TLATELOLCO: UN CAMBIO DE 180 GRADOS
Ante
los ojos del mundo se acaba de perpetrar un cambio fundamental en la política
exterior mexicana. Ni siquiera en la época de López Mateos,
el asesino de Jaramillo y su familia y feroz represor de movimientos de
huelga, o en tiempos de Díaz Ordaz, el de la matanza en la Plaza
de las Tres Culturas, México había aceptado seguir ciega
y fielmente las instrucciones de Washington en lo que respecta a Cuba,
a pesar de las diferencias ideológicas que existían entre
gobiernos anticomunistas y el régimen cubano. A pesar de todo, la
Doctrina Estrada y la defensa de la soberanía nacional guiaban la
política exterior mexicana y en ese terreno se destacó el
canciller Castañeda, padre de la sombra que lleva el mismo apellido
y ocupa el mismo puesto, pero desempeñando un papel contrario.
Si el presidente Vicente Fox ya había aceptado
que George W. Bush decidiera bombardear Irak no sólo desde territorio
mexicano sino también desde el mismo rancho de su invitado, tratando
al país y a aquél como meros dependientes, ahora en el gobierno
no sólo se acepta sino que se aplaude que en Monterrey se presenten
a los vasallos las resoluciones que fueron previamente preparadas por el
señor que, además, para demostrar quién manda, impone
los huéspedes al anfitrión y se permite utilizar en su discurso
el doble del tiempo atribuido a todos, comenzando por el presidente mexicano
y terminando por su colega francés, el secretario general de la
ONU o el presidente Hugo Chávez, quien sin embargo hablaba en nombre
del Grupo de los 77 y de China, es decir, de los representantes de la mayoría
de la población mundial.
El cambio en la política exterior mexicana y el
incidente con Cuba causado por las groserías y provocaciones nada
mexicanas (menos aún diplomáticas y absolutamente inusitadas
en el trato con países amigos) se ha realizado con estilo imperial.
Efectivamente, éste es un gobierno del cambio,
¡pero de cuál! El gobierno de los petroleros estadunidenses
y de Enron ha realizado un golpe de Estado mundial y amenaza con guerra
nuclear a ocho países, con los cuales México mantiene buenas
relaciones diplomáticas. Además Bush pretende someter a todos
a su política de guerra desempolvando el clima de la guerra fría
lo cual, naturalmente, pone a Cuba en la mira imperial. Por eso se permite
presionar a México condicionando su presencia en Monterrey a cambio
de la inasistencia de Fidel Castro, en un chantaje inadmisible. El cambio
actual se da en ese contexto. Es verdad que la historia tiene sus ironías:
México, que no siguió a la OEA en la ruptura con Cuba ni
aceptó el bloqueo ilegal e injusto impuesto por Washington, ahora
cambia su política con un giro de 180 grados y "está incondicionalmente
con Estados Unidos", como dijo el canciller Jorge G. Castañeda inmediatamente
después del atentado del 11 de septiembre y antes de conocer quiénes
eran los autores del mismo ni las intenciones de la Casa Blanca.
Por el contrario, la Venezuela socialdemócrata,
que entonces facilitó su territorio como base de ataque militar
ilegal contra Cuba, ahora adopta una posición digna que nuestro
país debería imitar. La defensa de la legalidad obliga pues
a que las cámaras discutan este giro funesto para la soberanía
y la dignidad nacionales y eviten el ninguneo político. La defensa
de la independencia mexicana exige por su parte impedir que los gobernantes
de turno, que son funcionarios pagados por el pueblo, se transformen en
meros gerentes de intereses imperiales. México no es ni debe ser
una mera prolongación de Texas. El pueblo mexicano y el cubano merecen
urgentemente las excusas y aclaraciones de nuestro Congreso.