Gilberto López y Rivas
La caída del halcón negro
La caída del halcón negro, filme de Ridley Scott, exhibida en varias salas cinematográficas en nuestro país, es una expresión de los mecanismos de propaganda ideológica y justificación de las criminales intervenciones militares que Estados Unidos practica en diversas partes del mundo.
Se trata de un relato literalmente sangriento sobre un supuesto hecho real en el que a partir de una sofisticada tecnología militar y un masivo apoyo aéreo, un general dirige un ataque para tomar prisioneros a civiles previamente "juzgados" por el aparato militar estadunidense, desde la segura comodidad de una oficina y contando con cámaras televisivas en el lugar de la acción.
No es casual que a unos meses de haber iniciado una devastadora guerra en varias regiones y ciudades de Afganistán; ante las amenazas de una eventual agresión militar contra Irak, Libia o cualquier otro Estado, que a juicio de los gobernantes estadunidenses sea considerado "terrorista", y conocida recientemente la posibilidad de ofensivas nucleares de Estados Unidos en contra de Rusia y China, entre otros países, se exhiba este tipo de película que enaltece la acción militar de las tropas de elite de nuestro vecino del norte, que con el propósito de imponer su modelo de civilización imperial interviene en conflictos ajenos causando muerte y destrucción.
La estructura del guión cinematográfico es similar al de otras películas hollywoodenses en las que se exhiben el valor, el miedo, el dolor y la angustia de unos cuantos rambos, proyectados como héroes que se sacrifican en aras de resolver la situación de injusticia existente en países "atrasados", dirigidos por regímenes despóticos y criminales, que paradójicamente fueron apoyados en algún momento por la Casa Blanca.
Orientado a un auditorio masivo que poco conoce de la situación en Africa, en ningún momento se explican las causas de los conflictos intestinos de Somalia. Tampoco es posible conocer la historia, los valores, las características identitarias y la cultura que articulan la vida y el tejido social de las etnias enfrentadas en ese país hacia principios de los años noventa. No se presentan sus respectivas diferencias, más allá de la "natural" inclinación de los somalíes antiestadunidenses a la violencia indiscriminada y al genocidio, mientras las facciones proestadunidenses son descritas como una tierna masa que aplaude con frenesí a los soldados extranjeros que acaban de realizar una matanza de nativos, incluyendo niños, mujeres y civiles desarmados.
El espectador no se entera de la geopolítica en esa parte del mundo desgarrada por el colonialismo y los conflictos internos; no detecta los intereses militares estratégicos ni los recursos naturales apetecidos por las corporaciones; no se presenta, más que muy someramente, el tráfico de armas ni se descubren los motivos soterrados de La caída del halcón negro.
El único motivo que se bosqueja como fundamento de la intervención armada del Estado-guardián es la "preocupación" por la instauración de una paz abstracta, carente de contenidos e intereses políticos que vayan más allá de las singulares nociones de democracia y patrioterismo que manejan el género bélico estadunidense.
Los únicos valores y sentimientos que trasluce la película son aquellos de los simpáticos e idealistas muchachos de la tropa y sus abnegados jefes. Sólo ellos sufren, dejan esposas, hijos, hermanos o padres; sólo ellos son capaces de la heroicidad personal o la solidaridad de grupo. Las vidas de los "enemigos" son prescindibles, no trascendentes, sobre todo si son de raza negra. En este caso, los combatientes somalíes, civiles armados sin ningún tipo de organización, mueren por centenares en cada secuencia, sin mostrar pericia militar alguna y actuando con una torpeza que raya en lo absurdo o en lo grotesco.
No importa que se arroje el dato de más de mil muertos somalíes en una zona urbana densamente poblada, durante el operativo contra poco más de una docena de bajas de los rangers, pues la manera como se juega con las emociones del espectador hace inexistente la preocupación por la "parte enemiga". Como si esta otra parte, esta otredad, no existiera para la sensibilidad y la compasión. La cantidad de muertos es desplazada por la calidad de los mismos. Pero, claro, sólo una parte de los soldados son de calidad (los estadunidenses).
Independientemente de las intenciones de director y productor; al margen de los mensajes o "enseñanzas" que hayan pretendido comunicar, esta película retrata el ethos de un pueblo cuyas fuerzas armadas no tienen más mística que servir incondicionalmente a un poder de Estado que tiene tras de sí otro poder aún mayor: el del capital.
Mientras este gran Leviatán que es Estados Unidos amenaza con globalizar a la humanidad por la vía autoritaria y militar, también se prepara para la conquista universal de las mentes. Estamos ante un proceso de permanente conversión ideológica por parte de quienes detentan la cultura de la guerra, justificada en intervenciones supuestamente humanitarias.
Ayer fue Somalia, hoy es Afganistán, mañana Colombia. Por lo menos dejemos constancia pública de la indignación que provocan semejantes obras de la cinematografía estadunidense.