Horacio Labastida
Dignidad y abyección intelectual
Las palabras de Mefistófeles a Dios según el prólogo de Goethe al magistral Fausto, son más que aperplejantes un motivo para preguntarnos una y otra vez sobre el verdadero sentido de la inteligencia en la historia, o sea, sobre su fuerza en la modelación del destino humano. Consta en las religiones que al crear al hombre, su Creador lo dotó de los brillos del entendimiento, y a este suceso del Génesis se refiere Satanás acentuando ante el Divino que "el pequeño dios de la tierra sigue siendo de igual calaña y tan extravagante como en el primer día. Un poco mejor viviera, dice enfático, si no le hubieses dado ese vislumbre de la luz celeste, a la que da el nombre de Razón y que no utiliza sino para ser más bestial que toda bestia... No hay inmundicia donde no hunda la nariz". Son tan miserables, agrega, que hasta se me quitan las ganas de atormentarlos. Y esta diabólica tesis sobre razón vuélvese acuciante si se recuerda, por una parte, que en el siglo clásico de Grecia Aristóteles singulariza al hombre con el atributo de la razón y que en el Lejano Oriente un contemporáneo del siglo ateniense, Confucio, proclama que sólo el hombre es capaz de comprender y acatar el Mandato del Cielo y mudarse en el caballero que exhibe, a los demás, el camino de la redención. Es decir, por igual en la religión que en la filosofía se reconoce a la razón como cualidad inherente en los hombres, aunque el mefistofélico diablo censura al Señor porque tal propiedad sólo ha servido a Adán y sus descendientes para ser más bestiales que las bestias, de acuerdo con las mencionadas palabras que redactó Goethe.
Piénsese ahora en los atormentados primeros meses de nuestro siglo xxi, medítese en lo ocurrido en tan breve lapso, y la conclusión parece unirnos a los reproches que hizo el representante del Averno a Dios, por la gracia concedida al hijo predilecto. ƑDe qué otra manera podría evaluarse la masacre que ejecutan a diario los soldados de Ariel Sharon en las poblaciones palestinas de Ramallah y la franja de Gaza, o las matanzas indiscriminadas de civiles por las brigadas estadunidenses que persiguen talibanes en el multidestruido Afganistán? ƑQué papel desempeña la inteligencia en un mundo acosado por armas y ejércitos nunca soñados por los mejores futurólogos de los imperios antiguos y modernos? Sólo en la experiencia social, escudriñándola, es fácil hallar respuestas sensatas.
Por primera vez visité Francia en marzo de 1958, fecha que señaló el desastroso final de la cuarta República presidida por René Coty (1882-1962) y gobernada a saltos por Mendés-France, Edgard Faure, el socialista Guy Mollet y Pierre Pflimlin, jefe de la última administración en la república agonizante, y precisamente en tal tiempo y por la notoria ineptitud de la clase política, junto con cuestiones graves como la caída en Indochina de Dien Bien Phu o el fracaso de la aventura gala en el Canal de Suez, la cuestión argelina exalta a la opinión pública francesa por la brutalidad de sus militares en la ardiente colonia norafricana.
El eminente Jean-Paul Sartre (1905-80) lanzó tremendos manifiestos de protesta que interpretaron los sentimientos comunes contra el genocidio cometido en Orán y sus vecindades, y en los manifiestos conjugábase una radical negación al avasallamiento de la dignidad. Era cierto. Sartre acreditó entonces al mundo que el compromiso de la inteligencia es un compromiso con la verdad y el bien, y que en estas instancias axiológicas, al compenetrarse, resplandece la dignidad de la inteligencia.
Pero la transustanciación de verdad y bien en la conducta del intelectual frente a sus circunstancias no es necesaria, o sea que su íntimo enhebramiento puede romperse si la verdad se desvincula de la moral por la vía de una inteligencia que la utiliza de manera faccional, en provecho de los poderes opresores de la voluntad liberadora de los pueblos.
Hay un contraste revelador entre el discurso pronunciado por Dennis J. Kucinch, diputado federal por Cleveland, Ohio (La Jornada, 3/03/02), y el manifiesto firmado, entre otros, por Samuel Huntington, cuyo esfuerzo actual reduce los problemas del mundo a una guerra religiosa entre Oriente y Occidente, y Francis Fukuyama, el del punto final a la historia (véase La Jornada, 2/03/02).
El primero retoma los fueros de la dignidad intelectual y exige que Norteamérica deje de "ir detrás del eje del mal" para "ponerse al frente del eje de la esperanza... y la libertad". Los segundos abdican del compromiso de la inteligencia para presentar como "justa" la guerra que ha desatado contra todos los que no estén conmigo el gobierno washingtoniano. ƑAcaso no se llega así a la abyección intelectual?