Vilma Fuentes
Pierre Soulages, sombra y luz
Uno de los atractivos de la vida en París es caminar sus calles y callejuelas. Sobre todo en el barrio de la Place Maubert, donde vivo desde mi matrimonio hace 17 años. Caminar en la Maub, entre el jardín de Saint-Julien-le-Pauvre, los muelles del Sena, frente a Notre-Dame, y el bulevar Saint-Germain no es sólo ver vitrinas, terrazas de cafés, librerías, tiendas de flores, restaurantes, edificios anteriores al Renacimiento de paredes inclinadas... Caminar es también el encuentro con otros peatones que comparten ese paseo cotidiano y anónimo, pero que, a fuerza de ver durante años, terminan por volverse conocidos.
Uno va pasando del vistazo esquivo a la curiosa mirada de reojo, la tímida inclinación de cabeza y, antes de percatarse, el saludo involuntario, espontáneo, irreprimible, que arranca el rostro conocido del desconocido. Así, sin que pueda decir cuál fue la primera vez, me acostumbre a saludar a un hombre alto, erguido, corpulento, de pelo canoso, saco de pana oscura, camisa blanca, mirada alerta y profunda dirigida a un punto invisible del horizonte. A menudo en compañía de una mujer bajita, sonriente, con ojos chispeantes. Sin duda, uno de los habitantes del barrio y, como descubrí poco a poco, de la misma calle de Trois Portes.
Una tarde de verano, ladeando un agujero excavado a causa de trabajos en la calle, quedamos frente a frente, desconocidos familiares. Con la naturalidad que dan los años de encuentros, me dijo que le gustaban mis sombreros. En otra ocasión, al verme cruzar el portón de mi casa, me contó que estuvo a punto de vivir en ese mismo edificio. Lo vi, entonces, mirar hacia el interior un lugar más lejano, pero en su mirada no había nostalgia. El seguía viendo: Ƒla misma luz? ƑO lo invisible? Después de un lapso durante el cual me pregunté al mismo tiempo quién era ese hombre y qué enigma encerraba, volvió al presente y me dijo que había adquirido donde vivir en la esquina de la calle.
Pasaron muchas otras inclinaciones de cabeza, saludos, frase breves. Una mañana, Jacques me dijo: ''Mira, el hombre que da vuelta en la esquina es Pierre Soulages, el pintor''. De súbito, todo me pareció prístino: los encuentros, las palabras, su alta silueta en blanco y negro, sus ojos viendo lo invisible, el misterio de su mirada al ver la luz. Como me señaló Jacques, toda la obra de Soulages es una reflexión sobre la luz. Su pintura, una reflexión de la luz.
Después de tres meses de inmovilidad -a raíz de una caída-, volver a caminar el barrio es más que un placer, es una resurrección. Primer día primaveral en París. Los olores de la ciudad vuelven a revolotear entre las líneas del pentagrama donde bailan las notas de la luz. Jacques me propone salir, la mañana es radiante. Acaba de encontrarse con Pierre Soulages y su mujer. Platicaron del barrio, de sus cambios imperceptibles, de Filles de joie, una novela en que Jacques describe la vida de la Maub y que interesa particularmente a Soulages pues, a través de la pintura, despliega una reflexión sobre la verdad y lo falso. Soulages también tuvo una fractura y es el primer día que sale a caminar sin bastón. Me imagino que sus ojos respiran la luz. Así, hablando de Soulages y de su exposición en el museo del Ermitage en San Petersburgo, pasamos frente al edificio donde vive y llegamos a un restorán camboyano, en una de las calles más antiguas del barrio.
A través de la ventana, vemos pasar de regreso de su paseo a Soulages y a su mujer. El mesero, un joven asiático, pregunta a Jacques cómo es la pintura de Soulages. No, la pintura no puede describirse con palabras. Hay que verla. Sería pobre decir que es abstracta. En apariencia, no hay color, sólo blanco y negro. Pero el espectro de la luz está ahí entero, velado y desnudo al mismo tiempo. Y sólo la luz crea el milagro que permite ver lo invisible. Más allá de los matices del color, la "radiante atmósfera de luces'', su viaje sin fin, el fugaz encuentro del hombre con lo divino. Blancura luminosa descompuesta en el prisma del ojo que Soulages reconstruye en el silencio, ''como se hace la luz dentro del ojo''. En efecto, la obra de Pierre Soulages, su vida, puede ser una infinita reflexión sobre el nacimiento de la luz.