Elena Poniatowska
Alaíde Foppa, el eco de su nombre
La noticia nos dejó estupefactas. Alaíde
Foppa, de visita en Guatemala, había desaparecido. Era el 19 de
diciembre de 1981, hace casi 21 años. Esa misma noche Marta Lamas,
blanca y asustada, vino a la casa. Escribimos el artículo y se publicó
en Unomásuno. A partir de ese momento Alaíde empezó
a vivir dentro de nosotros, intensa, dolorosamente. La envolvimos en palabras,
en meditaciones; la evocamos, la recreamos, le dimos vuelta una y otra
vez, como burros de noria, con la esperanza de que nuestra insistencia
la haría materializarse. ''Ahorita va a abrir la puerta y va a entrar".
''Sonará el teléfono y oiré su voz." Todas las mañanas
recortamos en los periódicos, sobre todo en el Unomásuno,
lo que se publicaba sobre Alaíde, fotos que no conocíamos,
y nos enteramos de aspectos de su vida antes ignorados. Marta y yo hicimos
todas las antesalas posibles: las de Gobernación y las de la Presidencia,
las de Relaciones Exteriores y las de la embajada de Guatemala en México;
fuimos y vinimos y en esos días de viacrucis recogimos no sólo
las referencias a su secuestro, sino la abultada información sobre
los asesinatos en Guatemala, la masacre en El Salvador, la tragedia masiva
de Centroamérica y la de Latinoamérica.
En la madrugada, como un rezo, una jaculatoria, aparecía
en el Unomásuno (regalo de ese diario) un pequeño
anuncio: ''Hoy hace 25 días, Alaíde Foppa desapareció
en Guatemala. Hacemos responsable a ese gobierno por su vida". Lo firmaba
el Comité Internacional por la vida de Alaíde Foppa. Se fueron
ensartando los días, un día más sin Alaíde,
un día más sobre un montón de días, un día
más como una paletada de tierra sobre una situación atroz,
intolerable. Pensé que el día en que el escueto desplegado
desapareciera nos habríamos acostumbrado a él como a cualquier
otro anuncio, el de los colchones América o el de Dormimundo, porque
tal parece que en América Latina resulta más fácil
convivir con la tragedia y la injusticia que con la libertad. Familiarizarse
con la desgracia e integrarla a nuestra vida cotidiana es una costumbre
que por sabida se calla.
La desaparición, lo sabemos, es la mejor forma
de tortura, y la inauguramos en América Latina. Así lo sintetizó
Ariel Dorfman en un poema:
Quiero que me respondan con franqueza, ¿qué
época es ésta, en qué siglo habitamos, cuál
es el nombre de este país?
¿Cómo puede ser, eso les pregunto, que la
alegría de un padre, que la felicidad de una madre, consista en
saber que a su hijo lo están que lo están torturando?
Y presumir por lo tanto que se encontraba vivo cinco meses
después, que nuestra máxima esperanza sea averiguar
el año entrante que ocho meses más tarde seguían con
las torturas.
¿y puede, podría, pudiera, que esté
todavía vivo?"
Si hay una heroína romántica de América
Latina en el siglo XX es Alaíde Foppa, reconocida en México
en 1981 por su desaparición en Guatemala. Es tan injusta la historia
de las mujeres en nuestro país, es tan eficaz el ninguneo al que
se les somete, que fue necesario un gran escándalo político
para que a Alaíde se le reconociera. Si no desaparece, el nombre
de Alaíde sólo estaría ligado a la poeta, la feminista,
la crítica de arte, la maestra, la traductora. El escándalo
de su desaparición, su tortura y su muerte bajo el gobierno de Romeo
Lucas García, que antes había asesinado a sus dos hijos guerrilleros,
Mario y Juan Pablo, la convierten en la heroína a quien Gilda Salinas
le dedica muchas horas y 156 páginas de apretada escritura en la
biografía novelada Alaíde Foppa. El eco de tu nombre,
libro que la rescata y la entroniza.
En México las mujeres que destacan son fácilmente
sepultadas. Desaparecida Alaíde, sin lugar sobre la tierra, sin
tumba, sin cadáver, sin huesos que el tiempo pueda blanquear, cobra
su verdadera estatura por la fuerza del crimen político cometido
por el general Romeo Lucas García.
A raíz de su desaparición, la vida de Alaíde
es un libro abierto al que puede asomarse cualquiera.
Esposa, madre de cinco hijos ?Julio, hijo del ex presidente
de Guatemala, Juan José Arévalo; Mario, Silvia, Laura y Juan
Pablo, hijos de Alfonso Solórzano, militante comunista perseguido
en su país, Guatemala, que debió exiliarse en México
para escapar a la muerte?, Alaíde escribió: ''Cinco hijos
tengo,/ cinco caminos abiertos,/ cinco juventudes,/ cinco florecimientos,
los cinco dedos de mi mano".
Alaíde Foppa. El eco de tu nombre que ahora
publica Grijalbo en su colección Raya en el agua, recrea a través
de entrevistas la vida de una mujer excepcional que amamos por la dádiva
que hacía de sí misma, por su esfuerzo cotidiano, por su
capacidad de trabajo que a todos asombraba. Se trata de un montaje de testimonios
a la manera de La noche de Tlatelolco, en el que la voz de hijos,
parientes, militantes y amigos se mezcla con poemas y el relato de la vida
de la propia Alaíde que Gilda Salinas recabó viajando incluso
hasta Guatemala para hablar con Maty, la mejor amiga de Alaíde (entre
otros informantes). Sara Sefchovich lo recomienda por bien investigado
y por bien escrito.
A lo largo de mi propia vida, muchas veces he pensado
en la actividad desmesurada y sacrificada de Alaíde. Olvidada de
sí misma hacía demasiado. Sabía que el tiempo no vuelve,
que arde y sólo deja un montoncito de cenizas. Muchas veces nos
dijo a Marta Lamas y a mí:
''Quiero esconderme en Tepoztlán y dedicarle unos
días a mi poesía". Alaíde derrochaba energía,
acumulaba las citas de trabajo y relegaba su propia obra. Tampoco creía
mucho en ella. Así lo escribió:
Quisiera decirlo todo con unas pocas palabras cotidianas
y que al decir manzana vibraran en el aire frescos colores sabores
acidulados equilibrios formales memorias símbolos.
Pero, ¿hace falta la palabra si existe la manzana?
O:
Una poesía nació esta mañana en el
aire claro.
Estaba distraída, se me fue de la mano.
Alaíde se preguntaba: ''¿Hace falta mi poesía?"
Apresurada, la ahorcaron las obligaciones. No sabía decir que no.
Se preguntaba, sí, cuáles son las cosas que de veras importan,
pero de inmediato la saturaban las citas y los compromisos. El tiempo que
nos devora a todos la hacía a ella como le daba la gana. El tiempo
la angustiaba, como consta en su poesía.
Llegué siempre tarde y me sigo nutriendo de urgente
futuro de tiempo inexplorado de riesgos y esperas, como si fuera cierto
que renacieran los días.
¿Renacen los días para las mujeres? Quizá
sí. Alaíde se preparaba para un renacimiento. Después
del asesinato de su último hijo, Juan Pablo, y de la muerte estúpida
de un Alfonso Solórzano abstraído, atropellado por un automóvil
en la avenida Insurgentes, Alaíde decidió poner el tiempo
que le restaba al servicio de la guerrilla guatemalteca. Abandonó
la casa de Hortensia, en la colonia Florida, y repartió sus muebles
y sus cuadros. No divulgó sus intenciones pero nació en ella
la inmensa, la honda esperanza de ser útil a los guerrilleros guatemaltecos
que la visitaban en su casa. Ella sería su contacto, trabajaría
para ellos. ¿Quién sospechaía de una señora
de más de 60 años, dulce, fina y encantadora?
En un estremecedor Poema de Navidad para Alaíde,
dice Isabel Fraire que no se dio cuenta de que era tan hermosa, que en
las fotografías que repasa una y otra vez aparece su belleza, hecha
de profundidad y de tristeza. También a nosotros, como a Fraire,
se nos van los rostros en el espejo, también vivimos sin detenernos,
sin poner atención. Somos ciegos, sordos, mudos. Cuando alguien
se va nos damos cuenta de que lo conocimos a medias, lo escuchamos a medias,
lo quisimos a medias y que ahora sí, ¿quién va a responder
a nuestras preguntas? Esta hambre comenzó con la desaparición.
¿Por qué no le pregunté? ¿Por qué no
la vi con mayor frecuencia? ¿Por qué no permanecí
más a su lado? ¿Por qué vivimos siempre a las carreras?
Nos quedamos en la otra orilla, llenos de imágenes a las que quisiéramos
añadir color, fuerza, completar, que no fueran tan frágiles
y perecederas y de golpe tenemos la certeza de que no sabemos nada. Cuando
muramos, también morirán estas imágenes interiores.
Nosotras, las de la revista Fem, Marta, Tununa, Sara, Carmen, Margarita,
aún retenemos la voz de Alaíde pero nuestros hijos y nietos
la olvidarán más pronto. Significativa, profunda y dulce,
la voz de Alaíde, recubierta de espíritu como una segunda
piel, era inteligente y un poco triste. La bebimos en su programa de radio
Foro
de la mujer y al oírla supimos que jamás podremos aceptar
que un ser bueno e inocente fuera, junto a miles de guatemaltecos, asesinado
por el régimen fascista de Lucas García.
Alaíde es el símbolo de la lucha de las
mujeres latinoamericanas por la libertad, contra la infamia de la desaparición,
apenas un pequeño colibrí que las mujeres quichés
bordan en su huipil en señal de duelo cuando sus hombres no vuelven
de la guerra, de la cacería o son asesinados en un campo de maíz,
a traición, para luego aparecer en una zanja calcinados como los
21 campesinos que se atrevieron a tomar, en señal de protesta, la
sede de la embajada de España en Guatemala.