Luis González Souza
Soberanía difunta
Dicen los que saben, es decir, los de abajo, que "tanto
va el cántaro al agua, hasta que se rompe". Tanto ha sido vapuleada
la soberanía del México neoliberal (desde 1982 a la fecha)
hasta que se rompió por completo, hasta que murió, codo a
codo con lo que se llamaba "política exterior". Todavía hace
poco, en torno de las elecciones de 2000, por ejemplo, el gran debate era
si existía o no un "proyecto nacional". Hoy, tras los vergonzosos
avatares de la cumbre de Monterrey, o del Gris Rey (Bush II), o
el Kinghills Summit pues, el debate es, o comenzará a ser,
el de si nos queda nación alguna a proyectar, o tan siquiera a imaginar.
A nosotros en lo particular nos tocó documentar
en dos libros publicados en 1994 (Soberanía herida) el debate
acerca de si la soberanía de México había o no quedado
mortalmente herida tras los dos primeros sexenios de neoliberalismo a la
mexicana (De la Madrid y Salinas). Irredentos optimistas que somos, el
último párrafo de tales libros decía así: "Ojalá
esto -los estragos de una soberanía en franco desangramiento- se
comprenda a tiempo. Pero aun si no fuese así, el propio pueblo de
México, junto con los de Latinoamérica, debe restañar
de inmediato las heridas modernas, colosales, que sufre su soberanía.
Todavía no son heridas de muerte (porque) hay alternativas que urge
impulsar".
Cada vez es más obvio que el dizque nuevo gobierno
de Fox en definitiva no es una de esas alternativas. Más que una
alternativa, dicho gobierno aparece como la puntilla contra lo que ya entonces
caracterizábamos como un "proyecto de no nación". Menos de
dos años bastaron a los foxianos para confirmar que alternancia
electoral no significa alternativa. El "toro" nacional ha sufrido tanto,
en tan poco tiempo, que ya es difícil distinguir entre las banderillas
salinistas (TLC por delante) y zedillistas (guerra hipócrita en
Chiapas), de un lado, y las estocadas foxianas. La última de éstas,
pero sólo la última hasta hoy, tiene que ver con los dislates
de la diplomacia foxista que, con un par de nuevas vueltas a la tuerca
del servilismo proestadunidense, logró un desastre múltiple:
el forzado retiro de Fidel Castro y su intempestivo regreso a Cuba, el
explosivo fracaso de la Cumbre del Gris Rey (o reyes y pajecitos),
su total desnudamiento como un cónclave proimperial, donde prácticamente
todo se cocinó desde antes y tras bambalinas (hasta el documento
central, "Consenso de Monterrey"), al capricho y gusto del emperador Bush
II, y cual jugoso colofón, el apuntalamiento de México como
instrumento servil en todo ello.
La nueva tendencia es clara: de país esquirol (Consenso
de Cartagena, TLC) y conejillo de indias (Plan Brady, lucha antidrogas),
México tiende a convertirse, en el tablero estadunidense, simple
y llanamente, en un país siervo. De haberse distinguido históricamente
por una política exterior más o menos digna e independiente,
ahora México se ha quedado sin política exterior. Pero esto
no ocurrió en Monterrey. Había quedado claro -para quien
quiso ver- con el "apoyo incondicional y hasta lo último" brindado
a la guerra de Bush dizque "contra el terrorismo". A partir de ese momento,
¿qué interés podría tener el gobierno de Estados
Unidos en gastar su tiempo para negociar con un vecino que ya le ofreció
un apoyo tal, y para una aventura tan irracional como dicha guerra? Si
la política es diálogo y negociaciones, ¿cuál
política exterior le queda a México si su interlocutor principal
y ya casi exclusivo cuenta ya con un apoyo incondicional e infinito?
Y eso sólo es lo que llaman "la punta del iceberg",
la punta de la (ex) política para encontrarle a México un
lugar, sólo un lugarcito ?ya no digamos digno y fértil? en
el mundo. Lo ocurrido a la otra punta de la pinza es aún más
grave, pues se trata de la punta raíz de cualquier proyecto nacional.
Es la punta que conduce a los valores más elementales de cualquier
nación: paz, justicia, cohesión democrática ?es decir,
plural e incluyente?, visión y proyecto de futuro genuinamente compartido
y nutrido de algún tipo de fe. Pues bien (mal, muy mal), esta otra
punta raíz fue lo primero que desmadejó el gobierno de Fox
al traicionar sus promesas en torno de una pronta y justa solución
al conflicto con los pueblos indios de Chiapas y el resto del país.
Si la nación misma (no digamos ya el proyecto nacional)
terminó de extraviarse con el fin de la soberanía y de la
política exterior, el extravío comenzó en la ley antindígena
con que se apuñaló a los marchistas "color de la tierra",
en cuanto regresaron a sus comunidades. Antes decíamos: "se busca
un buen proyecto nacional". Hoy: "se busca una nación a proyectar".
¿Grave? No, gravísimo. Pero más vale saberlo y decirlo
a tiempo. Ojalá pronto podamos escribir Soberanía reconstruida,
redignificada.
Por lo pronto, hoy: un minuto de silencio por nuestra
nación. Y millones de horas lucha para reconstruirla.
PD infaltable: toda nuestra solidaridad y apoyo para Bárbara
Zamora, luchadora ejemplar desde y para la dignidad de todos. Ni Digna
está olvidada, ni Bárbara está sola. Ojo, autoridades
de todas las (in)competencias, federales o capitalinas.