José Cueli
La niña afgana
ƑRecuerda usted a la niña afgana de ojos arco iris aparecida hace 17 años en la portada de la revista National Geographic? Aquella inolvidable imagen dio la vuelta al mundo y cautivó a millones de personas. De hecho, se convirtió en uno de los iconos de la fotografía mundial. La muchacha afgana fue fotografiada por Steve McCurry a finales de 1984 en un campo para refugiados. Veinte años después su rostro acapara de nuevo nuestra atención. Por segunda ocasión la cámara de McCurry capta el rostro de Sharbat Gula, la mujer afgana que ahora está casada y tiene tres hijas.
La primera imagen captada cuando contaba 16 años revela un bellísimo rostro embozado por un manto rojizo en el que parece arroparse el rumor de los amores idos. Ahora son otros dedos los que imprimen su huella de dolor en esos ojos únicos. Ahora ya no es el amor sino el odio lo que aparece. Los ojos son los mismos, sin embargo algo cambió en el personaje y el rostro que lo enmarca. Sharbat Gula es muda testigo de la guerra, la persecución, la muerte, la hambruna y el resentimiento. La frente nevada intenta recordar el aroma de un príncipe perfumado de sensualidad y revivir los instantes de dicha. Esta conmovedora fotografía le devuelve la imagen y le ayuda quizá a recordar los detalles de la mirada limpia y los amores frescos.
En la melancolía de la hora y de una vida terminada en 20 años, los ojos, esos ojos arco iris sol y sombra logran de chispazo encender la llama de los contempladores. Las fotografías parecen relatarnos una historia de amor que no tuvo final feliz. Como un tarro vacío que al destaparlo aún conserva algo de su finísima fragancia.
Esos ojos divinos hoy están enmarcados por un rostro cejijunto, un ceño fruncido que deja traslucir una vida difícil. La frente sobrecargada que cedió poco a poco, día a día, hasta que las arrugas afirmaron con trazos definitivos el gesto malhumorado del entrecejo. Resulta inevitable la idea perseguida con obstinación que acorralada en un cerco todos los días y a cada instante, sin perderse de vista durante el sueño, imprime sus huellas en el rostro. Entonces, de tanto mirar a la idea que asoma y huye con obsesión, los ojos adquieren una fijeza de taciturna reconcentración en que el ceño se contrae y nos habla de cómo su tez se transforma en mal talante.
El rostro actual de Sharbat devela una vida marcada por el estigma infernal del dolor. Esos ojos inolvidables que ahora reflejan las huellas del sufrimiento inscritas en ese gesto airado e impertinente, se hayan enmarcados entre un entrecejo fruncido, una nariz iracunda, unos labios sumidos y un mentón agriado. Gesto de una mujer bella que ha transitado por el infierno y soportado las indecibles angustias de saberse acorralada.
Los ojos de Sharbat se tornan espejo desde el que miramos y somos mirados. Vemos en ellos reflejado nuestro propio drama interior, el de la vida-muerte, el del tiempo que nos transcurre. Bien decía Antonio Machado: ''El ojo que ves no es/ ojo porque tú lo ves,/ es ojo porque te mira''.
La mirada como reflejo de muerte, la mirada como reflejo de vida. Y cuando se ha crecido como Sharbat, con la mirada en la guerra, se termina con la guerra en la mirada.