Marcos Roitman Rosenmann
En busca del centro perdido
Los partidos políticos sufren un proceso de mutaciones, y resulta difícil identificar los orígenes ideológicos y los principios que favorecieron su nacimiento y desarrollo. Podemos constatar degeneraciones cuyo efecto se hace sentir en la desconexión existente entre los programas electorales, las demandas de la ciudadanía y la escasez de proyectos de cambio social. Proyectos en ocasiones inexistentes o diluidos en slogans publicitarios ajenos, la mayoría de las veces, a las reivindicaciones emanadas de la sociedad civil.
Son continuos los bandazos sufridos por los partidos para torear dicha inconsistencia. Para no alejarse de las opciones de gobierno, deben cambiar su personalidad, buscando adecuarse a las circunstancias de un tiempo despolitizado. Emerge un prototipo de organización política reivindicativa del centro y la neutralidad ideológica. El centro político cobra actualidad. La mayoría de los partidos luchan denodadamente por ser reconocidos socialmente como portadores de una nueva ideología anclada en el equilibrio equidistante de la derecha y de la izquierda. La sensatez y coherencia acompañan la definición de organización "centrista". Primero de centro y a continuación de izquierda o socialdemócrata. Igualmente de centro y con posterioridad de derecha. Se trata de una búsqueda infatigable por parecer insípido, inodoro e incoloro, ademas de vacío. El partido político como efecto placebo. Ser portadores de orden y gobernabilidad se torna una obsesión, cuyo fin está en recaudar votos para lograr el éxito electoral. "Vótenme a mí, no soy un peligro para nadie." Así reza el mensaje del centrismo político.
En esta guisa, casi ningún partido quiere ser identificado de izquierda o de derecha. Y si lo son deben ser modernos. Es decir, centristas. Más vale poseer cierto grado de flexibilidad en la definición. La ambigüedad puede resultar un factor de atracción. Ser un poco "asexuado" políticamente despierta la libido. Es el partido "atrápalo todo". Despolitizado y sin derrotero fijo, suelta los lastres que lo atan con ideologías fuertes o principios democráticos radicales sobre los cuales asentar su compromiso ético. Este desaparece en favor de la razón de Estado. Los cambios internos se hacen necesarios para virar en dirección al centro. El itinerario marcado obliga a reformar la estructura partidaria, adecuándola a las nuevas tareas. Todo debe ser modificado. Ser centrista lo demanda. El debate político y teórico interno es sustituido por la imagen afable, conciliadora y tolerante de sus dirigentes. Estos no deben sobrepasar los límites de las buenas costumbres y maneras. Los debates, si se producen, deben ser inconsistentes y poseer la virtud de no molestar a nadie. Discusiones anodinas e inocuas, donde lo importante radica en no producir ideas que requieran explicaciones en profundidad. No hay tiempo. Ser inofensivo y no crear conflicto es la máxima virtud del nuevo dirigente político. Este debe poseer un talante conciliador, fácilmente reconocible por su adecuación a cualquier circunstancia. Cuando se hable en rojo debe hacerlo en rojo. Cuando en azul, en verde o amarillo, debe ser capaz de sufrir una trasformación camaleónica y adaptarse al color del espectro elegido. No es conveniente alterar el curso de las aguas, defender proyectos o programas disonantes. Ello redundaría en un proceso degenerativo donde lo más probable es que el dirigente díscolo sea protestado y eliminado de la escena por ser un obstáculo para atraer votantes centristas. Y en el mejor de los casos, se le conceptualizará como una persona íntegra, pero fuera de la realidad.
No resulta extraño que en este camino se pierdan las identidades y las referencias sobre las cuales se articulaban la militancia y el compromiso político con la organización. La entrega desinteresada, afincada en principios compartidos por todos los militantes, es recuerdo del pasado. En la actualidad, los partidos tienen una existencia menos comprometida con sus militantes y más articulada al mercado. Vivir para el mercado y trastocar las elecciones en un mercado de votos es la máxima que guía su actuación. Renovarse o morir. Y es en esta "renovación" modernizadora donde se suele perder el horizonte histórico desde el cual se miraba el futuro, se aunaban las voluntades y se construía militancia.
En América Latina, este fenómeno de viajar al centro se desarrolla en la década de los años ochenta del siglo xx, aunque hunde sus raíces en la crisis política de los setenta, sobre todo en el cono sur, donde emergieron las tiranías militares. Regímenes despolitizantes cuyos discursos y mensajes criticaron abiertamente la militancia política y la existencia de los partidos. Los partidos de izquierda fueron perseguidos, declarados ilegales y disueltos; otros, los mas cercanos y comprometidos con las tiranías, fueron declarados en receso. En cualquier caso se gobernó sin ellos. El poder militar desarrolló una práctica tendente a su deslegitimación. Hubo un rechazo a la militancia política, no se consideró formativa de vida republicana. Se interpretó desde las tiranías militares como una opción personal para "medrar" en el poder. Esta visión caló profundamente en la población. El proyecto neoliberal lo asumió como parte de su estrategia de poder. El apartidismo y la organización "centrista". Eso permitió introducir la idea de racionalidad y eficiencia, orden y progreso. Gobernabilidad y seguridad. Todos valores que tienden a crear una visión de la política como gestión de recursos, bienes y servicios. Si los partidos querían sobrevivir debían ser capaces de despolitizarse.
Este viaje al centro se popularizó en toda la región. Independientemente de sus orígenes espurios se impuso como referente para introducir los cambios en la llamada modernización del Estado. Crear un sistema de partidos donde el pacto de gobernabilidad sea el objetivo supuso renunciar explícitamente a proyectos de trasformación social de democracia radical, por ejemplo. Todo se puede dentro del sistema, nada contra él. Desde esta perspectiva, efectivamente apropiarse del centro es la única opción para llegar a ser gobierno. Tanto ha calado esta concepción que en la actualidad las propuestas políticas con proyectos alternativos se consideran causas de inestabilidad y son descartadas por la población. El miedo a la contingencia y el deseo de ser gobernados sin sobresaltos prima sobre la construcción de un orden democrático, abierto, contingente y conflictivo. Demos gracias a las tiranías porque lograron su objetivo: imponer un diseño único de futuro donde no cabe la discrepancia ni la democracia, salvo la del mercado, claro, que no es democracia