Irán, entre la tempestad y la calma
Incluido en el ''eje del mal'' de EU, es pieza clave en el mapa petrolero del Pérsico
JUAN PABLO DUCH ENVIADO
Teherán, 7 de abril. Incluida por Estados Unidos en lo que denomina "eje del mal", en el mismo rango descalificatorio aplicado por la superpotencia a Irak y Corea del Norte, la República Islámica de Irán, tercer país del mundo por volumen de reservas probadas de petróleo, aspira a jugar un papel relevante en la geopolítica de Medio Oriente y Asia central.
Por razones de ubicación, extensión, población y potencial económico, Irán podría ser una suerte de estado bisagra entre estas regiones, lo cual representa una oportunidad de privilegio, pero también genera fricciones con sus vecinos y altos riesgos para su soberanía.
Irán, junto con el vecino Irak, el segundo país con más reservas de crudo en el mundo, son las piezas que le faltan al presidente George W. Bush y sus amigos petroleros para recomponer, a su beneficio y desde una posición de fuerza hasta ahora incontestada, el tablero del golfo Pérsico, tras la exitosa expansión militar de Estados Unidos en Asia central, que impulsa al amparo de su proclamada lucha contra el terrorismo internacional.
El golfo Pérsico, conviene siempre tenerlo presente, es una zona agraciada, como ninguna otra, en materia de recursos energéticos. En una perspectiva de corto y mediano plazos, será cada vez más acentuada su importancia estratégica.
A pesar de los esfuerzos de diversificación, con una economía esencialmente dependiente de las exportaciones de crudo, Irán finca esperanzas en representar, en los próximos 20 años, 12 por ciento de los suministros mundiales de petróleo, cifra que duplicaría su actual nivel de ventas al exterior.
Aparente calma en Teherán
Prevalece en esta última capital de la antigua Persia, sobrepoblada con casi 12 millones de habitantes ųel caos vial y la contaminación como tributo a la modernidad de una ciudad cuya primera mención en libros data del siglo Xų, un ambiente de aparente calma, sobre todo en estos días posteriores al Nouruz, el año nuevo iraní.
Poco a poco, concluido el receso vacacional en turno ųalgo frecuente en un país que, entre celebraciones religiosas y fiestas cívicas, tiene medio centenar de días feriados oficiales al año, sin contar jueves y viernesų, Teherán empieza a recuperar su ritmo.
Las calles, con un número sorprendente de obras en construcción e igual cantidad de edificios destinados a quedar inconclusos ante la reciente caída de la demanda, se vuelven un hormiguero humano. Las mujeres, sin excepción, llevan cubierto por ley todo el cuerpo, salvo el rostro y las manos.
El gran bazar de los viernes, donde se puede hallar desde un tradicional tapete hasta una supuesta carta facsimilar de Maximiliano de Habsburgo, fechada en 1966 (sic), es punto obligado de peregrinación para los habitantes de esta ciudad, tras la oración de rigor en la mezquita más cercana.
Parte inevitable del paisaje urbano son, a manera de anuncios espectaculares, las grandes fotografías de los líderes o "los mártires" y las consignas del momento, que alternan con vistas de las faldas del monte Alborz, que rodea Teherán, y a cuyas espaldas se adivina el mar Caspio.
Podría pensarse que no es esta la capital de un país bajo amenaza de guerra o que las constantes agresiones verbales del gobierno de Estados Unidos, preludio de un posible ataque en cualquier momento, no preocupan aquí.
Preocupan, desde luego. Son tema obligado de cualquier conversación, al margen de que el interlocutor sea un funcionario gubernamental o un curioso conductor de taxi, que se interesa por saber el origen del extranjero y que, por su expresión de asombro mal ocultado, probablemente no tenga ni idea de dónde se encuentra México.
Esta sensación de peligro latente, sin ser el propósito estadunidense, ha propiciado cierta tregua entre una clase política renovadora y la jerarquía religiosa. La primera trata de sacar adelante los cambios que un alto porcentaje de la población demanda en las urnas, a partir de los comicios presidenciales de 1997. La segunda se erige en guardiana de las tradiciones islámicas, de acuerdo siempre con su propia interpretación, y se reserva la última palabra en cualquier asunto de Estado.
En los hechos, se produce un desfase entre las promesas electorales de los políticos renovadores y la obligación de seguir cumpliendo al pie de la letra los severos preceptos de lo que deben ser, a juicio de los jerarcas religiosos, la virtud y la moral islámicas.
Un peculiar sistema político
El actual presidente de Irán, Mohammad Jatami, no es ųdesde luegoų una figura nominal, pero tiene un margen de maniobra muy acotado que lo hace buscar equilibrios y consensos con la jerarquía religiosa chiíta, tendencia del Islam que profesa 89 por ciento de la población, frente a 10 por ciento de sunnitas y una escasa minoría que no supera uno por ciento entre seguidores del zoroastrismo, judíos, cristianos y bahais.
Así será mientras el sistema político iraní, el único país en que el chiísmo es religión oficial del Estado, siga basándose en el principio del Velayat-e Faquih, según el cual prima el derecho de Alá sobre el derecho del hombre, interpretado por los más prestigiados doctores de la ley islámica, llamados mujtahid, los encargados de guiar al pueblo.
En la figura del líder supremo ųde acuerdo con el legado del ayatollah Ruholah Jomeini, el impulsor de la revolución islámica que derrocó al sha Reza Pahlevi el 11 de febrero de 1979ų recae la función de "autoridad legal suprema del Estado", especie de instancia constitucional suprema con poderes para anular cualquier acción o ley gubernamental contraria al Islam.
A la muerte del ayatollah Jomeini, el 3 de junio de 1989, su sucesor, el ayatollah Alí Sayed Jamenei, empezó a usar las amplias facultades que concede el Velayat-e Faquih para apuntalar la gestión del presidente del país, Akbar Hashemi Rafsanjani, quien es en este momento, cumplidos sus dos plazos presidenciales, el más firme candidato en el juego sucesorio para el cargo de líder supremo.
Desde entonces el ayatollah Jamenei ejerce su liderazgo impositivo e inapelable con ayuda de instituciones cuyos miembros él mismo designa: el Consejo de Guardianes, encargado de velar que se cumpla la Constitución y de aprobar las candidaturas a cualquier cargo de elección popular; el Consejo de Discernimiento, instancia creada para mediar entre el Consejo de Guardianes y el Parlamento, así como la Asamblea de Expertos, que elige al líder supremo e interpreta la Constitución, por mencionar sólo las principales.
En la práctica, el líder supremo nombra también a los integrantes del Poder Judicial, al jefe del Ejército, ratifica al presidente del país tras su elección y controla el pasdarán (guardia revolucionaria), brazo armado del chiísmo ya integrado a las fuerzas armadas, de las cuales es también el comandante en jefe.
La sociedad iraní está polarizada. Una primera impresión, a partir de los testimonios recogidos en esta ciudad, sugiere que la división se da en los más variados ámbitos. El deseo de cambio no es exclusivo de los nostálgicos de los tiempos del sha, que juzgan la situación cómodamente desde la terraza de alguno de sus palacetes. Entre los pobres, 53 por ciento de la población vive por debajo del nivel oficial de indigencia y algunos hacen suyo el reclamo; a la vez, la influencia religiosa y el apego a las tradiciones, muy fuertes en ese estrato social, son caldo de cultivo para las concepciones conservadoras.
De algún modo la población urbana apoya más las reformas, mientras la rural, que sufrió el mayor número de bajas en la guerra contra Irak, goza de las prerrogativas que otorga la jerarquía religiosa a los familiares de "los mártires" de ese conflicto bélico.
La de la mujer, sin duda, es una voz a favor del cambio, que en ocasiones sólo se deja oír al momento de depositar el voto, como forma de callada protesta.
Sin embargo, el generacional es un factor a tomar muy en cuenta. Porque Irán ųfruto de la explosión demográfica que estimuló el régimen tras la guerra contra Irak, acaso como forma de adquirir a mediano plazo más soldados para defender la revolución islámicaų es uno de los países con mayor número de jóvenes en el mundo: más de la mitad de la población es menor de 25 años y se puede votar a partir de los 15.
El gran potencial de los políticos renovadores lo conforman 35 millones de jóvenes, muchos con estudios universitarios, como lo demostró la relección para un segundo mandato de cuatro años del presidente Jatami, el 8 de junio del año pasado, con 77 por ciento de los votos.
La respuesta conservadora no se hizo esperar y la prensa liberal, con el cierre de más de 40 diarios y revistas, resintió las primeras consecuencias de un endurecimiento que llevó a la cárcel incluso a colaboradores cercanos del presidente Jatami, quien se vio forzado a moderar sus reformas.
En la "generación post-revolución", los jóvenes que no vivieron la época del sha, pero sí tienen acceso a Internet y a las antenas parabólicas, a pesar de las campañas prohibitorias, la actitud de Jatami provoca cierto desencanto, pero siguen considerando al presidente como la única opción ųno violenta y gradualų a su alcance.