Los Linares se lucieron con sus creaciones de arte en cartón
La quema de judas se cumplió como cada año en la Plaza de Santo Domingo
ARTURO CRUZ BARCENAS
La familia Linares se lució con sus creaciones de arte en cartón en una quema de judas en la que un impávido Jorge G. Castañeda dio un abrazo a Fidel Castro. El comandante tuvo del canciller la atención de que le prendiera su puro. Fueron las mojigangas que cerraron el festejo de la tatemada en la calle Oriente 130, de la calle Merced Balbuena, donde la barriada y hasta algunos gringos fueron a ver, a participar, a reírse. Reírse es la palabra y el gusto. La quema de judas es un festejo, una algarabía. En este caso, el sábado se refrendó una tradición que involucra a seis generaciones de Linares.
La Oriente 130 es de los que viven ahí. No es de las autoridades. Que los de Protección Civil hayan llegado la mañana del viernes para hacerse cargo de todo, en el último momento, tuvo sin cuidado a la familia de artesanos cuyos alebrijes bordean el campo del arte. Verlos sobre la mesa, uno al lado del otro, subraya que la imaginación sigue siendo el poder, cuando es positiva. Ahí estaban esos seres alados, especies de dragones de la película Shrek o surgidos de los cuentos medievales.
Los Linares piden respeto por la noble costumbre de quemar judas. Los pirotécnicos han sido satanizados y no debe medírseles con el rasero de los narcos, dijo Enrique. Ya no preparan los judas con sus "cuetes" frente a todos, a la vista de policías que suelen pedir su mochada para hacerse de la vista gorda. El día tiene su mensaje y su tiempo; éste llega con la oscuridad.
Penden de cuerdas los seres que van a ser pasados no a la hoguera inquisitorial de la Plaza de Santo Domingo, sino a la que desde ya debe dársele el nombre de plaza Linares. Cuelga un Osama Bin Laden que ya fue juzgado por el pueblo, y vox populi vox dei. Son fachadas de tres o cuatro pisos, de casas construidas a la manera del pueblo; es decir, como se va pudiendo, sin la lógica estricta de la optimación del espacio, según la arquitectura. Si ya nació otro, pues habrá que pensar en donde va a dormir. Hay calor de hogar y donde comen tres, comen cuatro, señala el refranero popular.
Competencia por las mejores figuras
Para comenzar, a eso de las siete de la noche, los tres grupos de la familia Linares, luego de seis generaciones es lógico que no todo sea miel, y si hay competencia ésta es por ver quién hace los mejores monos; todo queda atrás este día y se unen para la realización de esta fiesta -queman unos diablitos que giran como locos-. Un potente cuete los destruye en una diáspora de papel hecho pedazos.
Varios demonios corren la misma suerte
Uno, dos, tres, cuatro... varios demonios sufren la misma suerte. Ya la plaza de los Linares está llena y tras unas barricadas (tablas) algunos se protegen de un chispazo, de una quemada traidora. Ya ha habido experiencias desagradables. Empiezan a bajar al E.T., uno de los más grandes. Algunos se oponen a que sea destruido. Vivirá otros minutos. Una ratota va al cadalso. Se defiende y tira unos plomazos. "Aquí nomás yo parto el queso", dice en uno sus costados. Pues se la partieron.
Va Bin Laden. Ni modo. Llevan en vilo a la figura ganadora del concurso del Museo Nacional de Culturas Populares, en este 2002. Lo pretende, pero algo falla. "Es el efecto Torres Gemelas." Le reconectan la mecha y ahora sí, pura tronadera. Aparece un torito, que en esta ocasión será un cabrito (de las Chivas del Guadalajara), y a correr. Los asistentes repiten lo que hacen los niños al ir a dormir: con los ojos entrecerrados esperan no ver a los fantasmas que llegan en la noche.
Y allá va el E.T., ni modo. Una tronadera corona su fin; los esqueletos de los quemados yacen amontonados. Inertes sus huesos de carrizo y su piel de papel. Vicente Fox con su "hoy, hoy, hoy" fenecerá en menos de un minuto. Un cuetote le vuela la cabeza. Siguen las mojigangas con la imagen de Fidel Castro y Jorge G. Castañeda. Uno corre tras del otro. Van por las cuatro esquinas de la plaza Linares. Es el momento más alucinante de la noche. Vorágine de acabar con el mal, sacarle las tripas, beber de su sangre. Es la parafernalia del papel de china, del engrudo y el delirium tremens. De una especie de cañones salen unas bombas que estallan en el cielo. "šCórrele, Fidel!", aconsejan al comandante.
El área es ahora un hormiguero y en grupos algunos se agazapan. El olor a pólvora se esparce. Se mete en los cabellos de Gabriela y Claudia. Se impregnará en la piel. La fiesta ha mostrado su expresividad lógica. El pueblo retomó su calle y puso un equipo sonidero para extender el desmadre nostrum hasta que Dios amanezca. Los abuelos piden que se les atienda como el eterno manda. Esto es, que ya les den sus caguamas o sus tragos de tequila. Los fuegos artificiales unieron a todas las edades. Los monos de los Linares cumplieron la misión o virtud para la que fueron creados.
La palomilla, la banda, se prepara para bailar la cumbia, la salsa y hasta el rock de cuatro tiempos. Todo se bailará igual. El chiste es moverse. A las mujeres no les gustan los tullidos y es mejor sacarlas a danzar las de Super Potro. Se alarga el Sábado de Gloria y aún los niños no dejan de arrojarse espuma; a final de cuentas la niñez no tiene horario ni fecha en el calendario.
Una bomba potente, estremecedora, estalla y marca el fin de la quema de judas en la plaza Linares, que bien harían las autoridades en sembrarles algunos árboles para que cuelguen a los judas. Daniel Linares pide a los legisladores que sean considerados con ellos. Sus materiales han subido de precio y pagan impuestos. Ya sumando, está difícil. "Los artesanos no somos creadores de segunda y nuestros alebrijes se exportan a muchos países, donde en muchas ocasiones México es sólo eso, un alebrije."
La tradición siguió. No la detuvo el tiempo ni la crisis ni las medidas prohibitivas hacia la pólvora, ni la escasez de carrizo ni la incomprensión de las autoridades, ni las llamadas anónimas y cobardes para que sólo se quemaran diablos y no personajes de la política actual. Fue la manifestación de uno de los festejos más auténticos del Distrito Federal en la que debe llamarse, ya, plaza Linares.