MELON
Luis Angel Silva
La Habana y Santiago
DURANTE 45 AÑOS anhelé conocer Cuba. En
1994 pude pisar su suelo y cantar en la cuna del son, es decir, Santiago
de Cuba. Las breves horas que estuve en La Habana, perdón el canibalismo,
ni a melón me supieron. Esta vez me di banquete: conocí los
barrios a los que Arsenio Rodríguez cantó; atravesé
la bahía en el transbordador para pasar el Domingo de Ramos en Regla
y rendir homenaje a Yemayá o, lo que es lo mismo, la Virgen de Regla;
visitar la Casa de Cultura Roberto Faz, uno de mis soneros favoritos; pasear
a mis anchas por La Habana Vieja, y ver con beneplácito la restauración
que se lleva a cabo en la ciudad llena de turistas europeos.
EN EL RESTAURANTE y bar El Patio encontré a Francisco
Chico Andrade en compañía de su esposa, degustando
sendos mojitos y gozando con un espectáculo de mojigangas en la
plaza frente a la Catedral. Después de un breve rato de darle gusto
a la sin hueso, seguí mi camino por esas callecitas llenas de sabor
que me dejaron con la duda de si Veracruz se parece a La Habana o viceversa.
PUDE CONOCER MIRAMAR, reparto donde se ubica la embajada
mexicana, pasear por las playas de Marianao imaginándome el cabaret
donde actuaba Choricera, inolvidable pailero, tomar un helado en
Copelia y caminar por La Rampa hasta el malecón. Reparto, mi enkobio,
es el equivalente a colonia, algo más elevado a barrio, pero sin
el saoco de los Sitios, el Cerro y, por supuesto, Jesús María
y Belén, conocidos antaño como Amalia e Italia.
DICHOS NOMBRES TRAJERON a mi mente al grupo más
sonero con el que éste su acere haya cantado: Los Diablos del Trópico,
los cuales puede decirse que fueron los cimientos de mi trayectoria, con
los que noche a noche interpreté Juventud amaliana y A
Belén le toca ahora, composiciones del Ciego maravilloso,
al que conocí en Nueva York.
Paseo del Prado
RECORRI
EL PASEO DEL PRADO evocando aquello que escribió Homero Jiménez
(RIP), "la tumba me llama y yo voy detrás", popular en la época
de oro del son en México, cuando se tocaba son del bueno y había
soneros de verdad.
LA HABANA Y SANTIAGO son dos cuidades bellas, cada una
con su propio estilo, hasta en sus habitantes, que son diferentes en su
manera de ser. Sin ánimo de ofender, donde más la gocé
fue en Santiago, ya que el son ?mi amor de toda la vida? está siempre
presente.
APROVECHO PARA DECIR, con la franqueza que me caracteriza,
que el cuento de la timba se lo coman los villamelones, como se comieron
lo de la salsa. Santiago de Cuba, dueño de la Enramada, la Trocha,
la Conga de los Hoyos, el Foco de Tivolí (sic) y, por supuesto,
El Cobre, con su venerada Cachita, me llenan de deseos por regresar porque
allí está el jícamo, donde se toca un son típico
y genuino. Ese bendito son cubano que me ha puesto a gozar durante 52 años
que se dicen rápido y me ha proporcionado todo lo material que poseo
que, dicho sea de paso, es lo menos importante para este su nagüe.
LO VERDADERAMENTE VALIOSO es haber podido desarrollar
mi trayectoria entre soneros de valía, tanto cubanos, boricuas y,
por supuesto, mexicanos, que los hubo extraordinarios y aún quedan
en poca cantidad, a los cuales les deseo larga vida sin agobios.
BUENO, Y QUE puedo decir de la Plaza de Marte, el Parque
Céspedes, El Patio de los Dos Abuelos, la Casa de la Trova. En fin,
todo Santiago con ese sabor sonero que fluye de manera natural, con ese
sol ardiente que posee la cuna del son, tierra del trompo. Allí,
donde Eliades Ochoa es adorado y reconocido hasta por sus propios colegas.
El, a su vez, no escatima elogios a quien se lo merece.
MI AGRADECIMIENTO A los galenos del Policlínico
y mi admiración al Dueto Cohiba, Coro Madrigalista, Sones de Oriente,
Septeto Turquino. Es decir, a todos los soneros santiagueros, para que
salga el verso sin esfuerzo, y rematar de bolea mencionando a los nenes
del sacoco, los Chicos del Caribe, que poseen un futuro promisorio.