elemento del monstruo, luego de la entrada musical de Liliana Felipe, remite a los trabajos anteriores de Jesusa Rodríguez: un concurso de belleza, una burla a ese culto masculino a las formas sin fondo. Participa como "conductor" Francis Mor, como concursantes Cecilia Sotres, Nora Huerta, Marisol Gase y la propia Jesusa.
Miss Celánea abre los labios y en tono popular urbano anuncia que serán constantes las referencias al conocimiento y sus teorías, aunque cuando se escuche "como dice Rechenbach" o el primero de los muchos "sin en cambio", las mismas se cargan de otros sentidos, o mejor dicho se liberan de su carga sentenciosa, como cuando se dice que el hombre intuye el saber a partir de la gnosis del objeto.
Y ahí mismo, simultáneamente, como sucede en teatro, el vestuario indica otro sentido porque Miss Celánea lleva en el sombrero imágenes de Afganistán, por lo que su aparición ya no es solamente una carga y una liberación de la palabra, sino también de la imagen.
Circulan Miss Seria, Miss Iles y Miss Quic, representantes respectivamente del hambre, de la violencia y de la muerte, en otro elemento a trastocar o retocar al monstruo, por su evidente referencia a los cuatro jinetes del Apocalipsis, así como a la situación de guerra que marcó el 11 de septiembre.
Y, sin embargo, permanece la Jesusa previa, festiva, de la distancia corta, cuando, citando a Nietzche, termina por señalar una estrofa del grupo colombiano: "Como dice Niche, la vida es como la gelatina, a veces cuaja, a veces no", poco antes de definir que el paso previo al gran final se caracteriza porque al occiso "se le pasa a gruncir la voluntad".
Y es que también el monstruo de antes, que siempre lo completa el público, no es el mismo. Entre los asistentes Mariana Frenk, Elena Poniatowska, Tito Vasconcelos, Magú, Rocha, Lucero González, en lugar de aquellos funcionarios que acudían a escuchar el chiste político de la semana. Gente de a pie, atrás de uno un grupo de norteños que por primera vez pisaban el lugar, y aunque eran los más ruidosos con sus risas, se quejaban sobre el servicio, afectado por la aglomeración. Incluso nadie se hubiera imaginado hace años que al final del espectáculo, furtivo, se aparecieran Fito Páez y Cecilia Roth. Templo de extraña convocatoria para El Hábito, de mercado y de apertura, de fama y compromiso.
Y este grupo de ritualistas del nombrar diferente de las cosas, que tienen en Rodríguez y Felipe a sus dos más entusiastas sacerdotisas, parecía presentir lo grande que sería el escenario. Pantalla, proyección de video, circuito cerrado, animación, porque uno de los anunciados invitados desde el título sería el programa del Gran Hermano, del que saliera Diego esta semana, ya que uno se entera aun sin seguir las transmisiones: la televisión y su mandato pasarían al estrado.
El cuatro como elemento
De nuevo la referencia al cuatro como elemento aparente de la realidad: ministerio de la verdad, de la paz, del amor y la abundancia, representados por cuatro secretarias que, otra vez urbanas y populares, sorprenden en unas reflexiones que demuestran la valía e inutilidad de la palabra.
Apuesta por el discurso científico al ras del suelo, mientras cada una prepara su informe ministerial y nos recuerda los aspectos más entrañables de aquella que canta: "Fui también la Celestina de tus citas clandestinas y aprendí a estar bien callada". Himno trastocado que estalla en el escenario, no con la crueldad que supone su frágil sustento, sino con la belleza del monstruo que ya llegó del todo.
Constante es la referencia a la vigía de la cámara que nos remite a la novela de George Orwell, pero con esa frivolidad grave o aguda del cabaret alemán, que, ahora se recuerda, es el origen de esta cofradía que baja del escenario y arremete contra Tito Vasconcelos, o pasa a cámara a Elena -con una explosiva ovación de todo el bar- o denuncia la presencia aparente de menores de edad, siempre con la promesa: "Una mesa, la que ustedes decidan, esta noche se larga de aquí, porque ustedes tienen el poder".
Risas, risas, y entre ese acto de entrega, de relajación, se filtran ideas, conceptos. Cierto que está la inevitable referencia a las desatinadas andanzas del canciller Jorge Castañeda, quien en el mejor de los casos "terminará siendo gobernador del condado de Mexicu", pero algo más grande crece.
Cuando en una lorquiana fraternidad con Bernarda Alba se llega a esa aparición, apenas sugerida durante todos los cuadros, del monstruo de los cinco picos, como las estrellas prohibidas, la revelación no es de la gravedad de las telenovelas, es conocimiento y guasa, es obvia y profunda, es escénicamente contundente, pero no con la fuerza aplastadora de un telón, sino en el fade televisivo de la aparición de créditos, poco antes de que Jesusa remate: "La realidad es peor".