Javier Oliva Posadas
Iniciar una guerra
El recrudecimiento de los atentados terroristas en Israel y la escalada militar en los territorios autónomos palestinos, no obstante la violencia de los enfrentamientos, ha propiciado que nuevamente la comunidad internacional quede pasmada para acertar una acción que resulte viable para establecer no se diga la paz, sino por lo menos contactos para negociarla.
Esto es muy grave, porque una vez que se recurre a la violencia, bajo cualquier pretexto, sea ideológico, nacionalista, étnico, territorial, religioso o, peor aún, la mezcla de varios de ellos, los resultados nunca son ni los deseados ni los esperados. El conjunto de variables que se manifiestan para apuntar uno u otro resultado cambian con tal velocidad y complejidad, que no ha habido ni cerebro ni máquina capaz de adelantar nada.
Recurrir a la violencia como primer o último recurso, aleja toda posibilidad para que la política y, en su caso, la diplomacia, hagan su parte. Una acción que prevé la guerra como proceso de resolución de conflictos, obligadamente debe plantearse la etapa de reconciliación, negociación y el establecimiento de una nueva relación entre los actores. Actuar sin un sentido específico posterior a la utilización de la violencia, solamente perpetúa la guerra y hace de la incertidumbre y el miedo un estado de ánimo generalizado.
Declarar, llamar, estar en guerra es un asunto de palabras mayores. Cualquier dirigente o líder político que se encuentra en medio de un conflicto bélico, no debe lanzarse sin más objetivos que las consecuencias inmediatas de las acciones bélicas. Inclusive, la aplicación de las medidas militares, para lograr un mayor impacto, deben mostrar desde el principio que su extensión en el tiempo será breve y con objetivos muy claros.
Por eso, iniciar una guerra requiere de elementos que no pueden limitarse a la capacidad de fuego y adiestramiento. Esta es la parte operativa. La otra, que concierne a la política, demanda evaluaciones, planteamientos de escenarios e incluso del reconocimiento al posible fracaso en la búsqueda de los objetivos que dieron origen a la guerra.
De allí que la clasificación de las guerras resulta indispensable para la formulación de las etapas posteriores a la conclusión del conflicto. Por ejemplo, la declaración unilateral de Ariel Sharon a propósito de que "Israel se encuentra en guerra contra el terrorismo" (La Jornada, 1/04/02), no obstante, dista de ser una guerra de un país contra otro o de un ejército formal contra otro. Pero sin duda alguna, puede considerarse una guerra, pero por otras razones. La primera es que se trata de la deposición de una autoridad de un Estado aún no reconocido. La segunda, por la amplia e intensa acción militar desplegada.
Pero para evidenciar la estrategia política, en estos momentos ya debiera conocerse, por lo menos en términos generales, un plan para la posguerra con la finalidad de crear puentes de negociación y sobre todo, el inicio de trabajos para la reconstrucción política, económica y social de los territorios invadidos por el ejército israelí. Por otra parte, sería necesario conocer qué medidas se aplican por parte de la fuerza invasora para garantizar la integridad de la población civil, principalmente niños, mujeres y ancianos.
Así, quien declara la guerra tiene dos tareas: establecer las vías para la finalización del conflicto, y segundo, diseñar procedimientos para la reconstrucción (en todos sentidos). Sin estos dos elementos, no estamos hablando sino de un mero espíritu bélico, de venganza, movido por ambiciones personales a partir de la detentación de cargos que permiten el uso indiscriminado de la fuerza. Pero de política, diplomacia y estrategia, nada.
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