Homenaje por 60 años de trayectoria al compositor y arreglista veracruzano
Ruiz Armengol descubre en Bellas Artes que es más popular de lo que creía
Una larga fila de personas, que llegaba casi hasta el Eje Central, esperaba entrar al tributo
ARTURO CRUZ BARCENAS
El músico veracruzano Mario Ruiz Armengol recibió ayer un tributo por sus 60 años de trayectoria (tiene 88 de edad) en el Palacio de Bellas Artes, abarrotado. Al filo de las 12 horas, una larga fila -que empezaba en la entrada del recinto y llegaba casi a la esquina de avenida Juárez y Eje Central- daba testimonio del cariño y admiración del pueblo por el arreglista y compositor de obras finas, entre tangos, fantasías, boleros, estudios, scherzos, canciones, preludios, arreglos jazzísticos, obras infantiles y miniaturas.
A las 12:20 llegó Ruiz. Inmediatamente los asistentes se pusieron de pie y un largo aplauso lo saludó. "šMayito, Mayito!", fue el coro entusiasta, emotivo, al que respondió con los brazos extendidos. Una porra remató la bienvenida. "Gracias", musitó el maestro, autor de Muchachita, el tema más solicitado.
La Orquesta Sinfónica Nacional, bajo la batuta de su director artístico, Enrique Arturo Diemecke, comenzó el programa con Danzas cubanas, con arreglo de Arturo Márquez. El son veracruzano, el ritmo del trópico, que Márquez conoce a la perfección, hizo bailar a Diemecke. La melodía llevó a la sala los sonidos del puerto de Veracruz, el olor a mar. Diemecke dirigía y bailaba, y viceversa. Imposible hacer una cosa sin la otra. Era el ritmo del maestro Ruiz, con la cadencia, el ir y venir de las olas, de los portales donde se toma café a todas horas.
Diemecke dedicó la obra de Ruiz a todos los compositores de México, para reconocer a la música mexicana, que le debe tanto al homenajeado.
Breves, cortas en el tiempo, las piezas de Ruiz son intensas, profundas. Una melodía sigue a la otra, la persigue, se le empareja y llega a adelantarse. Se juntan, se relevan. Es la obra del rey de la armonía, como se le conoce por sus estructuras musicales.
Sigue Divertimento para flauta en sol, con Rafael Urrusti en el instrumento. Por momentos los niveles son excelsos, transparentes. Ahí está Diemecke más en su elemento. Los apóstrofes rematan esquinas, fraseos. Para agradecer la interpretación, Ruiz Armengol se pone de pie y saluda, en un alarde de voluntad, pues se halla enfermo desde hace meses. Llegó a su tributo.
Aires antiguos, con arreglo de Dimitri Dudin, dejará oír pasajes de música pura, sin imágenes, tan sólo materia para los oídos. La OSN continúa con Aires jarochos y Capricho, con los que el protocolo se rompe y hace a varios aplaudir cuando aún no ha acabado la pieza; esto molesta a varios conocedores. Fue por la emoción, sobre todo por ese arreglo del maestro Ruiz a La bamba, jarocha inmortal, cuyo final se grabó en la memoria.
El público estaba entregado. Y Diemecke estaba feliz. Bailaba, estaba a gusto, tenía el foro lleno, como a él le gusta. Y por eso hasta bromeaba. Ahora, Simplemente adiós y Ternura, con arreglos y el saxofón de Rodolfo Popo Sánchez. En el fondo y en la superficie, el sonido de las grandes bandas, de Goodman; el jazz. Algunos del público aplauden ante aparentes finales. "ƑPor qué aplauden, si todavía no acaba?", se quejan algunos. Es por pura emoción.
Ternura, una de las más conocidas del maestro, demostró las alturas a las que ha llegado en su creación. El saxofón de Popo se escucha maleable; el sonido se estira y acorta. Más aplausos. Ternura es la más romántica. Popo toca arrebatadamente y la orquesta avanza el espasmo de notas virtuosas, de traslaciones, de contrapuntos. De nuevo la armonía, siempre ésta, una y otra vez. "šDios te bendiga, Popo!", expresa Ruiz al saxofonista.
Ahora, Creo en ti, una confesión musical, el arte sonoro para el Señor, el Espíritu. Las voces estuvieron a cargo del Coro de Madrigalistas, con arreglos de Eduardo Magallanes. Es la oración de Ruiz a Dios, quien no lo abandona en el hotel San Diego, donde él en su unicidad dice no estar sólo, sino con El, con el Señor.
Sube el compositor al escenario y escucha de espaldas a la orquesta, frente al público, La calle de los sueños, a la que señala como la más significativa de toda su obra. Apoya las manos en su bastón, ese sustituto del esqueleto en el otoño-invierno. La obra la escribió por el dolor de la muerte de su madre.
Aclara Ruiz que el título, La calle de los sueños, muchos creen que hace referencia a Ayuntamiento, donde está la XEW, donde hasta antes de enfermarse, hace unos tres meses, iba a diario a un estudio a componer y ensayar. El ritmo es rápido, aunque ya él se vea lento. Con el índice, Ruiz parece dirigir a Diemecke; como que lo sustituye por momentos. Ambos artistas están de frente. Como en un espejo.
Acaba la pieza y un arquitecto comenta que La calle de los sueños se escuchó más "a la calle Ayuntamiento que a la muerte de su madre".
Fuera de programa, la OSN regaló a Ruiz La silenciosa, que el maestro escuchó con la mano derecha sobre el corazón, que latía por la emoción, queriendo conservar para siempre su memoria.
Antes, Ruiz Armengol recibió reconocimientos de la Sociedad de Autores y Compositores de México, de manos de Felipe Gil. Le dieron la presea Míster Armonía, máxima distinción que otorga el gremio. Lo mismo de manos de la titular del Instituto Veracruzano de Cultura, Leticia Perlasca, y otro reconocimiento de la dirección del Instituto Nacional de Bellas Artes.
Para Manuel Esperón, de 90 años, invitado especial, el homenaje es merecido porque es "muy trabajador, muy buen compositor y muy buen pianista. Lo único malo es que se oculta y parece que no quiere que lo vean. Se mete a su cuarto y de ahí no sale. šEs una lástima! No creo que esté enfermo; a lo mejor lo que tiene es flojera".
-Usted lo critica...
-Es un poco desganadito -son casi contemporáneos; Esperón le lleva dos años, pues tiene 90 primaveras-; él pudo haber tenido una posición más importante en la música del cine nacional, hace muchos años, pero nunca quiso entrarle. Ahora bien, todo lo que hace Mario son cosas bonitas, y así es el programa que escuchamos. Yo ya estuve aquí una vez, en Bellas Artes, y dicen que me van a invitar otra vez.
Ruiz abusó, como es su costumbre, de la modestia. "Si ustedes consideran buena mi música, muchas gracias, aunque ya me lo dijeron con su aplauso." A lo cual siguió otro aplauso.
Ha señalado que su obra es muy fina para ser popular y muy pobre para estar en salas como las de Bellas Artes. Pero ayer la larga fila que esperaba entrar para oír el concierto lo desmitió agradablemente. Es más popular de lo que él creía.