Carlos Marichal
Los países pobres financian a los ricos
Los platos fuertes de la recién concluida reunión internacional de Monterrey han sido aquellos servidos en los múltiples almuerzos y cenas a medio centenar de presidentes y millares de funcionarios asistentes. En cambio, el menú de resultados financieros ha demostrado ser de una extraordinaria austeridad.
En efecto, al revisar el documento básico del llamado Consenso de Monterrey, se observa que han escaseado propuestas concretas con el propósito utilizar nuevos recursos para promover el desarrollo. Tanto la Unión Europea y el gobierno de Estados Unidos han declarado su intención de promover un incremento irrisorio de los fondos tradicionales destinados a la ayuda oficial para el desarrollo. En cambio, el documento oficial no propone una búsqueda de nuevas fórmulas para financiar el desarrollo, a pesar de que éstas no escasean.
Por ejemplo, allí están las propuestas de empresarios heterodoxos como George Soros para crear un fondo internacional financiado con derechos especiales de giro; o las sugerencias del economista Joseph Stiglitz para dar un uso más activo a las enormes reservas monetarias acumuladas por la mayoría de los países del Tercer Mundo. Aún más pertinentes son los sugerencias para el establecimiento de la tasa Tobin, que ya tienen un enorme apoyo popular e internacional, además de contar con el sustento de un número creciente de estudios económicos que demuestran que podría introducirse perfectamente en los mercados financieros sin provocar crisis.
Pero, además, debe tenerse en cuenta que el planteamiento de fondo económico y moral que ha servido para las recientes discusiones oficiales es errado. Los países ricos han llegado a Monterrey anunciando su disposición a ofrecer algunas migajas de apoyo a países pobres con el objetivo ostensible de mitigar la enorme pobreza existente en el mundo, como si se tratara de una campaña de caridad para disipar protestas. En la práctica, los dirigentes de los países más desarrollados no desean reconocer que su propio desarrollo en los pasados 20 años ha dependido en parte del financiamiento proporcionado por países de ingresos bajos y, sobre todo, de países de ingresos medios, como México.
En un libro reciente de los profesores John Saxe-Fernández y Oscar Núñez, que analiza los procesos de globalización, se documenta la enorme transferencia de excedentes de América Latina en favor de los países ricos por concepto del servicio de la deuda, transferencias unilaterales, fugas de capital y utilidades netas remitidas de inversión directa durante el pasado cuarto de siglo. Se podrán discutir las estimaciones, pero lo que queda meridianamente claro es que los países ricos deben tanto a los países menos desarrollados como viceversa. En este sentido, no se trata de ofrecer caridad sino de proponer fórmulas equilibradas de desarrollo. Sin embargo, las propuestas de Monterrey no prometen modificar el enorme desequilibrio existente en el ámbito mundial.
Un ejemplo de la transferencia de recursos del Tercer Mundo a los países más avanzados lo ofrece el caso de México en los pasados 20 años. Por ejemplo, al analizar los flujos de la deuda externa pública puede observarse que desde 1982 hasta 2002, el gobierno mexicano ha pagado cerca de 300 mil millones de dólares en servicio y amortización de la deuda pública externa consolidada, cuando su valor no sobrepasó los 100 mil millones de dólares en préstamos. En efecto, en este caso es muy claro que se ha producido una transferencia neta de recursos que ha ayudado a financiar a los países más ricos. Si a ello se agregan las inversiones de individuos y de empresas mexicanas en Estados Unidos y Europa, que superan los 150 mil millones de dólares, se observa, de nuevo, que suele salir más dinero de México de lo que entra.
El caso de México no es singular. Por ejemplo, es sabido que muchos de los países petroleros -que se clasifican como de ingreso medio a escala internacional- invierten anualmente enormes cantidades de fondos en los mercados financieros internacionales. Estas inversiones no suelen contemplarse como ayuda al desarrollo de los países ricos, pero esto es precisamente lo que son. Los mercados financieros de Londres, Nueva York, París, Francfort, Zurich y Tokio son los que más se benefician, estando estrechamente vinculados a una multitud de paraísos fiscales, donde se coloca una enorme masa de fondos de los ricos de naciones del Tercer y del Primer Mundos. Si no se propone un registro y fiscalización de los mismos, carece de sentido la mayor parte de las discusiones sobre reformas financieras como las realizadas en Monterrey. De allí que el primer requerimiento para futuras propuestas de reforma de la arquitectura financiera internacional consiste en la cooperación para hacer transparente la información sobre los flujos financieros de todo tipo (legales e ilegales) y en todas direcciones. A falta de voluntad por discutir estos temas en foros públicos, pueden esperarse más discursos de escaso contenido real, cuyo objetivo consiste esencialmente en el mantenimiento del status quo mundial.