Horacio Labastida
18 de marzo y Consenso de Monterrey
Cuando dejé la carrera de Medicina que cursaba exitosamente en el bienio 1936-37, y estaba dudoso entre optar por Derecho y Ciencias Sociales o reiniciar la de Filosofía y Letras, que empecé al concluir los estudios de preparatoria, cargaba ya con 20 años agitados por la atmósfera ideológica que conmovían los debates de filosofía y política de Antonio Caso y Vicente Lombardo Toledano, cuyos artículos publicaba El Universal en los días en que fue dirigido por Miguel Lanz Duret, autor de un meritorio texto de derecho constitucional, en el que seguíase la escuela cumbre del maestro Emilio Rabasa, jurista eminente que hizo grandes esfuerzos por explicar las supremas normas jurídicas con base en las luchas sociales que buscaban soluciones a los grandes problemas de la nación. Esto explica por qué Lanz Duret se inclinara por abrir las puertas del periodismo a intelectuales dispuestos a abonar el florecimiento de la conciencia pública. Por igual Caso y Lombardo Toledano continúan siendo en la universidad dos maestros inolvidables.
Vienen estos recuerdos a mi memoria porque apenas hace algunos días, precisamente el pasado lunes, se registraron dos hechos que tienen mucho que ver con lo que hoy sucede en el mundo, y muy especialmente en nuestra maravillosa suave patria. El 18 de marzo de 1938, ya con mis 20 años encima, escuché por radio la lectura del decreto expropiatorio de las compañías petroleras, en palabras del presidente Lázaro Cárdenas. Y el mismo 18 de marzo, pero del año actual, entre poderosas barreras policiacas e intensivos cuidados de inteligencia militar, se inauguró en Monterrey, la Conferencia Internacional sobre el Financiamiento para el Desarrollo, patrocinada por la ONU, sin perjuicio de que su deslucido secretario Kofi Annan haya reconocido públicamente lo que todos sabemos de manera sobrada: que la cumbre de Monterrey no cumplirá con sus objetivos de ayuda verdadera, agrego, al desenvolvimiento del subdesarrollo. Y esta concurrencia calendárica de un hecho trascendental para México, la expropiación petrolera, y de otro hecho intrascendental para México, la conferencia de Monterrey y sus prominentes y múltiples jefes de Estado y de gobierno, tiene a mi juicio connotaciones muy importantes, en la medida en que el acto cardenista forma parte de nuestra historia liberadora, y en que la reunión organizada por Naciones Unidas es sin duda un capítulo más en el escenario de la contraliberación que con ostentosos jolgorios y el retumbar de cañones y ejércitos en medio de pueblos indefensos, se representa en nuestros días como parte de la opresión de los más por los menos.
El 18 de marzo de 1938 es en nuestro tiempo un día universal, celebrado con entusiasmo en el Monumento de la Revolución, donde nos reunimos cada año muchos mexicanos, y en numerosas ciudades y capitales de oriente y occidente, porque el entusiasmo por cambiar la opresión en libertad no es sólo de individuos o naciones, sino un anhelo de la humanidad, y nuestro 18 de marzo fue y es una victoria del hombre en la medida en que arrebatar lo propio de manos extrañas para el bien común, denota cohonestar la soberanía del pueblo, o sea la libertad colectiva, con la justicia. Cuando Lázaro Cárdenas hizo público por radio el Decreto de Expropiación de las compañías petroleras, que intentaron burlar la soberanía mexicana, hizo saber al mundo entero que México es un país que en el marco de las relaciones internacionales, exige el respeto de los derechos de todos como fuente de paz y orden mundial, y admite con aplauso que tal respeto se halle enhebrado fuertemente con la equidad y los beneficios materiales y culturales de cada pueblo, sin distinción alguna.
La identidad de libertad y justicia expresada en nuestro 18 de marzo de 1938 contrasta radicalmente con la identidad de dominio y opresión que exhiben en Monterrey las autoridades económicas y políticas congregadas por Nacionales Unidas. El contraste salta porque el 18 de marzo mexicano es en la historia un acontecimiento modelado en la voluntad del pueblo que sancionó el artículo 27 constitucional, mandamiento fundamental para construir un Estado democrático responsable de transformar la libertad y la justicia en actos del poder político.
El actual 18 de marzo regiomontano apunta en sentido inverso. No sé si los presidentes lo saben o no lo saben o bien disimulan no estar enterados, pero lo cierto es que los acuerdos que se adopten serán sencillamente un reflejo más del Consenso de Washington; es decir, de la ideología neoliberal que han puesto en marcha dentro de la política actual los poderes trasnacionales que pretenden adueñarse del planeta. Afortunadamente, millones de hombres por todas partes gritan y afirman contra los consensos de las minorías que es posible para la humanidad establecer un mundo sustentado en la dignidad del hombre y en el consenso de las mayorías.