Leonardo García Tsao
El día que el cine murió
Este 24 de marzo se cumplirá el vigésimo
aniversario de la mayor catástrofe cinematográfica sufrida
por este país: la destrucción de la Cineteca Nacional. Podría
afirmar que, en cierta forma, se trata del equivalente cinematográfico
del 2 de octubre de 1968, fue un hecho nunca esclarecido de manera oficial,
quizás provocado por fuerzas oscuras dentro del propio gobierno,
hubo un número indeterminado de víctimas (minimizado, por
supuesto) y las autoridades se esmeraron en darle el tradicional carpetazo
al asunto, con tal eficiencia que la fecha sí tiende a olvidarse.
Quien esto escribe trabajaba en el departamento de programación
en ese entonces. Y pudo comprobar de primera mano las características
de un acto de sabotaje. Si bien se difundió la versión de
un accidente provocado por el deficiente almacenaje de las películas
de nitrato, nadie ha explicado por qué hubo una devastadora explosión
dentro de la sala Fernando de Fuentes, durante la proyección de
La tierra de la gran promesa, de Andrzej Wajda. Los testigos que
lograron salir de la sala hablaban de cómo la pantalla había
estallado literalmente en llamas. El material de nitrato es altamente flamable
pero no explosivo. De hecho, las ruinas de las bóvedas donde éste
se guardaba -a una distancia considerable de la sala, por cierto- mostraban
el daño de un incendio, mas no el de una explosión. En pleno
cumplimiento de la estrategia del carpetazo, varios peritos fueron
sumariamente despedidos cuando intentaron dar a conocer sus respectivos
dictámenes, y el asunto ha quedado como uno de tantos crímenes
no resueltos.
¿Cuántas personas murieron en la catástrofe?
Muchas más de las reportadas por la versión oficial. Un amigo
médico, que cumplía guardia en la sala de urgencias del hospital
Rubén Leñero, fue testigo de cómo llegaban del siniestro
docenas de personas afligidas por quemaduras graves, la mayoría
de ellas fatales. Aún más perturbador fue el montón
de credenciales estudiantiles que empleados de la Cineteca recogieron del
suelo de la sala Fernando de Fuentes, días después de que
las autoridades hicieron una apresurada limpia del lugar, aprovechando
el paréntesis de la Semana Santa. La forma más inmediata
de procurar el anonimato de un cadáver es despojarlo de cualquier
documento de identidad.
Además de las pérdidas humanas, el incendio
de la Cineteca significó también un crimen cultural. El libro
Guinness de los récords la ha registrado como la mayor pérdida
de un archivo cinematográfico en la historia: 6 mil 506 películas
destruidas, muchas de ellas irrecuperables. Sin contar documentos originales,
el acervo de la biblioteca, la fototeca, instalaciones, aparatos... Hasta
la fecha, la institución no ha logrado recuperarse del desastre.
Trágico como fue, el incendio de la Cineteca Nacional
representó la coherente culminación de una administración
-la de Margarita López Portillo- signada por la incompetencia y
la corrupción. Después de años de desmantelar al cine
nacional con malos manejos administrativos, persecuciones políticas,
posturas malinchistas (es cuando el Estado mexicano financia a cineastas
extranjeros como Bondarchuk o Saura), la destrucción física
de la Cineteca sirvió de proporcionado remate a esa política.
Ante las cámaras televisivas, con el fondo de la Cineteca en llamas,
la hermana del entonces presidente declaró: "Yo sabía que
esto iba a suceder". Sólo le faltó pulsar un arpa y comenzar
a cantar para redondear esa imagen del poder llevado a niveles de delirio.
(En esos tiempos de caza de brujas, cabe recordar, Emilio García
Riera fue el único que se atrevió a exigir en público
la renuncia de la señora. Mientras el sedicente crítico que
suele tacharlo de oficialista se quedó típicamente calladito).
La atrocidad ocurrida el 24 de marzo de 1982 ha pasado
a la historia como un lamentable accidente. En este caso, no ha habido
una comisión investigadora y a nadie se le ha atribuido una responsabilidad
en ese sacrificio de vidas humanas y de un legado cultural de valor incalculable.
Aunque nadie pedirá un minuto de silencio por el aniversario luctuoso
en la próxima ceremonia de entrega de los Oscares, el hecho debe
ser recordado como uno de los momentos más negros de nuestra historia
cinematográfica.