León Bendesky
Año pobre
Hay un aspecto llamativo en los datos recientes de la economía estadunidense y se refiere a la corta duración del periodo recesivo, que parecería haberse empezado a superar en el cuarto trimestre del año pasado. Es cierto que el crecimiento es todavía muy lento, sobre todo comparado con las tasas que se registraron en los casi diez años anteriores, mismas que no podrán replicarse, y es cierto, asimismo, que aún persisten las condiciones de fragilidad como ocurre en el mercado laboral. En todo caso, lo que es igualmente llamativo es el fuerte impacto que esa recesión tuvo en la economía mexicana, cuyos efectos deberían ser una buena pista para conducir aquí la política económica.
Los datos del Departamento de Comercio de Estados Unidos indican que las tasas de crecimiento del producto en los cuatro trimestres de 2001 fueron, respectivamente: 1.3 por ciento, 0.3 por ciento, -1.3 por ciento y 1.7 por ciento Este último dato resultó ser bastante mejor que lo esperado, lo que ha llevado a suponer que la recuperación puede estar en marcha y ha hecho que la Reserva Federal mantenga el nivel de la tasa de interés de redescuento en 1.25 por ciento, sin seguirla usando como elemento de estímulo monetario y que la tasa preferencial de los bancos esté en 4.25 por ciento y cumpla también un papel favorable en el financiamiento.
Atrás de los números del crecimiento del producto hay cuestiones relevantes que tienen que ver, sobre todo, con el ritmo del gasto total en inversión del sector privado, que durante todo el año pasado tuvo una caída muy pronunciada que se ubicó en promedio en el orden de casi menos 10 por ciento. Esta disminución se dio tanto en la inversión productiva como en la residencial, y eso se expresó también en la caída de las importaciones, que en promedio fue superior a 7 por ciento en 2001. Este factor repercutió directamente en el sector exportador de la economía mexicana y fue uno de los elementos principales del nulo crecimiento del año pasado.
Como ocurre usualmente hay muchos personajes interesados en generar una imagen muy favorable de las condiciones de la recuperación, puesto que eso significa negocios para las empresas financieras. Recuérdese que estos tipos viven en el muy corto plazo, que sus ingresos dependen de las comisiones por colocar dinero entre sus clientes y, sobre todo, que nunca responden por sus acciones. Así, se destaca principalmente la recuperación del gasto de consumo y se tiene en perspectiva el efecto positivo que generará el mayor gasto público en armamento y que entrará en vigor con el nuevo año fiscal. Pero hay otros signos que enmarcan la aún incipiente recuperación. Entre ellos está el ajuste en los precios de las acciones después de la fuerte especulación bursátil de los últimos años y que provoca, a su vez, un acomodo en los cálculos patrimoniales de los inversionistas y, con ello, de sus planes de gasto. Las bajas tasas de interés han inducido a una refinanciación de las hipotecas que deja un remanente para el consumo y se aprecian planes muy agresivos de créditos en mercados como el de los automóviles. Todo esto opera de manera coyuntural y no es necesariamente el sustento de una recuperación sólida.
Por otro lado, el ahorro de las familias es muy bajo, lo que afecta al gasto en inversión y la situación del sistema financiero. De manera coyuntural está el asunto del precio del petróleo derivado de la guerra en el Medio Oriente y que, como se sabe, su elevación tiene repercusiones directas en las condiciones de funcionamiento de la economía estadunidense, especialmente por el efecto sobre el alza de la inflación y de ahí en las tasas de interés. Es pronto para afirmar que las bases de la recuperación son ya fuertes y hay quienes advierten que puede darse una nueva contracción del gasto que renueve las condiciones recesivas.
En México, como se sabe, el efecto adverso de la recesión estadunidense fue particularmente fuerte. El crecimiento económico se derrumbó de 6.5 por ciento en 2000 a -0.3 por ciento el año pasado, se perdieron más de 400 mil empleos de los que se registran en el Seguro Social, el sector exportador se frenó severamente, igual que el del comercio y la construcción siguió muy deprimida. En los últimos meses del año el precio del petróleo fue menor al estimado y eso ha llevado a un ajuste a la baja del gasto recientemente anunciado por el gobierno que ofrece recuperarlo con la actual alza de los hidrocarburos, en un esquema de vaivenes asociado con la restricción fiscal del que esta economía no puede librarse.
Las condiciones internas son poco propicias para alentar una fase de crecimiento alto y sostenido como se ha ofrecido y se ha tenido que ir posponiendo repetidamente. El escenario externo -que se concentra de modo preponderante en la economía estadunidense- no es tampoco favorable. Así, las expectativas para este año son más bien pobres y el desenvolvimiento depende en buena medida de la suerte o los milagros, y no de un plan de gobierno ni de una política económica concertada con objetivos claros e instrumentos eficaces.