BUSH, OBSTACULO PARA LA PAZ
En
su discurso de ayer sobre la escalada violenta entre israelíes y
palestinos, el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, evidenció
que él, su gobierno y su país no serán factores de
paz en Medio Oriente y que, por el contrario, han sido y seguirán
siendo elementos de discordia, desencuentro y guerra.
Bush pretendió presentarse como mediador en el
conflicto, pero en realidad se ostentó como parte beligerante; el
mandatario estadunidense pretendió erigirse en juez del terrorismo
y se mostró como cómplice de terroristas; se definió
como demócrata y partidario de la paz, pero se exhibió como
autócrata y belicista. Para colmo, el inquilino de la Casa Blanca
dejó ver la superficialidad y la profunda ignorancia con las que
él y su gobierno encaran el añejo y sanguinario diferendo
entre el Estado hebreo y los palestinos.
Bush atribuye la actual escalada violenta a los ataques
terroristas suicidas --ciertamente condenables-- de militantes palestinos
radicales. Pero el presidente del país vecino confunde causas con
efectos. Si se hubiese tomado la molestia de consultar a un asesor, y ya
no se diga de leer un poco, Bush habría podido enterarse de que
esa clase de atentados es directamente alimentada por la prolongada ocupación
criminal, ilegal y genocida que el Ejército israelí ha mantenido
en los territorios palestinos. Es cierto que, antes de la descomposición
del proceso de paz iniciado en Oslo, Tel Aviv había entregado la
mayor parte de Cisjordania y Gaza a la Autoridad Nacional Palestina (ANP);
pero, si el presidente estadunidense hubiese consultado las resoluciones
de la ONU a las que hizo referencia --la 242 y la 338--, sabría
que esos territorios incluyen Jerusalén oriental, y que fueron las
provocaciones en esa zona realizadas por el actual premier israelí,
Ariel Sharon, las que desataron la segunda intifada.
En esa misma lógica, Bush piensa que el acosado
titular de la ANP, Yasser Arafat, tiene responsabilidad en los atentados
terroristas palestinos. Se expresa, en todo momento, "como un amigo comprometido
con Israel" y con ello se descalifica a sí mismo como posible parte
mediadora.
El "amigo comprometido" de Israel ha dotado a ese país
de medios de muerte y destrucción infinitamente más poderosos,
numerosos y sofisticados que el embarque de armas iraníes originalmente
destinado a la ANP e interceptado por Israel, que en Tel Aviv y Washington
causó tanto revuelo y tantas vestiduras desgarradas. Las bombas
y los fusiles estadunidenses en manos israelíes han causado tres
veces más muertos entre los palestinos --civiles inocentes, en su
mayor parte-- que los terroristas suicidas palestinos entre los israelíes.
Los medios bélicos estadunidenses han sido empleados
con frecuencia por el gobierno de Sharon para asesinar a dirigentes palestinos,
en lo que constituye una práctica tan terrorista y condenable como
las de Hamas, Hezbollah, la Jihad Islámica o Al Qaeda. Bush, el
implacable perseguidor de terroristas, es también cómplice
activo y entusiasta de otros terroristas.
Para los segundos, Sharon y su gobierno, el mandatario
estadunidense tiene palabras suaves y dulces: ante las evidencias de los
homicidios de civiles perpetrados por las tropas de Tel Aviv en los territorios
violentamente reocupados, Bush, tras reconocer a Israel su "derecho a defenderse
del terror", le pide que sea "compasivo" y que "no humille" a los palestinos.
Finalmente, en su alocución de ayer, Bush reiteró
el estilo totalitario, perdonavidas e injerencista que caracteriza a Washington
desde los atentados del 11 de septiembre: les dijo a los gobiernos árabes,
a la ANP y a Israel lo que tienen que hacer. Pero tal vez, en estos momentos
amargos, algunos de los aludidos vean la desesperada situación de
la autoridad palestina y perciban la trágica inutilidad de aceptar
los designios de Estados Unidos.