Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Martes 19 de marzo de 2002
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Política

Alberto Aziz Nassif

PRD, Ƒla izquierda necesaria?

Si la diferencia de votos entre Rosario Robles y Jesús Ortega hubiera sido de unos cuantos, el PRD estaría en este momento frente a un conflicto quizá más grave que el de las elecciones de 1999. Pero, con una votación que los conteos rápidos señalan de dos a uno, se evapora la crisis interna: Alduncin en CNI Canal 40, 65.2 por ciento para Rosario contra 28 por ciento de Jesús; igual el conteo interno del PRD: 59 contra 31 por ciento, y la empresa Mitofsky, 65.2 contra 28.6 por ciento (La Jornada, 18/03/2002). La otra parte de la ecuación que despeja el conflicto interno en el partido del sol azteca es el reconocimiento del perdedor, a pesar de las graves irregularidades.

El PRD es un partido joven que nace a raíz del fraude y del movimiento electoral de 1988. Esta dirigencia será la quinta, sin contar el interinato después de la anulación de 1999. El partido fue en sus inicios un fuerte motor para lograr la democracia electoral en México, sobrevivió el combate del salinismo durante seis años, y llegó a tener momentos de crecimiento electoral, así como de consolidación en 1997, cuando se quedó con 25 por ciento de la Cámara de Diputados. Después vino la bajada en 2000, cuando la votación por el perredismo regresó a sus niveles de voto duro, igual a 1994, con poco más de 6 millones de votos, 16 por ciento. El PRD se ubica como una de las tres grandes fuerzas nacionales del país y es hoy uno de los tres partidos gobernantes.

La moda de elegir dirigencias partidistas mediante elecciones abiertas ha sido un pantano intransitable, y hasta ahora ninguno de los dos partidos que lo han intentado, PRI y PRD, ha superado la prueba.

La elección perredista del pasado 17 de marzo tuvo un conjunto de irregularidades anunciadas: cientos de casillas que no se instalaron; los casos más graves son, hasta el momento, el estado de Hidalgo, donde no hubo elección, pero también están Veracruz, Oaxaca, Chiapas y el estado de México, donde hubo múltiples irregularidades. La logística, la organización y los resultados de este proceso dejan al PRD con otra experiencia de desorden. Todo indica que los partidos solos no tienen capacidad para hacer elecciones internas abiertas y transparentes. De nueva cuenta hay que valorar y cuidar al Instituto Federal Electoral, que ha podido realizar elecciones limpias y creíbles.

Posiblemente en los días por venir se conozcan los detalles de la elección, pero ciertamente el PRD hará todo lo posible por dejar atrás el trago amargo de los comicios, y se dedicará a integrar su nueva dirigencia, a sanar las heridas para evitar cualquier fractura y a empezar a posicionarse de cara a 2003.

Como en todo partido, en el Partido de la Revolución Democrática hay grupos y corrientes enfrentados, pero quizá en este caso sea de mayor amplitud y fragmentación. Hace algunos años las discusiones perredista importantes giraban en torno a dos preocupaciones: cómo articular una institución que tenía fuertes componentes de movimiento social; y qué tipo de posiciones adoptar frente al gobierno. Al final de cuentas el PRD recorrió el trayecto de fortalecer una institución electoral, un partido que busca votos; y la segunda problemática, la ubicación en el eje que va de la oposición a la cooperación frente al poder, se ha replanteado en una ubicación que dejó los planteamientos más radicales, porque esos lugares están despoblados en votos, y porque empezó a ganar posiciones y a gobernar territorios importantes.

En 2003 el perredismo tendrá que pelear por los votos de centro-izquierda frente al PRI, pues parece que ésta será la tendencia que ahora adoptará o simulará en el discurso; y también tendrá que pelear votos al PAN en las posiciones más centristas. Una vez que el PRI perdió la Presidencia de la República, y Cárdenas su tercer intento de llegar a la misma (1988, 1994 y 2000), el PRD se queda sin una de sus metas centrales.

Hay ahora un cambio generacional en ese partido, ya empezaron a llegar los nuevos perredistas, pero queda por redefinir el rumbo y el proyecto. México necesita una izquierda fuerte y moderna que pueda representar intereses múltiples de grupos sociales, desfavorecidos por el proyecto económico actual, pero que también pueda contribuir en las mejores causas para consolidar la democracia, fortalecer y transformar instituciones; una izquierda progresista que piense el país y el mundo desde los nuevos referentes de una globalidad incluyente. Hasta ahora esa izquierda está por construirse.

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